Mis informados lectores deben haber escuchado repetir ciento de veces, al igual que yo, esa muletilla por parte de autoridades y dirigentes políticos del oficialismo para descalificar denuncias y críticas contra el Gobierno. En esa expresión hay una forma y un contenido que merecen ser analizados.
Formalmente es un recurso retórico para eludir el tema, mediante una suerte de descalificación y discriminación del adversario. Sin responder a la interpelación y al margen del contenido de la misma, se liquida la denuncia desacreditando al interpelante, con las consabidas variantes de la lepra política nacional: neoliberal, vendepatria, derechista, capitalizador y, últimamente, el peor de todos, “pro-chileno”. “No tienen moral” para criticar el Censo, porque observaron su preparación; “no tienen moral” para denunciar irregularidades del Gobierno, porque son “políticos”; ni para pedir transparencia en la gestión pública porque son neoliberales o para disentir, porque son librepensantes. Consecuentemente, cualquier ciudadano que quiera denunciar o criticar o disentir está “moralmente” inhabilitado para hacerlo.
Me corrijo. En rigor no “cualquiera”, sino cualquiera que no se haya convertido al “proceso de cambio”. Para los neo-conversos, y los hay muchos, hay perdón y olvido sin penitencia. Pero, ¿para qué preocuparse? Esos conversos serán los últimos en hacer una denuncia o reclamar por un acto irregular. Tal vez sea esa su penitencia: renunciar a la dignidad de pensar y actuar libremente.
Más interesante aún es analizar el contenido de esa muletilla. ¿A qué “moral” se refieren cuando lanzan esa afirmación?.
Hay una moral universal e innata en el hombre (kantiana) que, según las religiones, dimana de una ley divina, como la “Torah” de Moisés o la moral cristiana, y una ética “laica”, cambiante y evolutiva, como la que se basa en los “derechos humanos” o en las normas consuetudinarias de una cultura.
Por el contexto del discurso político, excluyo que en la muletilla de marras haya raíces éticas judeocristianas, de modo que se trata de una sui géneris “moral”, antineoliberal y antiimperialista, al servicio del poder.
Recuerdo que, en una sesión del Consejo Universitario de la UMSA de hace décadas, el entonces Decano de Economía, Eduardo Nava Morales, sugirió desconocer la firma de un convenio con el Gobierno de turno porque “nosotros tenemos una moral revolucionaria, ellos una moral burguesa”. Si esa fuera la intención de los que usan el sambenito objeto de esta columna, quedaría clara la valoración ética de otros comportamientos de algunas autoridades, como condenar el terrorismo sólo cuando se dirige en contra de un gobierno “revolucionario” o los bloqueos si interfieren con el “proceso de cambio” o a los movimientos indígenas si no son sumisos. Por ese camino es fácil llegar a dividir a las víctimas de un enfrentamiento en buenas o malas, según si pertenecen o no a nuestras filas.
Si así fuera, celebro que los “leprosos políticos” no tengan esa moral hipócrita y oportunista de los que se elevan a modernos savonarolas.
En estos últimos días hemos escuchado a autoridades del Estado repetir de memoria un mismo libreto en contra de medios de comunicación (incómodos para el poder) tachados de ser anti-patrióticos y pro-chilenos, con tal mala intención e hipocresía que me suscitan vergüenza ajena. Al contrario, nadie, ni el Ministerio-florero, se digna transparentar la propiedad de medios de comunicación “independientes” (más descaradamente alineados con el Gobierno), dizque en mano de capitalistas extranjeros. En fin, ¿A qué moral se refieren? ¿A la de Chaparina?.
(*) Es físico
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