El movimiento revolucionario comunista mundial en la actualidad
05 ago 2013
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
Después de un largo periodo de sombras, de las luces históricas del cambio social emerge un no tan embrionario, pero muy inocente movimiento comunista de resistencia a los oprobios del capitalismo voraz. Muchos partidos comunistas y otros revolucionarios han caído en las fauces reformistas del imperio brutal o han pervivido como voceros de un supuesto paraíso que nunca ha sido tal para la gran mayoría de la Humanidad. No obstante, auténticos comunistas han sabido emerger de un océano de barbarie reaccionaria y recuperar instrumentos de lucha. Subsisten en casi todos los países del mundo, pero sus concepciones, métodos y visiones de futuro son tan disímiles que es muy difícil hablar de una Internacional comunista orgánica de tipo marxista, a semejanza de las I y III que hubo en siglos anteriores.
Muchas organizaciones comunistas se han desarrollado sobre la base de programas que en lo esencial defienden concepciones clásicas del marxismo, pero que olvidan ingenuamente, y desde un punto de vista dogmático, que el mundo ha cambiado radicalmente.
No quieren atreverse, por miedo o tozudez, a entender que la teoría marxista no es un complejo muerto de ideas, sino una concepción que cambia en función de realidades concretas sin olvidar, en ningún momento, su origen y devenir revolucionarios, para hacer posible la sociedad nueva donde todos debemos ser iguales por oportunidades, pero diferentes en pensamiento y obra.
Así, en los manifiestos y documentos de muchísimas reuniones internacionales se sigue proclamando un apoyo cuasi religioso a Stalin y sus concepciones, sin entender dialécticamente que esta singular persona causó más daño que beneficio a la causa comunista. En su “fervor revolucionario” ni siquiera se atreven a revisar la teoría de Marx a fondo, para interpretarla en la realidad presente, asumiendo el método dialéctico como instrumento principal y fundamental de análisis, además de sacar conclusiones válidas para el futuro revolucionario.
Por otra parte, estos supuestos continuadores de la utopía revolucionaria se aferran a cualesquier movimiento social, despreciando las proféticas palabras de Lenin, quien dijo que existen naciones reaccionarias, por mencionar a Polonia, afirmación que tranquilamente se puede ampliar a grupos que a título de contestatarios al sistema capitalista, solamente defienden intereses de grupo -sean de clase, étnicos, laborales o de cualquier tipo- pero, en cualquier caso, no revolucionarios. No tienen una idea clara de las tareas a asumir y se hunden en el pantano de la confusión teórica. Solamente han entendido el marxismo como cambio, sin comprender su contenido de transformación profunda. Repitiendo lo que es esencial a la concepción del mundo comunista, la revolución social totalizante de nuevo tipo implica la transformación radical de estructuras e ideas para hacer posible lo que soñaron los fundadores del cambio trascendental: una sociedad de iguales, pero también diferentes, no en el modo de apropiación del excedente material y de ideas, sino de su multiplicación.
Los neopopulismos, supuestamente socialistas, responden coyunturalmente a la degeneración del neoliberalismo, pero se inscriben bajo condiciones tardías en un escenario parecido, que no igual, al que se desarrolló en el siglo XX en Latinoamérica. Creen casi religiosamente que dando bonos míseros a los pobres se solucionarán situaciones estructurales que implican necesariamente planteamientos radicales. Como llegaron a situaciones de gobierno, y en su caso de poder, piensan que solamente incluyendo a partidos que nunca fueron comunistas en esencia, pero sí de nombre, y apelando al nombre de Marx y Lenin ya se pueden llamar socialistas. Un error muy común que no condice con los principios marxistas.
Y ahora, ante la crisis estructural del capitalismo, se ha desatado una epidemia de movimientos contestatarios al sistema, pero desde una perspectiva supuestamente revolucionaria, son los llamados “indignados”. Son millones de personas, mayormente de clase media, que gozaron de las facilidades que les dio el capitalismo en su momento de auge y que incurrieron en conductas racistas con los más débiles, y que hoy reclaman al patrón sus privilegios, muy relativos, perdidos por la crisis del sistema. No son confiables y con toda seguridad, sin línea e instrumento revolucionarios, caerán nuevamente en los tentáculos del capitalismo. Y los verdaderos revolucionarios comunistas deberían dejar de ilusionarse con estos movimientos, a no ser que influyan decisivamente desde adentro en sus motivaciones, luchas y devenir.
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