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Domingo 18 de agosto de 2013

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Revista Dominical

He venido a traer la división

18 ago 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

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Todos los intentos de cambio desencadenan conflictos, entre las fuerzas que prefieren no cambiar nada y las que intentan abrir caminos nuevos, entre la paz del orden establecido y la lucha por un mundo más humano y una vida más plena.

Leemos en el evangelio de san Lucas 12, 49-53.

«Jesús dijo a sus discípulos: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”».

A los discípulos que lo acompañan en el camino hacia Jerusalén, Jesús les declara abiertamente: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra”.

Ya Juan Bautista había anunciado que el Mesías iba a bautizar “en Espíritu santo y fuego”, pero él esperaba a un juez que iba a separar a los buenos de los malos, el trigo de la paja, para destruir definitivamente a los malvados: “Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado al fuego”; “quemará la paja con el fuego inextinguible”.

También los discípulos Santiago y Juan habían propuesto a Jesús hacer bajar fuego del cielo, para quemar la aldea que les había negado hospitalidad.

En cambio, el fuego que Jesús ha venido a traer sobre la tierra tiene absolutamente otra naturaleza y otra finalidad. Jesús quiere encender en el mundo el fuego del Espíritu, el fuego de Pentecostés, la energía transformadora que “renueva la faz de la tierra”, haciendo desaparecer lo antiguo y abriéndola a la nueva creación. Es un fuego que quema el corazón, alimenta la vida y la impulsa por los caminos del reino de Dios, extendiéndolo a toda la humanidad. Es el deseo más profundo de Jesús: “¡Cómo desearía que ya estuviera ardiendo!”.

Este proyecto encontrará la oposición, será acogido por algunos, y rechazado por otros que al final asesinarán a Jesús en un bautismo de sangre: “Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!”. En realidad, es un proyecto de amor, de paz y justicia, de reconciliación universal y de armonía con toda la creación, pero causa separación, porque muchos no lo aceptarán, tal vez por desconocimiento, muchas veces por intereses opuestos, o por simple flojera: “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división”. La división es posible entre los miembros de una misma familia, con algunos que se adhieren a Jesús y otros no: “De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Era la experiencia que ya se vivía cuando Lucas escribía su evangelio; una experiencia ya anunciada a los pocos días del nacimiento de Jesús, cuando fue presentado al templo. El anciano Simeón lo tomó en sus brazos y dijo a la madre: “Mira, éste está puesto para que en Israel unos caigan y otros se levanten, y como una bandera discutida”. Será signo de contradicción. Frente a él no es posible la neutralidad. También la nueva familia que Jesús propone no dependerá de la lógica y los lazos de la sangre, sino de la acogida de su palabra: “Madre y hermanos míos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”. La adhesión al mensaje de Jesús será motivo de unión o de división en el corazón de la misma familia y en la sociedad.

Fuente: LA PATRIA
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