Sábado 31 de agosto de 2013

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Con culpas penales o sin ellas, Roger Pinto ya está fuera de Bolivia. Su condición de asilado puede variar a la de refugiado político, pero eso es secundario. De hecho, él puede sentirse libre de la persecución que denunció para acogerse a la protección diplomática en mayo del 2012. Eso es lo concreto. En el campo de discusión, con toda su carga de subjetividad, quedan sus denuncias de persecución política, los argumentos del gobierno para negarle salvoconducto y los de Brasil para concederle el asilo y sacarlo como lo sacó.
Nada de eso cambiará. A lo sumo, tal vez, un eventual traslado de Pinto a otro país, para descomprimir la tensión entre Bolivia y Brasil que generó su caso. Ese es otro hecho objetivo.
En ese escenario y cuando están aún en curso las "explicaciones" brasileñas sobre la forma en que resolvió el asunto, correcta o no según el cristal con que se mire, las declaraciones del excanciller Antonio Patriota dan pauta del porqué actuaron como actuaron los miembros de la escuela diplomática más sólida y coherente de Latinoamérica. Según Patriota, fue "un acto independiente, de gran sensibilidad, sin instrucciones" el sacar a Pinto como lo sacó Eduardo Saboia. Pero dijo también que Brasil "actuó con total transparencia" y que "buscó una solución negociada". A su modo, exculpó a su Encargado de Negocios.