Como todavía está en cartelera, fue grande la tentación de efectuar “puntualizaciones”. Tres temas están a la vista. El incidente en sí, las reacciones del damnificado y la inesperada intervención de Brasil. El bloqueo (que Dios maldiga) es definitivamente malo, pésimo. Por eso los involucrados, aunque sea a regañadientes, expresaron sus disculpas. El que no se disculpó ante el país fue el jefazo. De no comedirse en ofrecer asilo a un prófugo, no sería sospechoso y el poderoso Falcon 900 hubiera ascendido a El Alto para aterrizar sin novedad.
Una pregunta circuló con insistencia: si se trataba de otro país, ¿igual se producía el bloqueo? Por lo que se supo, la respuesta fue unánimemente negativa. Entonces es posible que Bolivia haya sido considerada el punto preciso para lanzar el ensayo de una advertencia velada. Si eso fuera cierto, no tendría asidero la suposición de que el presidente indígena – por indígena – sea el damnificado. El problema es de otra naturaleza y de otro escenario. Lejos del “mundanal ruido” plurinacional andino.
El exagente de la CIA estaba en fuego cruzado. Bolivia, sin considerar cuánto significaba meterse al baile, quiso actuar como punta de lanza. Rusia, con tener el peso que tiene frente a los EE.UU., supo ser cauto y medido en sus reacciones; planteó una condición dura para conceder asilo a Snowden: no hablar en contra de su país. Hay principios que respetar. Nobleza obliga, aún tratándose de enemigos. Un gran rival no busca ganar la batalla como sea.
En esa perspectiva correcta, Bolivia debía actuar con mesura diplomática. Lo cortés no quita lo valiente, dice una sentencia. La destemplanza pasional revela más que fortaleza, debilidad. Las frases agresivas, los calificativos groseros, los gestos desafiantes, denotan claramente la pequeñez espiritual y moral de quienes las usan. En respuesta a esas estridencias, pese a ello, un mandatario europeo dijo que Bolivia sigue siendo prioridad entre los países latinoamericanos. Una lección de señorío que hay que aprender.
Pero cuando los “termocéfalos” (cabeza-calientes) se ensañaban sin tregua con los países allende el mar, de pronto surge la colosal figura del vecino para señalar al “fariseo en el antro de su iniquidad” (frasecita que suscribiría con gusto como suya el Vice). El 2011 se incurrió en el mismo delito por el que se sienten ahora víctimas. En uno de los tres aviones requisados se encontraba el propio Canciller quien, indignado por la doble moral, confirmó la verdad y calificó el hecho como “abusivo, condenable y lamentable”. Se violó la inmunidad diplomática.
Obviamente, ya no se podía sostener la postura de que sólo era una “broma o una tomadura de pelo”; pero entre los ministros la más avezada “termo” encontró otra salida. En su criterio, aquello de Amorim era un “incidente menor, meramente técnico, sin ninguna gravedad” comparado con lo del “hermano Evo”. Se olvidó que hay normas de cobertura universal, y que ante la ley todos son iguales. Lo que más bien falta es que todos los socios de la ALBA corran a Brasilia como a Cochabamba, para solidarizarse fervorosamente con el otro damnificado que es ahora Brasil.
(*) Pedagogo y escritor
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