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Domingo 01 de septiembre de 2013

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Cultural El Duende

El saxofonista y su perro cantor (Relato madrileño)

01 sep 2013

Fuente: LA PATRIA

Raúl Rivadeneira Prada, escritor, abogado y periodista, es autor de una treintena de obras, entre ellas, tres libros de cuentos: “El tiempo de lo cotidiano” (1987), “Colección de vigilias” (1992) y “Tiempo de Ficción” (2007); asimismo, tres libros de crítica y estimación literaria: “El grano en la espiga” (1997), “Troja literaria” (2002) y “Escritores en su tinta” (2009). En el cuento que se publica a continuación “El saxofonista y su perro cantor”, Rivadeneira Prada explaya el recurso de los paralelismos y casualidades que envuelven a sus protagonistas. Segunda de tres partes

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En su primera ida y venida por el trayecto de Neptuno a la Cibeles, hace dos semanas, escuchó a la distancia una suave melodía acompañada de un sonido agudo, un tanto desafinado, pero atrayente. El interés por saber de qué se trataba la condujo hasta el banco de donde provenía la música. Observó con atención no exenta de asombro a un hombre que tocaba el saxofón y a un perro que aullaba como cantando. Cuando Fluss levantó la cabeza para respirar mejor, sin dejar de tocar el saxo, sus ojos se clavaron en los de la bella muchacha; quedó un tanto turbado por la tierna sonrisa de la joven, cuyos ojos verdes, rasgados, entre soñadores y nostálgicos, eran idénticos a unos ojos que cuarenta años atrás le habían fascinado en México. Su cuerpo, bien proporcionado, completaba perfectamente el parecido con Tania, la cubana. No exageraba al encontrar parecido tan asombroso entrambas, pues era tan grande que hacía pensar en una transportación mágica al pasado, en un nuevo encuentro con la mujer amada, en un estado de ensueño arropado por la música. Fue un instante medible en milésimas de segundo, pero largo e intenso en el tiempo de las evocaciones.

Fluss devolvió la sonrisa sin poder disimular la emoción. Después, conversaron y se hicieron buenos amigos, tenían mucho en común, más de lo que se podría pensar que tuvieran una joven de veinticinco años y un septuagenario aniquilado por la enfermedad y las tribulaciones de la vida. Compartían la pasión por la música, su precaria situación de inmigrantes en un país magnánimo y afectuoso, ahora convulsionado por la crisis económica, pero siempre noble y solidario, donde gozan de la libertad que en sus propios lares les negaron. Comparten su amor por la Madrid cristiana y señorial de nombre sonoro por sus maternales raíces; nombre escrito y reescrito por los siglos: Mayrit, Matrit, Madrit, Madrid…La aman cosmopolita y castellana, como la mujer que no deja de amar cuando es amada y que suele amar sin ser amada; siempre seductora y tierna, aun en el semblante adusto, a la vez estoico y desdeñoso con que la diseña este serventesio de Antonio Machado:

Madrid, Madrid; qué bien tu nombre suena,

rompeolas de todas las Españas!

La tierra se desgarra, el cielo truena,

tú sonríes con plomo en las entrañas.

Nicoleta admira y comparte la pasión con que Fluss habla de la tierra de Cervantes, Lope, Calderón y Quevedo. El músico austríaco le hace partícipe de sus lecturas y ella le oye extasiada recitar versos y fragmentos de estos y otros genios madrileños durante horas y horas.

*

Para Fluss fue una bendición conseguir un espacio callejero donde ganarse el pan de cada día para él y el fiel animalito que una tarde, hace dos inviernos, se puso a seguirle obstinadamente por la calle de Alfonso XII y nunca más se separó de él. Se percató de que cada vez que tocaba EineKleineNachtMusik, el perrito aullaba emitiendo un sonido muy quedo, parecido al de un clavicordio, como si modulara sus precarias cuerdas vocales; de modo diferente a los lastimeros aullidos que lanzan los de su especie cuando un sonido agudo hiere sus oídos con fuertes punzadas, como si les introdujeran en el cerebro agujas al rojo vivo. Fluss pensó que podía sacarle partido a esa curiosa reacción del cachorro. Era cuestión de paciencia, de idear un entrenamiento adecuado para conseguir que acoplara su voz al saxo como si fuera un clarinete. Y había que darle un nombre al pichicho, (esta palabra se la había oído alguna vez a un baterista boliviano en México, y le gustó), pero no un nombre cualquiera, como esos que la gente común elige para sus mascotas, eso no. Este perro era especial, había en él algo de humano desde la forma decidida con que llegó hasta él. Había que buscarle un nombre que sonara respetable y que al mismo tiempo denotara su anónima existencia. Así, se le ocurrió llamarlo HerrNamenlos, que en su lengua materna significa “Señor Sinnombre”.

Fluss y Nicoleta cultivaron un sentimiento entrañable. Ella se preocupaba por su salud, le proveía de algunos jarabes para la persistente tos que lo ahogaba cada vez más despiadadamente, como la de ahora, que apenas a los veinte o treinta segundos de soplar el saxofón le obliga a hacer un esfuerzo que, presiente, pronto acabará por derrumbarlo para siempre.

