Las ideas revolucionarias de tantos intelectuales y líderes de avanzada, de mujeres y hombres comprometidos con una causa rebelde que emancipe para siempre a la especie humana y la libere de sus cadenas materiales y espirituales, no han muerto, todavía perviven en viejas y nuevas generaciones, aunque de manera defensiva, como fruto de graves derrotas políticas en los últimos decenios, agudizadas por la traición de una considerable cantidad de cuadros de dirección, encaramados en instancias de decisión de los partidos políticos supuestamente anticapitalistas.
¿En qué sentido es necesario el comunismo? No como proclamas huecas de contenido, no como repetición mecánica de posiciones políticas, de reflexiones teóricas que correspondían a una realidad material de los siglos XIX o XX. El principal error de los comunistas anquilosados del último siglo fue trasladar mecánicamente ideas y posiciones correctas del pasado a un contexto diferente desde el punto de vista dialéctico. No quisieron reconocer que el mundo cambia aceleradamente en su forma y, en parte, en su esencia también, y que mantener viejos discursos para nuevas realidades es antimarxista y, por ende, antirrevolucionario.
Las ideas de justicia y libertad se adentran en épocas remotas de la Humanidad, no obstante como continuación de los socialistas utópicos de Europa (Tomás Moro, Owen y Fourier), solamente Marx, Engels y Lenin fueron capaces de sistematizar una teoría revolucionaria que sigue vigente en plena orgía de los capitalistas de turno. ¿Pero qué se debe recuperar de estos notables pensadores, humanos y por tanto no exentos de errores?: su método, o sea la forma de interpretar la realidad, para conocerla consecuentemente y transformarla a partir de la organización racional de las fuerzas sociales inmersas en la construcción de un nuevo régimen social, el comunista. Además, esta obra de inconmensurable magnitud debe estar basada en ineludibles premisas, a saber: una descomposición profunda de la totalidad social capitalista en todos sus ámbitos de manera tal que su poder ya no es suficiente para asegurar la cohesión de la sociedad en base a un paradigma de bienestar irrebatible; la existencia de un conjunto de clases y grupos sociales explotados y perjudicados sistemáticamente en la distribución del excedente productivo (en bienes materiales e ideas) y que se han convencido de que solamente el cambio de sistema, del capitalista al socialista avanzado, permitirá a la Humanidad romper con sus cadenas y alcanzar cumbres de desarrollo material y espiritual constante y justo; y, finalmente, la presencia de un instrumento político comunista, en esencia y no por nombre, dotado de un programa que recoja las mejores enseñanzas del pasado, en base a un diagnóstico acertado de la situación contemporánea y su proyección al futuro, además de la suficiente fuerza teórica, política y militar para enfrentarse a las huestes del capitalismo degenerado en todos los terrenos.
Ahora bien, ¿qué es lo que tenemos actualmente en 2013? El capitalismo está herido por sus crisis financieras, productivas y morales, de las que en el pasado ha sabido salir adelante “sin despeinarse” a un costo humano terrible, pero llevadero en función de su lógica angurrienta. No está moribundo, al contrario, se encuentra “vivito y coleando”. Por otra parte, las clases y grupos sociales explotados no piensan en la distribución absolutamente justa del excedente, simplemente en percibir un poco más de éste, olvidándose que los capitalistas en su fase imperialista no cederán nada sin lucha. Si el capitalismo puede ser capaz de salir de la actual crisis, también lo será de contentar a los grupos de “indignados” con migajas. En realidad los sectores contestatarios del mundo solamente defienden parcelas mediatizadas de poder. A ellos poco les interesa el futuro del planeta en su conjunto y, lo peor, no tienen dirección revolucionaria comunista. Finalmente, los llamados partidos comunistas y revolucionarios se reorganizan de manera lenta y con premisas equivocadas, muchos de ellos se proclaman seguidores de los muchos pensadores del pasado, pero asumen sus ideas de manera dogmática y errada (culto a Stalin o Trotski) y no se atreven a revisar y cambiar la teoría marxista, lo que no implica renunciar a ella, sino actualizarla en el siglo XXI de manera crítica en función de los hechos.
En este difícil contexto, los supuestos revolucionarios del socialismo del siglo XXI no son más que un enorme fraude que oculta su descarnado populismo neofascista. No son revolucionarios y el hecho de confrontarse con los Estados Unidos es solamente por la defensa de instancias de poder en los términos del mismo sistema de explotación capitalista que sigue vigente por más que lo nieguen. La verdadera revolución comunista muy probablemente llegará, pero no será pronto, quizás lo haga en el siglo XXII o en el XXIII, o la Humanidad se hundirá en el infierno de un totalitarismo fatal, en el “fin de la historia y de las ideologías”.
(*) Politólogo
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