El drama persiste en el fútbol que solamente es odisea perversa
09 sep 2013
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
Los pretextos podrían ser consistentes si estuvieran basados en asumir los hechos como depositarios del bien general, aunque sean emotivos, en el ánimo de la pasión que nos lleva a los estadios, recintos donde el hincha prueba la gloria por la “Verde”, no obstante, en casos más frecuentes, la amargura por cosas que no deberían pasar. Lo de Asunción, Paraguay (un cuatro a cero inaceptable), representa un instante más de un asunto revelador y muy lamentable que no debería ser culpa exclusiva de los dirigentes. En los hechos, generalmente, el jugador, el que es protagonista, aparece como víctima, nunca es culpable de nada, a pesar de que en sus pies, y cabeza, está el destino de un partido futbolístico. Algunos dirigentes son unos pícaros que hacen de la opereta futbolística un modo de vida, pero calificar a todos así es una reverenda mentira. Hubo personas que murieron en su dedicación a un deporte mal visto y peor calificado, por ejemplo Rafael Mendoza, un hombre que no dormía por pensar en los logros de su equipo, mediocre a propósito, pero más digno que los “yokallas que ganan 5.000 dólares por mes, e inclusive ni se ruborizan por sus desastres”. Y Mario Mercado, con sus defectos como todo el mundo, creó una escuela digna, muy difícil de olvidar.
No basta la figura de maldecir a los futbolistas por bronca, al final ellos han quedado en el foso de la indignidad por sus debilidades. Es necesario hablar claramente de que no es un problema generacional, ni de tácticas o estrategias. Los jugadores de la selección son unos niños malcriados que ni siquiera se cuidan físicamente, cuando alguna vez, muy rara, han recreado una jugada, solamente exigen sueldos de rico, cuando un ingeniero gana con esfuerzo 4.000 bolivianos. El tema, definitivamente no pasa de la construcción de canchas de césped sintético o de la formulación de escuelas de fútbol, pasa por lo que muchas veces dijo Baldivieso: “Hay que poner los huevos en el partido”. ¿Y quién fue este futbolista?: un deportista que a sus 16 años ya corría como un “crack”, después lo acusaron de “borracho y de mujeriego”, pero en la cancha demostraba sus dotes geniales. ¡Y ni qué decir de Erwin Romero u Ovidio Meza!.
El problema del fútbol boliviano no es culpa de Azkargorta, ni siquiera de los dirigentes que lo contrataron, es simplemente de actitud. Si algunos defectos hubieran pasado en 1998, y no se hubieran repetido, no hubiéramos reclamado demasiado, pero las cosas han llegado a un límite donde los futbolistas son los culpables principales. Como dijo el Vicepresidente de la República, una persona que no me es muy simpática por sus líneas políticas, lo que no implica que sea un mediocre, méritos los tiene y muchos: “Que se vayan todos”. Y es tiempo de proclamarlo, pero fundamentalmente los jugadores deben dejar de quejarse. Ellos son culpables de una derrota que duele y tienen que abandonar pretextos. Pensarán, y lo afirmarán, que el tema de la Selección no interesa, que es una causa de hombres, mentira, su trascendencia no es particularmente de género. Si se tratara de un deporte donde las mujeres son protagonistas, los hombres seríamos los primeros y los últimos en apoyarlas.
Que vengan ahora los dignos, que los hay, y que acabe el drama. Hay jóvenes que deben llevar la bandera nacional hasta donde se debe. Las humillaciones las sufre el pueblo boliviano, no el futbolista que se ducha después de un partido y todavía se siente orgulloso de haber sudado en la cancha, lo que no es suficiente, ni siquiera decente. Lamentablemente, los fracasos de la “Verde” ya son demasiados para que pensemos en circunstancias que no se repetirán en el sentido de las campanas que cantan glorias pasadas, pero, por lo menos heroicas.
(*) Politólogo
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