Las cooperativas en general tienen una larga historia adentrada en las raíces depredadoras del capitalismo, el que es voraz por esencia. Surgen como justificación de una mentirosa esencia social del sistema nacido en Europa, consolidado en Estados Unidos y depravado en Asia cuando se habló de las bondades del sistema del bienestar general, un eufemismo que ha generado tragedias poco contadas y, peor todavía, analizadas. Se hizo posible en estados que procuraban justificar cínicamente las bondades del sistema nacido en el siglo XVI y que hizo Ley las peores barbaridades a título de modernidad. Y en Bolivia, las cooperativas se han constituido históricamente en una forma perversa de la socialización del capital y del robo descarado de recursos de mucha gente. El movimiento del cooperativismo es muy complejo y, además, confuso a propósito. Hace ver falsamente que el capitalismo es democrático, ya que este sistema supuestamente entrega el excedente productivo a los trabajadores, cuando una mínima cantidad de “dueños” se apropia del trabajo y lo reproduce cínicamente en una forma de depredación de la mano de obra y del medio ambiente.
Entre sus finalidades, de acuerdo a la nueva (en Bolivia), en realidad vieja por su estructura reaccionaria, Ley de Cooperativas (Art. 2), se habla taxativamente de promover actividades de producción y administración de servicios que contribuyan al desarrollo económico social del país, de acuerdo a su identidad cultural, productiva y cualidad cooperativa, a través de políticas financieras y sociales. Son en realidad eufemismos que chocan con la realidad, en la construcción y materialización de un concepto absolutamente capitalista. El engaño de la cooperativa viene muy claro, el que ayuda a desvestir a la novia en su fondo muy profundo en el Art. 4 y señalado como: “Es una asociación sin fines de lucro, de personas naturales y/o jurídicas que se asocian voluntariamente, constituyendo cooperativas, fundadas en el trabajo solidario y de cooperación, para satisfacer sus necesidades productivas y de servicios, con estructura y funcionamiento autónomo y democrático”. Y aquí viene la trampa de nacimiento a partir de sus principios, lo que es bueno dilucidar, al menos en parte:
El primero dice que la solidaridad es “el interés por la colectividad”. ¿Dónde se ha visto que estas instituciones funcionen así? Son nada más que el engendro capitalista que se constituye con 100 personas, la mayoría nominales, y contrata la mano de obra para enriquecer a sus propietarios, auténticos capitalistas, a la nueva burguesía que se enriquece y compra extensas propiedades en La Paz. La solidaridad es entre personas capitalistas que han dado curso a formas basadas en la Sociedad Anónima que sustentan un régimen de explotación, radicado en la expropiación del excedente, pero, peor, en el caso de las cooperativas mineras, en la depredación del medio ambiente, criminal a todas luces. El segundo principio, formal, habla de “la igualdad”, un postulado necesario siempre que considere a los trabajadores como iguales y respete los intereses de la sociedad que les cobija. El tercero, para no mencionar más, indica que es importante la reciprocidad con el medio ambiente. ¡Nada más falso! Las cooperativas mineras han generado una depredación infinitamente peor que la que hubo con la Revolución Industrial de Inglaterra en el siglo XIX.
Y los orondos dueños de cooperativas convocan a sus bases a manifestaciones cuasi fascistas donde asesinan con explosivos de alto poder, donde arrastran a personas que reciben miserias de la explotación del oro y de otros minerales, vendiendo su fuerza de trabajo a costa del Estado simplemente por la necesidad de solventar sus urgencias materiales. Y el gobierno del MAS sigue abriendo cauces a estos sinvergüenzas de nuevo cuño, la actual oligarquía del país, solamente por intereses electorales.
(*) Politólogo
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