Estamos a mediados de septiembre del 2013 y el clima pre electoral, en nuestro país, comienza a encenderse poco a poco. Tanto los líderes del “oficialismo” como de la “oposición” (vaya palabras ambiguas que sólo denotan ubicarse a uno u otro lado de la acera del poder político) van configurando sus estrategias para la contienda en las elecciones. Habrá alguno que piense que éstas son el acto democrático por excelencia mientras otro proyectará sombras de escepticismo sobre lo que lo que realmente ofrecen a la vida democrática, de cualquier manera el 2014 se realizarán elecciones generales y para eso los partidos políticos y agrupaciones ciudadanas comienzan a alistarse.
Lo que sucede en un país de cara a todo tipo de elecciones, ocurre –con las obvias diferencias circunstanciales- en muchos otros y sus características generales son similares: unos frentes políticos que compiten con otros para ganar el gobierno. En el camino se van haciendo promesas, presentando proyectos, ilusionando a los ciudadanos para conseguir su apoyo. Una vez alguno de los contendientes gana se instala en el poder y comienza a ejecutar aquello que desea, sólo quien haga un seguimiento riguroso a lo planteado podrá saber qué de lo prometido tiene correspondencia con lo ejecutado. De todos modos similares procesos se darán, antes de la conclusión del período de gobierno, para nuevamente enfrentarse a una contienda electoral.
Los dinamismos que desatan los eventos antes mencionados manifiestan, de alguna manera, que muchos políticos viven pensando en las elecciones y es desde ahí que configuran sus estrategias de gobierno y de poder. Triste realidad, pero cierta. Algunas de las obras que se realizan en “bien” de la población buscan simplemente congraciarse con el potencial apoyo ciudadano; algunos proyectos tienen como horizonte perpetuarse en el poder y no necesariamente construir el “bien común”. Por otro lado, ¿quién no votaría por aquellos que responden efectivamente a lo que uno desea o necesita? ¿Si alguien gobierna bien no merecería el apoyo del ciudadano para continuar haciéndolo?
Tal vez la clave del problema eleccionario no está tanto en lo que se hace o se deja de hacer cuando alguien pretende llegar a gobernar sino en qué lo mueve a hacerlo, cuál es su intención y hacia dónde apunta su actividad. En otras palabras, ¿cuáles son sus verdaderas intenciones? Lastimosamente no hay ningún método estadístico para medir aquello que se encuentra en el fondo de la mente y el corazón de los políticos, porque cualquier obra u acción puede ser intencionalmente ambigua.
Sin embargo, sí que es lamentable que los políticos vivan pensando en las elecciones y configuren desde ahí su actividad. La solidaridad, la justicia, el bien común, la pobreza y exclusión, el analfabetismo, la desnutrición, el desempleo, la violencia –entre muchos otros temas- podrían ser las realidades que den sentido y establezcan el horizonte de acción de aquellos que quieren servir a los bolivianos y bolivianas y no sólo ganar las elecciones para vencer al adversario.
Los dirigentes y militantes de un partido político u otra organización que desee contribuir al país debería tener como horizonte no sólo las elecciones sino todo aquello que puede hacer, gane o no en el acto electoral, como verdadero “programa de gobierno”, en el servicio cotidiano. Pero para ello habría que invertir la lógica de este mundo y eso está bastante difícil y no creo que se presenten muchos candidatos.
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