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Domingo 04 de agosto de 2013

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Cultural El Duende

El puente de Carlos

04 ago 2013

Fuente: LA PATRIA

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Ya desde el siglo XVI se extiende sobre el río Moldava el puente de Carlos, el monumento gótico más importante de la arquitectura de la Edad Media en Bohemia. Cuando la construcción anterior, todavía del siglo XII, el puente de piedra de Judith, se vio afectado en 1342 por los fuertes hielos del Moldava, hubo que tender un nuevo puente. El Astrólogo de la Corte calculó el día exacto: el Emperador Carlos IV debía poner la primera piedra del nuevo puente el noveno día del séptimo mes del año 1357, a las 5 horas y 31 minutos. El joven Maese Peter Parler, de Schwäbisch Gmünd, no perdió tiempo, pero las obras duraron hasta bien entrado el siglo XVI.

Los 16 arcos que se extienden sobre el Moldava son algo imponente, y han sido durante casi medio milenio el único enlace entre la Ciudad Vieja y la Kleinseite. Aunque las leyendas populares ensalzan la solidez del puente, el puente de Carlos se derrumbó una vez: el 4 de septiembre de 1890, el sexto y el séptimo arco no resistieron el embate de la corriente, cayeron estatuas al agua y dos personas se ahogaron. La principal unión entre la Ciudad Vieja y la Kleinseite quedó entonces interrumpida al tránsito durante dos años enteros.

Sobre el puente de Carlos también sucedieron algunos hechos históricos, como la heroica lucha de los habitantes de Praga contra los invasores suecos durante la Guerra de los Treinta Años. Buena parte de los valiosos ornatos fueron destruidos durante el ataque de los suecos en su paso hacia la torre de la Ciudad Vieja pero, ya antes de la cruz del puente, los nórdicos tuvieron que batirse en retirada.

La primera de las treinta figuras del puente fue erigida en 1657: es un crucifijo de hierro fundido, al que se añadió una leyenda hebrea en 1696. La segunda es la de San Juan Nepomuceno, hecha en bronce en Nuremberg en 1683. De aquí partió el culto a San Juan Nepomuceno, que pronto se extendió por Bohemia y por toda Europa. Hay innumerables puentes y pasajes adornados con estatuas e imágenes del santo, que recuerdan el terrible martirio del santo de Bohemia sobre el puente de Carlos.

En un poema juvenil de tres estrofas compuesto en 1903 para su amigo Oskar Pollak, Kafka muestra su respeto por el puente de Carlos y su santo:

“Hombres, que cruzan puentes oscuros,

pasando junto a Santos

con débiles lucecitas.

Nubes, que recorren el cielo gris

pasando junto a iglesias

con mil torres que condenan.

Y uno, apoyado en el pretil de sillería

que mira en el agua de la noche,

las manos sobres viejas piedras.

También en el relato de carácter visionario “Descripción de una lucha” otro texto temprano de Kakfa, el puente de Carlos es parte de la trama: dos paseantes cruzan de noche el solitario puente, de forma que el relator, en primera persona, se alza raudo sobre el pretil y rodea nadando las estatuas de los Santos. Así, los dos viandantes nocturnos también llegan al grupo de estatuas erigido en 1784, que muestra al pequeño Venceslao con su abuela Ludmila: ‘Siempre amé las manos de este ángel, a la izquierda’ dijo mi conocido señalando la estatua de Santa Ludmila. ‘Su ternura no tiene límites y los dedos que se abren, tiemblan. Pero, desde esta noche, esta manos me son indiferentes, puedo decirlo, porque he besado manos’. Entonces me abrazó, besó mis ropas y me dio un cabezazo en el cuerpo”.

Cada vez que Kafka paseaba por el puente de Carlos de camino a Kleinseite, lo cual hacía con frecuencia podía admirar los testigos petrificados de una religiosidad católica que todavía estaba viva en Praga. Los motivos, figuras, símbolos y leyendas cristianas no dejaron de tener efecto en el poeta y místico judío. En una carta a Minze Eisner ( que venía de Teplitz y Kakfa la conoció durante su estancia en Schelesen), habla en 1920 de un relieve bajo el grupo de estatuas del dominicano San Vicente Ferrer y de San Procopio, el santo patrono de Bohemia. Ese grupo de figuras, del escultor barroco de Praga Johann Brokoff y de su hijo Ferdinand Maxilmilian, se colocó en el puente de Carlos en 1712. Según la leyenda, San Procopio, abad del Monasterio de Sazawa y durante un tiempo ermitaño, domó al diablo y lo educó como su sirviente: “Cada uno tiene su propio diablo interior mordaz, que destruye las noches, lo cual no es ni bueno ni malo, es la vida. Si no lo tuviéramos, no viviríamos. Lo que condena en sí mismo es la propia vida. Este diablo es el material (un material realmente maravilloso) que cada uno ha recibido al nacer, y con el que se debe llevar a cabo alguna misión. Si se ha trabajado en el campo, ello no excusa de su conocimiento, bien al contrario se ha de guiar al propio diablo como se guía a pastos mejores a un animal al que antes sólo se ha alimentado en las calles de Teplitz. Sobre el puente de Carlos en Praga, hay, debajo de una estatua de un santo, un relieve que muestra su historia. El santo ara un campo y tiene un diablo uncido al arado. Aunque éste aún está furioso (es decir, se encuentra en una fase de transición, de modo que mientras el diablo no esté también satisfecho, no hay una victoria completa), rechina los dientes, mira hacia atrás con ira a su amo y recoge enérgicamente la cola, pero sí está bajo el yugo. Ahora bien, usted, Minze, no es un santo y tampoco debe serlo, pues no sería necesario, aunque sí sería penoso y triste que todos sus diablos tuvieran que tirar el arado, pero a la mayoría de ellos les vendría bien, y sería una buena acción que así usted habría realizado. No lo digo porque yo lo vea así. En su interior, usted mismo lo desea”.

“Franz Kafka y Praga” por Harald Salfellner,

edición Vitalis 2007.

Fuente: LA PATRIA
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