La crisis económico-financiera de Europa sigue golpeando al ciudadano en particular y a la sociedad en general. Es un cuadro socio-político que engendra inseguridad, inestabilidad, incredulidad y pesimismo. Esta inestabilidad psicológica en el individuo y su paralelo político en el campo social transforma fácilmente el populismo nacionalista en una ansiedad romántica.
Escribir la palabra populismo implica asociaciones detestables como demagogia, rechazo a la negociación institucional, desprecio al expediente democrático y casi siempre adoración a un caudillo. Pienso que populismo no llega a ser un concepto y si lo es, acusa de imprecisión porque con la palabra se ha designado un sin número de experiencias políticas algunas de izquierda otras de derecha.
Sin tener la intención de plantear una definición me atrevo a decir que hay una diferencia entre el populismo de ayer y el de hoy. El del pasado era la hostilidad de los de abajo por los de arriba. Las elites eran dueñas de las instituciones y se distribuían los privilegios entre ellos. Según los populistas de entonces la política se alimentaba de la fantasía de la igualdad que en la realidad era desigualdad. Entonces había que destruir a la elite para procurar una igualdad nueva sin la fantasía de la política. Esa tarea estaba reservada al pueblo, pero como el pueblo no podía gobernar por su número, aparecía el caudillo, el intérprete de la voluntad de ese pueblo. El líder decía: “Soy un pedazo de ustedes” y su presencia borraba el tiempo, porque el futuro, al ser del pueblo, llegaría automáticamente. ¡Obediencia y respeto al caudillo! Tres emblemáticos: Hitler, Mussolini y Franco.
El populismo postmarxista o neo-populismo no rompe definitivamente con las instituciones de la democracia representativa, las usa, asumen el poder a través de ella y se mantienen en él gracias a esas normas, pero actúa con dudas frente a las leyes, por eso las hace de nuevo más ajustadas al “pueblo”. Es lo que está pasando en Hungría. Los populismos contemporáneos son conglomerados policlasistas unidos por la vieja idea de destruir la fantasía de la política, por eso su carencia ideológica, que es remplazada por palabras claves, las unas positivas y las otras negativas; entre las primeras están: pueblo, nuestra cultura, nuestras costumbres, nuestra religión y las negativas-unificadoras son, entre otras, neoliberal, imperio, unión (europea pero con remembranzas a la Unión Soviética), anti nacional, partidocracia.
El populismo cree en la construcción imaginaria del “nosotros”, en esa etapa aparece el nacionalismo como una herramienta válida. “EL otro”, hace su aparición en el discurso oficial como causa de las injusticias del pasado y del presente. La crisis se explica como algo externo, un virus inoculado por los anti nacionales.
La crisis actual, en la realidad tiene causas exteriores e interiores, pero afecta a todos, a los nacionales y a los vecinos, deja de ser solo “nacional”. Esa realidad debiera impulsar a los verdaderos políticos, los que aún creen que la política es voluntad de cambio, a crear un tejido identitario de tipo universal o por lo menos con vocación universalista en lugar de callar ante el retorno del pensamiento tribal.
El silencio de los partidos sobre todo socialista, socialdemócratas, liberales de viejo cuño, ayuda a que el nacionalismo se etnifique. El conflicto social sale de sus moldes sociológicos para quedar atrapado en unas redes muy estrechas y peligrosas que tiene nombre propio: Fascismo igualitarista, monocorde y autocrático.
Admito que los valores universales en este viejo continente sufren el embate de las particularidades como la corrupción de derecha e izquierda, la aparición de la nueva plutocracia financiera y el adelgazamiento de las funciones del estado. El proyecto común que planteaban los partidos europeos de la postguerra quedó malogrado, por eso se explica la aparición de los grupos anti sistémicos, que al carecer de discurso, tornan por automatismo en populistas y toman el nacionalismo como la panacea.
En esta hora dramática y de crisis de la eficacia institucional lo que se necesita no son populismos nacionalistas que dividan a la sociedad entre nosotros y los otros, como ya ocurre en Hungría. Lo importante es retomar la historia y su dialéctica.
La democracia tiene sentido porque en primer lugar, garantiza el derecho a la disidencia, porque estimula la organización independiente y soberana de la gente, porque previene el exceso de alarmas y resguardos y porque el “ser ciudadano” es la identidad universal.
La democracia de plazas llenas, puños duros y caudillos afables no tiene diversidad política que responda a la diversidad social, no cuenta con resguardos frente al peligro de la arbitrariedad, en síntesis es una democracia sin ciudadanos.
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