Si viviéramos en un mundo anormal, es decir absolutamente diferente al actual, quizás sería posible que no se produzcan muertes provocadas por la violencia irracional de los seres humanos, tanto mujeres como hombres, no obstante, los fallecimientos naturales se encuentran a diario con asesinatos y homicidios de todo tipo que ponen al desnudo fatal la naturaleza depredadora de la especie supuestamente inteligente: el mal llamado “homo sapiens”. Y ¿a qué viene esta introducción?, simplemente a tratar de entender y explicar lo que está sucediendo en el territorio de un pueblo que es heredero de una de las mayores civilizaciones de la antigüedad: el Egipto de los faraones.
Con el derrocamiento de Mohamed Mursi; el presidente elegido por una mayoría muy relativa de egipcios, y la consiguiente protesta multitudinaria, mayormente no pacífica, de la Hermandad Musulmana, la que tuvo el gobierno en sus manos, pero fue incapaz de recrear un sistema democrático que respete las creencias de todos los ciudadanos independientemente de su naturaleza y que, en su borrachera de poder orgiástico, se atrevió a perseguir por igual a laicos y cristianos coptos, a turistas que vestían de modo occidental y a todo aquel que se oponga a los designios de los fanáticos yihadistas, quienes proclamaban abiertamente la urgente implementación de la sanguinaria ley musulmana denominada “sharia”; se desató la violencia de ida y de vuelta.
El rasgar de vestiduras del supuestamente mundo civilizado; el que de dientes para afuera exige la restauración de las libertades democráticas en un sufrido país, azotado por una grave crisis económica, y condena los aparentes crímenes del régimen militar, pero que no es capaz de reconocer que la “primavera árabe” se tornó en un largo invierno totalitario en todo el norte de África y que los grandes culpables de estos hechos son los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y las monarquías del Golfo Pérsico que apoyaron y financiaron a bandas terroristas de la peor estirpe para apuntalar un mundo unipolar que está dejando de serlo por la insurgencia feroz de potencias emergentes como China, Rusia, Brasil y otras; es absolutamente hipócrita. Y en este contexto es necesario preguntarse: ¿realmente había una verdadera democracia con Mursi y los Hermanos Musulmanes? ¿No sería más bien que se estaba preparando la instauración de un régimen fundamentalista que convierta a Egipto en un nuevo Afganistán del tipo talibán como se pretende hacerlo en Siria?
Y en el interior de este complejo laberinto político se observan muchas contradicciones. Los últimos acontecimientos en Egipto han dividido Oriente Medio. Turquía, Irán y Qatar se muestran a favor de los hermanos Musulmanes, condenando la violenta represión, mientras que Arabia Saudita, Jordania, los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait apoyan al Ejército egipcio. Lo que sorprende es que Irán respalde a aquellos que en otros países son enemigos de sus aliados históricos. Y ni cortos ni perezosos, los gobiernos de los países del ALBA, entre ellos Venezuela y Bolivia, se han manifestado abiertamente a favor de Mursi y sus seguidores, demostrando su obsecuencia oportunista con la tiranía iraní y que solamente se guían por apariencias y desconocen profundamente la esencia de los procesos que se desarrollan en el Medio Oriente.
En todo caso, para que se produzca una guerra civil en Egipto se necesitan dos fuerzas casi similares en número y potencia, las que podrían ser los hermanos Musulmanes, por un lado, y los grupos auténticamente democráticos, entre laicos y cristianos, por el otro. Pero, las diferencias desde el punto de vista militar son abismales. Los discípulos de Alá cuentan con una larga experiencia de guerra terrorista contra el Estado egipcio y con el apoyo de bandas criminales de todo Oriente Medio. En cambio, los otros solamente poseen sus convicciones políticas y religiosas y por esencia son pacíficos. No están preparados para una guerra fratricida. De esta manera es necesaria la intervención de una tercera fuerza: el Ejército egipcio, asunto muy peligroso ya que esta institución es corrupta y generalmente, de modo especial desde la muerte de Gamal Abdel Nasser, ex-presidente del país árabe, ha velado de manera abierta por sus propios intereses, aunque ahora temporalmente esté al lado de los grupos democráticos. Otro factor a tomar en cuenta son las componendas de los países occidentales e Israel que pueden tomar cartas en el tema, agravando la situación hasta límites insostenibles. Sería deseable la paz concertada, pero pedir cordura a los musulmanes, los que están severamente contaminados por tendencias extremistas es solicitar “peras al olmo”.
(*) Politólogo
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