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Domingo 04 de agosto de 2013

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Por ejemplo, los gitanos (2)

04 ago 2013

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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El tema de las identidades colectivas nos llevó al caso de los gitanos; y entonces acabé anunciando que el tema y el caso pedían una ampliación de las reflexiones. Vamos allá.

Y para ello hemos de recordar uno de sus trasfondos: la prolongada y terca tarea de organizar la telaraña ‘multiculturalista’ como una especie de sistema por defecto en las sociedades europeas: con los turcos en Alemania, con los árabes, los africanos, los asiáticos y los latinoamericanos casi por doquier. Sus constructores suelen ser dogmáticos: muy conscientes de las metas que les han asignado sus financiadores, pero sordos a la voz de la realidad. Y con tanto desajuste entre el dogma y la realidad, nadie debería sorprenderse o escandalizarse de que se acabe perdiendo de vista la realidad.

* * *

Vamos, pues, a los gitanos. El dato elemental es que se trata de una etnia que en diferentes grados mantiene un estilo de vida nómada (o seminómada); hasta hace cuatro días con sus carromatos tirados por más o menos escuálidos machos y actualmente, movilizándose con vehículos a gasolina, recorren diferentes rutas europeas, tradicionales o recientes; por las noches acampan donde pueden (es decir, donde la noche les cae encima); una vez ‘establecidos’ en un campo o en un barrio o en las periferias de las grandes ciudades, o en espacios ‘desocupados’, pueden mantenerse por cierto tiempo, dedicándose a algún trabajo artesano ofreciendo sus variados servicios por las calles de las ciudades. Mientras esto dura, el grupo ofrece en las ciudades un espectáculo inédito: gente desconocida ha hecho de las calles, plazas o terrenos vacíos su ‘residencia’. Aunque, tampoco tiene tanto de raro, pues un poco por doquier se ha ido aclimatando a la presencia de grupos humanos ‘ocupadores’ de espacios públicos como signo de sus reivindicaciones; o con los hippies que ofrecen su música o su artesanía barata. Los gitanos, en cambio, no reivindican propiamente nada. Si acaso, se limitan a poder practicar su estilo de vida.

Y esto, en una sociedad que algunos han declarado ‘multicultural’, parece que no debería ser fuente de conmociones; pero los hechos demuestran lo contrario. Claro que –ya lo he dicho– la realidad de los hechos no suele interesar a los activistas defensores de cualquier causa; el vacío creado por la distancia entre sus dogmas y la realidad la suelen llenar con su arsenal dialéctico, hecho de ‘marginaciones’, ‘discriminaciones’, ‘racismos’, ‘xenofobias’, ‘invisibilizaciones’ y otras maravillas. Porque los activistas están para imponer sus ‘causas’, pues ésta es su ‘misión’; y si la realidad no encaja con sus metas, hay que cambiar (léase, ignorar) la realidad, nunca sus metas: su dogmatismo se lo impide, pues lo considerarían una traición de su parte; además, en ello se juegan su fuente de trabajo, es decir, de supervivencia.

* * *

Si esto funciona así, no es de extrañar que en nuestra prensa haya quien, muy suelto de cuerpo, afirme de los gitanos que “padecen una discriminación más grave que ningún otro grupo étnico minoritario de Europa”; pero ni se le ocurre preguntarse a qué se refiere cuando suelta el archiconocido término de ‘discriminación’; y tampoco cuando consagra otro dogma de fe al decir que el gitano “carece de la instrucción necesaria para competir con éxito en el mercado laboral” (Página siete, La Paz, 1º enero 12).

Puede tener cierta utilidad que hagamos algo que no hacen los activistas: analizar el conflicto que origina la simple presencia gitana en las sociedades europeas.

Y no hay otro punto de partida que el estilo de vida gitano. Son nómadas (o seminómadas); es decir, que propiamente no tienen una residencia estable o fija; por tanto, que hablando en propiedad no son ciudadanos de este estado, ni del otro ni del de más allá, Y esto, para empezar, ya hace chirriar los rieles de la ciudadanía estatal de Europa. Dado que no hay ‘tierra de nadie’, sino que toda está ocupada por algún estado concreto, cada quien ha de poder demostrar su identidad ‘x’ o ‘y’ o ‘z’. Claro que no se trata sólo de un asunto de papeles; porque eso que llamamos ‘ciudadanía’ no se acaba con el carnet o el pasaporte, sino que incluye necesariamente una responsabilidad ante la colectividad; y esta responsabilidad tendrá su reflejo tanto en los prosaicos aportes fiscales individuales como en los más o menos envidiables beneficios ciudadanos (educación, salud, infraestructuras de uso más o menos general, etc.; y en último término, la ‘seguridad’ que cabe esperar de un estado de derecho).