*

Así como cuando Fluss toca a Mozart la gente se detiene y forma un semicírculo, sucede también cuando Nicoleta se luce con fragmentos de las Czardas de Monti y LasCuatro estaciones de Vivaldi, ejecuciones en las que la violinista pone su máximo empeño, marcando el compás con golpecitos del pie derecho sobre las baldosas de granito y balancea armoniosamente sobre los hombros su pelo castaño oscuro recogido en cola de caballo. Nicoleta se vio forzada a truncar sus estudios de música a causa de la muerte de sus padres y la violencia racial desatada el 2008 en Bucarest contra la etnia roma-gitana de donde provenía su familia. Se fue a Madrid, sin saber una jota de castellano, llevando consigo nada más que un poco de ropa y su violín.

En cambio, Fluss era clarinetista graduado en 1965, del célebre Conservatorio Franz Schubert de Viena. Se trasladó a París ese mismo año en busca de trabajo y consiguió el cargo de auxiliar del maestro de música, en el turno de la tarde, en una escuela de niños de la Ville d’ Antony, adonde nadie quería ir porque la paga era ínfima. En las mañanas se reunía con amigos en la Universidad de París, atraído por la efervescencia revolucionaria estudiantil que el gobierno apenas podía controlar. Fluss pintaba pancartas de día y por las noches animaba a los jóvenes rebeldes tocando canciones de protesta en el clarinete o en un viejo acordeón. Participó en los violentos disturbios del 2 al 15 de mayo de 1968. Lo fotografiaron al lado de Cohn-Bendit y eso fue el acabose de su sueño parisino. La policía francesa, que no le perdía pisada por ser extranjero, lo fichó como “peligroso agitador anarquista”, lo retuvo e interrogó durante tres días y después lo puso en un barco carguero que zarpaba de Le Havre. De esa manera llegó a Veracruz, de donde pasó a la capital mexicana y, tras muchos esfuerzos, pudo conocer y trabar amistad con Dámaso Pérez Prado y Benny Moré, contaba entonces con 28 años cumplidos y muchas ganas de mostrar su arte. Moré le dio una recomendación para su amigo Óscar Serrano, director de la Serrano’s Jazz Band que actuaba en el Night Club del Hotel Andrómedas, en Acapulco. Serrano lo midió con la mirada, de pies a cabeza, desconfiaba de los músicos blancos aunque los recomendara el mismísimo Moré, tenía la convicción de que no había mejores intérpretes de jazz que los negros, como tampoco había mejores atletas que ellos. Interrogó a Fluss para percatarse de cuánto sabía de la música sincopada. El austriaco pasó la prueba, pero había un pequeño gran inconveniente: Fluss era clarinetista y lo que Serrano necesitaba no era eso sino un buen saxofonista.

Fluss le dijo que podía practicar y llegar a ser tan bueno como Benny Moré. Esto sonó a pedantería que pudo tirarlo todo por la borda, y así habría sido si Serrano no hubiera estado ese día de buen humor. Afortunadamente para el joven músico, el maestro se sentía contento porque había logrado renovar el contrato con el Night Club por otros seis meses. Fluss ensayó durante dos semanas con la orquesta antes de presentarse en público como solista, tenía la enorme responsabilidad de sustituir a Serrano quien había decidido dedicarle más tiempo a la administración de la Banda y a conseguir nuevos contratos dentro y fuera del país. Además, estaba saturado de tanto actuar, noche tras noche, una pausa le haría bien porque los años ya iban pesando, tenía encima cerca de sesenta, era el más viejo de los famosos, Moré tenía cuarenta y Pérez Prado acababa de cumplir los cuarenta y tres. La llegada de Fluss no podía ser más oportuna, le cayó como anillo al dedo. El Güerito –como lo motejaba– tenía buena madera y no lo iba a defraudar, y no lo defraudó; al contrario, fue ganando aprecio y fama en el ambiente.

*

Tania Hernández, una cubana que frisaba los treinta años, era la cantante solista de la Serrano´s Jazz Band. Poseía un registro de voz incomparable para el swing y la balada, sin mucho esfuerzo, podía imitar perfectamente a María Victoria, y contonearse sensualmente como ella, cantando boleros. Sus ojos dulces, su sonrisa franca, su figura, su cabello castaño oscuro fueron imán irresistible. Fluss nunca había sentido una emoción como la de ese instante al ver a una mujer, y había visto a muchas tanto o más bellas que la cubana, pero esta tenía algo especial, invisible, inexplicable, que le causaba una súbita perturbación, un extraño embeleso.

Su verdadero nombre era Lilian Noemí Álvarez, que cambió por el de Tania Hernández para iniciar una nueva vida, tratando de dejar en el olvido los momentos difíciles por los que había atravesado en los últimos años. Ella respondió con dulzura, desde el primer momento, a las atenciones del Güerito, llegaron a entenderse muy bien y poco tardaron en convertirse en pareja. Tania quería borrar su condición de exiliada cubana con la que llegó a México después de mil penurias y casi perder la vida en la barca de neumáticos con que tocó las costas de La Florida, siete años atrás, juntamente con veinticinco compatriotas. Era la única mujer del grupo. Tuvo suerte de no caer en manos de la Policía Secreta que la tenía registrada como “Traidora” y “Enemiga de la Revolución” por haber firmado, cuando estudiaba enfermería en la Universidad de la Habana, una petición de amnistía para los presos políticos. De Miami se fue a México, donde descubrió que tenía talento para el canto y fue escalando posiciones hasta incorporarse a la banda de Óscar Serrano, hecho que a ella le parecía la coronación de sus esfuerzos, el fin de sus aprietos y el comienzo de una vida plena de éxitos artísticos, y así fue. Óscar Serrano apadrinó la boda de Albert Flussenschwarz y Tania Hernández, celebrada por el Juez de Paz en el mismo escenario del Night Club.

Continuará

Fuente: LA PATRIA
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