Martes 10 de septiembre de 2013
ver hoy
Cada vez que he ido al Sahara, me ha impresionado saberlo una inmensa extensión de agua, con bosques y con toda clase de animales. Las cuevas rupestres, en el Tasili, nos han conservado escenas inimaginables para quienes no hubieran vivido en contacto con un mar lleno de vida. Pero, sobre todo, me emociona la suerte del río Igharghar que hace 6.000 años discurría con un profundo caudal y se fue ahogando en las arenas del desierto.
A la puerta de las kasbahs cuentan los ancianos la historia de un río caudaloso que recorría centenares de kilómetros aportando vida, abriendo gargantas y alimentando valles. Nada parecía detener su curso hasta que llegó al desierto y se espantó al ver que no podía continuar para desembocar en otro río más caudaloso que lo condujera hasta el mar. ¿No habría manera de cruzar el desierto sin que las arenas se lo tragasen? Entonces, oyó una voz en su corazón:
- Si el viento cruza el desierto, tú también puedes hacerlo.
- Pero ¿cómo va a ser eso posible?, - preguntó el río aterrorizado.