Domingo 18 de agosto de 2013
ver hoy
Nadie está libre de encarar el difícil trance de un familiar enfermo y verse obligado a buscar atención médica en un servicio público, dándose de frente con la tragedia: pacientes hacinados “donde se pueda” con el esfuerzo sobrehumano del personal para evitar negar atención a los pacientes, aunque luego peregrinen por instituciones y canales de televisión rogando ayuda para medicamentos y exámenes.
A principios de año, son cientos los padres que deben dormir a la intemperie en una insólita carrera por un espacio en escuelas y colegios públicos, sin descontar después el pago de profesores para cursos abarrotados lejos del racional número de alumnos que deberían tener para una educación mínimamente aceptable. Superada penosa y precariamente esta etapa, otros tantos miles de bachilleres pugnan por una universidad para profesionalizarse, en cursos masivos saturados que destierran una buena formación de recursos humanos, incluyendo docentes trabajando horas y horas sin remuneración.
Ni hablemos de los trabajadores habitantes muy lejos de sus centros de trabajo y viceversa, que los días de lluvia, además de desaguar sus viviendas, deben hacer una espera sin fin para conseguir el transporte que se suspende y disminuye porque esos barrios pobres están inundados y erosionados.