Y para que el ciudadano ‘X’ se beneficie de lo que llaman cabalmente del ‘estado del bienestar’, también debe aportar a la Hacienda Pública administrada por el Estado. Ahora bien, en el caso de los gitanos nómadas (o seminómadas), ¿podrán reivindicarse seriamente como aportantes de fiscalidad para poder también reivindicarse como receptores de bienestar? Pero en el caso de los gitanos, antes de caer en la cuenta de que alguien que no aporta no puede reclamar contra injusticias, debemos caer en la cuenta de algo previo: una población juvenil nómada (o seminómada), ¿hay alguien que pueda explicar cómo puede acceder a una escolarización que supuestamente debería habilitarlo para competir en el mercado de trabajo?

* * *

Y por este camino vamos retrocediendo al punto ‘0’ de la elementalidad. Está claro que hay un choque aparentemente insuperable de ‘estilos de vida’: cabría que los gitanos se sedentarizaran y empezaran a ajustarse a las reglas de juego de las sociedades europeas actuales, con sus buenas y no tan buenas consecuencias; también cabría (por lo menos en teoría) que los gitanos renunciaran a los beneficios del bienestar social para que, tranquilos y sin sobresaltos, pudieran seguir viviendo según su estilo de vida nómada (o seminómada). El conflicto surge cuando se reivindica una especie de menú a la carta, tomando de cada bandeja la pieza que me place, dejando la que me cae mal o simplemente no me atrae. Porque esto es, exactamente, lo que postulan los ‘ayatolas de la multiculturalidad’. Y más en concreto, los activistas defensores de la gitanidad…

Y así llegamos al punto neurálgico: el de la miseria intelectual (¿y moral?) de (los promotores de) aquella superchería llamada ‘multiculturalidad’. Supongamos que los gitanos renunciaran a su estilo de vida para ‘integrarse’ en el estilo de vida predominante (o universal) en la sociedad europea; es decir, que se sedentarizaran y abandonaran su nomadismo (o seminomadismo). Bien mirado, no harían otra cosa que lo que desde hace siglos (¿milenios?) han venido haciendo sucesivas generaciones de labradores rurales al migrar a las ciudades que ofrecían un estilo de vida diferente con mejores ofertas salariales (además de todas las demás ‘candilejas’ de la ciudad), pero renunciando necesariamente a los encantos de la vida ‘bucólica’ y ‘natural’ del campo. Si acaso, una de las pocas diferencias es que hasta hace cuatro días el poder de los activistas de causas vagamente humanitarias era prácticamente invisible (por lo menos con las ínfulas que actualmente se auto otorgan).

¿Dónde está propiamente la miseria del activismo y de la ‘oferta’ multiculturalista? En que, suceda lo que suceda, siempre tendrá una ‘causa’ para blandir contra la sufrida y medio estupefacta ciudadanía. En efecto, si los gitanos decidieran integrarse en las sociedades realmente existentes, vociferarían de ‘etnocidio’ por la extinción de una forma cultural amenazada; pero si los gitanos decidieran persistir en su estilo de vida ‘diferente’ (léase: nómada o seminómada), también echarían en cara de la sociedad la retahíla de maldiciones al uso: ‘racismo’, ‘xenofobia’, ‘discriminación’, ‘marginación’, ‘invisibilización’, etc., etc. Con ello el activismo humanitario se autogarantiza seguir viviendo del ‘cuento’ en unas condiciones de vida realmente incomparables con la de sus ‘defendidos’, ‘protegidos’ y ‘reivindicados’. Y por si faltara algo, todo va coronado con la aureola de su ‘superioridad’ y de una ‘incorruptibilidad’ morales. Versión que en la postmodernidad ha tomado la vieja tea de los temibles predicadores que en la Edad Media, con sus amenazas del infierno, no dejaban dormir a los devotos y pecadores cristianos.

Ésta es la verdadera cuestión que anda por medio de la ‘cuestión gitana’. Bien mirado, todo puede reducirse a estas tres preguntas.

La primera, cómo puede justificarse la ‘discriminación invertida’ que consiste en que gente que no paga impuestos deba poder beneficiarse de los beneficios del estado del bienestar, a costa de quienes sí los pagan (a disgusto, claro).

La segunda, cómo se sostiene la ‘pertinencia multiculturalista’ cuando a la postre vemos que consistiría en defender la ‘solidaridad en los (deseados) beneficios’ y la ‘insolidaridad en el (indeseado) aporte fiscal’ de dos grupos de ciudadanos; todo encubierto bajo una confusa ‘diferencia’ (con frecuencia, otro dogma) que a toda costa se pretende conservar como una más de las ‘diversidades’ de la tierra en peligro de extinción.

Y la tercera, con qué argumentos ha de poderse imponer jurídicamente el funcionamiento de tan inequitativo sistema sobre los sufridos (o no sufridos) hombros de los ciudadanos contribuyentes. Porque no hay más cera que la que arde. ¿No le parece?

¿Seguiremos?

Fuente: LA PATRIA
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