Loading...
Invitado


Domingo 01 de septiembre de 2013

Portada Principal
Cultural El Duende

Alberto Guerra Gutiérrez

01 sep 2013

Fuente: LA PATRIA

Alberto Guerra Gutiérrez. Oruro,1930-2006. Poeta y escritor. Premio Nacional “Gunnar Mendoza” (1999). “Ciudadano Notable de Oruro”. Entre otros, ha publicado: “Gotas de sangre” (1955); “De la muerte nace el hombre” (1969); “Antología del carnaval de Oruro” (1970); “La picardía del cancionero popular” (1972); “Estampas de la tradición de la ciudad” (1974); “El Tío de la mina” (1977); “Chipaya” (1990); “Obra poética” (2003) y “La poesía en Oruro” (2004) antología compartida con Edwin Guzmán Ortiz. Los poemas que se publican, pertenecen a su poemario “Égloga elemental y una revelación de íntimo recogimiento” (2000).

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Elogio a la pureza

Hay un algo que viene desde siempre, algo que está, que pasa y aparece que no se mueve, como la luz, como la Cruz del Sur, como la espera.

De un rapto entre la tierra y el agua, surge su latido animando de verdor al pasto, de instinto a la bestia y de razón al hombre.

Se conmueve jugando luz y color en el espacio bajo el manto azul tendido al infinito, y en febril desmayo de matices, pinta auroras, horizontes y celajes.

Tierra y piedra forman su cuerpo de súbitos milagros. Seno de piedra y barro de donde nacen dioses y hombres que redimen la luz y el verbo, savia al fin que alimenta el pulso de la existencia, nuestra joven existencia de alegría, inmadura para la muerte.

Agua musical su sangre que corre junto a la yerba.

Agua clara que llueve en divinas gotas como el vino, colmando de ardor los cántaros del alma.

Agua salobre de lágrima y enigma que mueve el mar y nubla la vista de emoción y nostalgia.

Agua suspendida en nubes de multicolor vestido de ilusión y fantasía.

Y, todo es fuego en ese algo que nos despierta a la vida, al ideal, a la esperanza.

Abrasador impulso, fragua que desde lo más hondo, pone al rojo vivo el noble metal de la existencia y quema perfumando de dulzura la madera de los árboles, árboles que hincan sus raíces en el fondo tibio de la tierra y el anhelante corazón del hombre, primitiva astilla reciclada en el divino don de la ternura.

Hablo de la raíz, de la savia y el contenido

En mi casa, hay un árbol callado y resignado como toda espera: un hondo vacío de paciencia parece invadir su estructura de soledad y hastío.

En mi casa hay u árbol sumergido en la quietud del tiempo, soplo silencioso, parece estar dormido.

Cuando entré en la casa, él ya estaba resumiendo espacios para entregarme un salmo de luz y de alegría como quien sirve en la plaza, migas de pan a las palomas o alquila su patio a la esperanza.

Sería en otoño, cuando aún no había comprendido lo que significaba un árbol, que comencé a descubrirlo en su afán de tender alfombras a mi paso, alfombras que son hojas de su propia carne, hojas color de otoño como el sol, como la espiga.

Alfombras sobre la tierra donde están los caminos para el hombre y el arraigo profundo para el árbol.

Por las risueñas ventanas del alba, el árbol era ya mi alegría y de pronto lo vi desvelarse; altos y desnudos los brazos en actitud de protesta contra el frío, y conmovido me acerqué más a él para templar mi pecho en su madera.

Lo vi más tarde amasar ternura vistiendo de verde sus tiernas ramas, iluminar el día de flores blancas esta vez para iluminar mi primavera y… comprendí todo cuando el árbol prodigado ya en el dulce fruto, me señaló el verano de la dicha y el consuelo.

En mi casa hay un árbol sensitivo, al verlo, lo sentí mi hermano, cuando me acerqué a su savia desde la raíz hasta despertar en canto, no sabía que se trataba de un árbol y sin embargo, poblé de trinos su ramaje y lo sentí mi amigo mientras convertía su savia en fruto y en agua la esperanza.

