Lo primero que tiene que quedar claro es que el aborto ya está legalizado en Bolivia. Y está legalizado no sólo porque está legislado sino porque tiene un status jurídico dentro del Código Penal: existe todo un capítulo destinado a esa figura.
Por ello, con excepción de aquellas personas que equivocadamente hablan de “legalización del aborto”, lo que ahora pretenden los activistas de esta figura es su despenalización; es decir, que se deje de tipificarla como delito o falta.
¿Tiene sustento esta posición? Los innumerables testimonios sobre las consecuencias del aborto clandestino parecen respaldarla pero, luego de años de un debate que suele acicatearse cada cierto tiempo, no terminan de convencerme.
La mayoría de los testimonios apuntan a la necesidad de respetar la libre determinación que la mujer debería tener con su cuerpo y a la necesidad de que el aborto se practique en las mejores condiciones clínicas posibles con el fin de evitar riesgos para la embarazada.
Lo que los activistas parecen no tomar demasiado en cuenta es que el aborto no se refiere sólo a la situación de la embarazada sino también a la del ser que lleva dentro. Debido a ello, tanto la Iglesia Católica como quienes se oponen al aborto señalan que lo que realmente está en juego es el derecho a la vida.
¿Será un ser vivo aquel que aún no ha nacido?
Más allá de posiciones religiosas y/o sentimentales, la ciencia ya ha determinado que en el núcleo celular existen unos filamentos en forma de bastoncillos denominados cromosomas cuyo número determina cada especie animal o vegetal. El número de cromosomas de una especie es una característica tan importante que puede determinar a cada cual. Así, un mosquito tiene seis cromosomas, la mosca 12 y la abeja 16. Uno de nuestros parientes más cercanos, el chimpancé, tiene 48 cromosomas.
El ser humano tiene 46 cromosomas pero, para llegar a esa cifra, es preciso pasar por el proceso denominado fecundación. El espermatozoide tiene 23 cromosomas y el óvulo otras 23, razón por las que se denomina haploides, células que sólo contienen la mitad del número normal de cromosomas. Cuando el espermatozoide fecunda al óvulo, los cromosomas de ambos se suman, se complementan —porque son mitad y mitad— y el resultado es un ser humano, uno con 46 cromosomas.
Entonces, el óvulo recién fecundado no sólo es un ser vivo sino un ser humano. No importa que le falten ojos, orejas, dientes y todos aquellos elementos que irán desarrollándose en su cuerpo conforme avance la gestación… si es que avanza ya que el aborto detiene el proceso.
En su artículo 1, el Código Civil boliviano dice que “el nacimiento señala el comienzo de la personalidad” pero agrega de inmediato que “al que está por nacer se lo considera nacido para todo lo que pudiera favorecerle…” validando la teoría de la vitalidad.
Por ello, no sólo el feto sino el óvulo que está en el vientre materno es un ser vivo, un ser humano y cualquier acción en su contra debe ser considerada como tal. Si se mata al óvulo o al feto, entonces se está cometiendo el delito de asesinato.
¿Y la madre qué? Legalizado como está, el Código Penal boliviano permite el aborto en ciertas condiciones que incluyen el honor de la mujer (artículo 265) e incluso tiene la figura del aborto impune, tipificada en el artículo 266: “cuando el aborto hubiere sido consecuencia de un delito de violación, rapto no seguido de matrimonio, estupro o incesto…”.
¿Para qué quieren despenalizar el aborto?... ¿para quitarle la condición de delito a un asesinato que, para colmo se lo ejecuta contra un ser que no puede defenderse?
Los activistas tendrán que explicarse mejor para que no los consideremos defensores de asesinos.
(*) Premio Nacional en Historia del Periodismo
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