Putin y su apuesta oportunista al capitalismo y al nacionalismo ruso
26 jul 2013
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
Gravemente enfermo y desmoralizado, Yeltsin entregó el poder presidencial (el último día de 1999) a Vladímir Vladimírovich Putin, un ex-funcionario del Comité de Seguridad del Estado (KGB), quien ha sabido recrear una oligarquía central y regional fiel a sus intereses de poder, adaptando muchas instituciones del antiguo sistema socialista a sus designios individuales. Además, el nuevo líder ruso ha dado fin a la desenfrenada entrega de empresas estatales a capitales privados y si lo ha hecho ha sido de forma más moderada. Por otra parte ha puesto candados a las actividades de empresarios que, en su angurria capitalista, adquirieron un poder inusitado, incompatible con las ideas del nuevo capataz del Kremlin. Pero, no se trata de un viejo comunista arrepentido de la oleada antisocialista de su predecesor, al contrario es un político de agudo olfato que ha sabido leer en los hechos las medidas a asumir a fin de reproducir el poder actual que de comunista no tiene ni la forma, peor todavía el fondo. El capitalismo de estado es su principal instrumento económico.
Este dirigente de la vieja escuela totalitaria de Stalin no es ningún enamorado de las glorias pasadas de la Unión Soviética, a él le interesa el patriotismo de los rusos solamente en tanto éste asegure y fortalezca su poder y el de su élite gobernante. Todo lo que ha hecho, hace y hará en el futuro está en función de posiciones de grupo. Y Putin no puede ni debe eliminar al Partido Comunista de la escena política, al contrario, sabe que conviviendo con él se asegura su control, ya que su ilegalización llevaría a los bolcheviques al escenario en el que mejor pueden desenvolverse y les daría el pretexto ideal para, desde la clandestinidad, luchar radicalmente contra el estado de cosas actual y buscar la restauración armada del socialismo, ya no solamente en territorio ruso, sino en el de todas las repúblicas ex-soviéticas.
Más amistad con los Estados Unidos, al punto de contraponer los intereses propios a los ajenos, sería contraproducente para Putin. Durante la década pasada, la percepción de Rusia respecto de las verdaderas intenciones de Estados Unidos para con ella se despejaron, al punto que en ocasión de la celebración del 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial el presidente Putin, sentenció que "La desaparición de la Unión Soviética había sido una catástrofe geopolítica, puesto que no solamente se había perdido la Guerra Fría, sino que Rusia, su heredera, podía perder lo que se había ganado en la Gran Guerra Patria". Sin duda fue la expresión más contundente en relación con aquella percepción nacional. Y el nacionalismo de los rusos, aún cuando en su forma chovinista, le conviene al mandamás ruso.
La popularidad de Putin, que proviene de su reputación como líder fuerte y efectivo, se conserva en contraste con la impopularidad de su predecesor, pero depende de una continuidad de la recuperación económica. Putin llegó al cargo en un momento ideal, después de la devaluación del rublo en 1998, lo que elevó la demanda de bienes domésticos, mientras los precios mundiales del petróleo crecían. Por ello, muchos le atribuyen a él la recuperación, pero su capacidad para resistir a una caída repentina de la economía no ha sido probada.
Muchos rusos hoy en día se lamentan por la disolución de la Unión Soviética en 1991, especialmente los de generaciones mayores, quienes llegaron a ver la llamada "era del estancamiento" bajo el mandato de Brézhniev como una especie de época dorada. Unos pocos, más ruidosos que abundantes, identificaron sus aspiraciones con Stalin. Así, en el imaginario de los rusos se ha arraigado la idea de que en el socialismo de la “nomenklatura” vivían mejor, lo cual es evidentemente cierto para la gran mayoría de la población. En repetidas ocasiones, incluso Putin indicó que la caída del gobierno soviético había llevado a pocas ganancias y demasiados problemas para muchos ciudadanos rusos. En el momento de la caída en 1991, una proporción significativa de la población, prácticamente la mayoría absoluta, miró esperanzadoramente al futuro, pero ahora, tristemente, no ven nada bueno en el horizonte y cada vez más frecuentemente echan la vista atrás, hacia unos tiempos más prósperos y felices.
Y en este contexto, el Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) no ha perdido su poder sobre la conciencia de millones de ciudadanos. Su capacidad de influir sobre los acontecimientos futuros es todavía muy consistente y en esta verdad radica el futuro del movimiento comunista mundial.
(*) Politólogo
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