El árbol cuando es amigo, ilumina los caminos con sus líquidas lámparas de rocío, inunda el alma de claros manantiales, convierte la lluvia en pequeñas gotas de luz ambulante resumida en raudo vuelo de luciérnagas, da sombra al caminante y se hace compañero.

Ni hermano, ni amigo, ni compañero, hay en la vida una raíz de algo que nos sostiene, un algo que colma de amor nuestros cántaros felices. Éste es el árbol que como una estrella, alumbra la noche de mi destino.

Yo estoy parado frente a él como detenido por el divino soplo que despierta el corazón a la caricia.

No sabe de urgencias y bloquea todos mis caminos con su ternura.

No sabe de odio e inunda mi pecho de bondad en claras gotas de rocío.

Quema mis latidos de felicidad con el fuego ardiente del amor en la dulce madera de su pecho.

¡Mi madre es este árbol!

Mi madre es esta savia de amor, de luz y de ternura.

¡Mi madre es este árbol, y está en el centro de mi casa…!

Salmo perentorio

¡Tanta belleza, tanta…!

Tanta perfección al descubierto, tan absoluto esplendor y verdad infinita. ¡Oh Madre Naturaleza!

Todo en ti es bondad, todo de ti es entrega, todo hacia ti es loable, nada contra ti es perdonable.

Feliz el mortal que conoce la magnitud de tu estatura, la florida senda a tu grandeza, y que junto al depredador no ha detenido su marcha hacia tu gloria, y a la sombra de sus fatigas, no ha descansado.

El depredador no tiene entrañas donde acunar el amor y en destruir tu belleza halla placer y jolgorio.

Criminoso es porque destruye y mata, alejándose voluntariamente de toda absolución.

Esclavo de culpa es, y aun arrepentido, vivirá sin redención.

Madre Naturaleza, saben tus enemigos que al desgajar un árbol, cegar la vida de indefensos seres, acallar el trino de las aves y menospreciar su vuelo, rompen el ritmo de la existencia, de la paz y la alegría. Saben que envenenar la corriente del río, contaminar el aire que respiramos y la tierra que pisamos, es sembrar dolor y muerte en el ámbito aromado y luminoso del ara de tu gloria.

Comprenden también que sacrificando pequeños y útiles seres animados, sacrifican la pureza del fruto y la salud del hombre, sin embargo, destruyen, inyectan acíbar en el ámbito transparente de tu radiante pureza, de tu belleza secular, inmaculada.

Ambiciosos de poder y riqueza, desprecian salud y vida ajenas. Perdónalos ¡oh Madre Naturaleza! Si el límite de tu bondad alcanza, sabiendo que no le merecen y están lejos de disfrutar del esplendor de tu hermosura.

Egoístas, sólo piensan en sí mismos, desdeñando a los pueblos y sus preciados valores que son parte de tu nobleza y estructura universales.

Absuélvelos de tamaña culpa si así lo quieres, aunque su torva existencia sólo puede aspirar a la soledad y el abandono.

Prepotentes y orgullosos laceran y matan. Esclavos de sus delitos se cobijan bajo el manto de sombras clandestinas.

Redímelos si tu extrema bondad así lo dicta, a pesar que no merecen sino el castigo que borre sus latidos para siempre y que, ni en la hora de su muerte, sus despojos y su alma descansen en paz, hasta nunca.

¡Oh Madre Naturaleza!

Tú eres ese algo que viene desde siempre, ese algo que está, que pasa y parece que no se mueve, como la luz del sol, como la Cruz del Sur, como la espera.

Pero tú eres también la luz del sol, la Cruz del Sur y la espera. Totalidad en tiempo y en espacio, ara y diosa al mismo tiempo.

En ti está mi refugio, mi complacida existencia y me regocijo con tu permanente entrega de bondad, de amor y de alegría.

Elevo en alabanza tus dones y tu gracia.

Elogio la tierra que es tu carne, tu alma que es el aire, el agua que es tu sangre y este latido que me anima en fe y ansiedad, que es el fuego.

En ti Madre Naturaleza, lleno mi copa de agradecido vino, mi lámpara de luz de encomio, y mi corazón de tu bondad infinita, como el río que llena su corriente de ecos de paz, para distribuir generosamente entre la yerba.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: