Altos funcionarios estatales de Bolivia, “a título personal”, han re-lanzado la idea de que se legalice el aborto en nuestro país, despenalizándolo del Código Penal, así como reformando el Código de Niño, Niña y Adolescente, con el apoyo de los consabidos grupúsculos anti-vida y anti-familia que sustentan la idea de que el feto en el vientre de la madre es parte del cuerpo de la misma, ignorando la demostrada científicamente independencia del feto.
Se apoyan en “estudios que señalan que en Bolivia abortan cada año entre 40.000 y 80.000 mujeres, que cada día 115 mujeres lo hacen y que 3 de cada 5 bolivianas tiene un aborto en su vida”. Así para evitar unas 600 muertes están dispuestos a permitir el asesinato de millares de niños inocentes.
Mientras nosotros nos debatimos entre dudas y temores, quisiera recordar al Dr. Bernard Nathanson. Era un médico, ateo, trabajaba según la formación que había adquirido. Fue conocido como el “rey del aborto”, sobre todo porque era dueño de un inmenso hospital para partos en el que se realizaba abiertamente el aborto a toda que lo solicitara. Sus normas de moral nunca llegaron a sospechar que el aborto fuera algo más de una operación quirúrgica, fue asimismo uno de los fundadores de la Asociación Nacional para Revocar las Leyes sobre el Aborto en los Estados Unidos en 1968, convertido a la causa pro vida y a la Fe Católica.
Confesó que personalmente realizó algo más de 5.000 abortos y que supervisó y aprobó otros tantos 70.000, pero el doctor se preguntó más de una vez, si avanzaba por buen camino humanamente hablando. En colaboración con un amigo médico y para mejor conocer y explicar la teoría del aborto, filmó una película en la que el protagonista era un feto de 12 semanas. Con la magia de los inventos actuales, mediante una diminuta cámara dispuesta en el seno mismo de una mujer, siguió paso a paso, las vicisitudes del desarrollo de la criatura, cómo de la masa primera iban saliendo las articulaciones, de qué manera y con qué potencia respiraba, la forma mágica en que se alimentaba por medio del cordón umbilical, pudo captar en volumen y color, toda la maravilla de la formación sucesiva de una criatura en el seno de su madre.
Nathanson deseaba observar el fenómeno del aborto desde dentro, efectivamente, filmó el momento en que se provocaba una punción que producía la muerte, y contempló algo que le aterrorizó: la reacción del feto, que al sentirse herido, se movió en actitud de defensa y abrió su boca en formación, para exhalar lo que supuso era un grito de protesta.
Aunque sólo tenía 12 semanas, el feto estaba vivo era una persona como nosotros, bien que en camino de desarrollo. El film que ha sido repartido y exhibido en el mundo entero, se titula “El grito silencioso” porque aun cuando no se escuche su sonido, hay un espantoso movimiento de defensa inútil, puesto que el punzón penetró el corazón del feto.
El espanto que provocó la experiencia hizo que Nathanson cambiase totalmente de opinión, se consideró como verdadero criminal, aunque hubiera actuado inconscientemente. Dedicaría el resto de su vida a reparar el mal que había realizado, evitando en adelante todo aborto, y recomendando al mundo entero su abstención de matar a inocentes.
A consecuencia de esta convicción de que el aborto es un crimen abominable, el doctor Nathanson, se convirtió al catolicismo, abandonando su decidida postura de ateo.
Quienes hemos tenido la dicha de contemplar la película, podemos captar toda la tragedia de esta pequeña e inmadura criatura que siente el dolor, desea librarse de él, y espontáneamente busca la huida imposible al mismo tiempo que su boca se desgarra para patentizar la tortura que le inflige el aborto provocado.
Claro que no sólo es el dolor provocado en la inocente criatura, lo que debe alejarnos del aborto, sino el respeto a su vida, a su personalidad, a su dignidad, y a su libertad. Aunque el aborto se verificaría de un modo suave e indoloro, no por ello dejaría de ser un crimen abominable.
El doctor Nathanson, gran defensor y procurador de abortos, se despertó a tiempo y hasta su muerte se convirtió en un apóstol incansable del respeto a todos los fetos vivos en el seno de sus madres.
El niño que se elimina por el aborto, no sólo tiene plena dimensión humana, como sujeto de todos los derechos del hombre, sino posee también una dimensión eterna y es portador de un don divino.
A nuestros políticos y legisladores bolivianos que creen haber descubierto la piedra filosofal con el aborto, recomienda Juan Pablo Magno: “este compromiso de defender toda vida humana debe llegar al entramado social y cultural, debe penetrar los modos de pensar, de juzgar, y de obrar de los hombres, para que en la acogida y protección de la vida, vuelvan a descubrir la belleza de la entrega a los demás”.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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