Yeltsin como el destructor del socialismo y restaurador del capitalismo salvaje
21 jul 2013
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
Los errores estratégicos de los supuestos defensores del socialismo soviético en 1991, cuando organizaron un golpe militar contra el traidor Gorbachov, acabaron en la entronización de un neofascista, Borís Nikoláyevich Yeltsin, como un nuevo poder del capitalismo en Rusia. ¿Cómo convocar a la defensa del socialismo sin haber preparado el escenario de acuerdo a lo que decía Lenin? Surgieron muchas dudas y cuestionamientos en torno a los verdaderos fines de los que dirigieron el levantamiento militar, altos jefes de las Fuerzas Armadas y de diversas instituciones soviéticas. Si se pretendía salvar el socialismo, ¿por qué no se organizó y armó a los verdaderos comunistas para la defensa de la Revolución? Y ¿por qué no se detuvo a los principales líderes de la conspiración anticomunista, Yeltsin entre ellos, antes de iniciar los movimientos de tropas y equipo militar?. Estas son preguntas sin respuesta hasta hoy.
Yeltsin actuó astutamente en este proceso ya como Presidente de Rusia. Durante decenios se mantuvo a la zaga del Partido Comunista, trepando de a poco en base a las dádivas de sus mentores como Gorbachov. Solamente cuando fue nombrado por este último como Primer Secretario del Partido Comunista en el distrito de Moscú, sacó a relucir sus garras arteras. Al principio se mostró como un dirigente bonachón, aparentemente voluntarista, que criticaba la burocracia y a sus sujetos políticos, además de buscar el bienestar del pueblo. En realidad no hizo nada por las masas, pero las hechizaba con su discurso populista incendiario. El supuesto golpe, ni a eso llegó por su precariedad absoluta, le sirvió para ilegalizar al Partido Comunista y lograr la disolución de la URSS en contubernio con los presidentes de las Repúblicas de Ucrania y Bielorrusia y con el aval vergonzoso de Gorbachov. Los líderes de las potencias capitalistas quedaron maravillados ya que prácticamente sin esfuerzo lograron la destrucción del enemigo odiado durante más de siete décadas.
Ahora se trataba simplemente de desmantelar las instituciones soviéticas y Yeltsin lo hizo de manera impecable. A la ilegalización del PCUS siguió la persecución de comunistas en todos los órganos del Estado. Yeltsin se comprometió a transformar la economía socialista de Rusia en una economía de libre mercado e implementó la terapia de choque económico, la liberalización de los precios y los programas de privatización. Debido al método de privatización, una buena parte de la riqueza nacional cayó en manos de un pequeño grupo de oligarcas. Las empresas estatales fueron subastadas a precio de gallina muerta y grupos de mafiosos, muy mimetizados durante el régimen soviético, salieron a la luz pública para sembrar el terror y apoderarse impúdicamente de importantes esferas de poder, ante el desconcierto de los comunistas conscientes que no estaban preparados para semejante ofensiva de las fuerzas de la reacción por años de educación dogmática y acrítica.
Las ideas de la libre empresa, de la libertad de religión y expresión se difundieron en su peor forma por todas las regiones de la extinta URSS. En sus 15 países sucesores se pasearon con todo desparpajo los virus del nacionalismo más recalcitrante, rayano en una suerte de neofascismo, especialmente en Letonia, Lituania, Estonia y parte de Ucrania. Debido a la inflación galopante, producto de una política económica criminal de Yeltsin y sus colaboradores, bien adiestrados por asesores norteamericanos y europeos, las pensiones de los jubilados se redujeron a miserias y después de décadas volvieron el desempleo, el descenso del nivel de vida y todas las lacras posibles del capitalismo voraz y salvaje, condenando a la miseria a millones de ciudadanos. La salud y la educación cayeron en una crisis de la que hasta ahora no existen signos claros de recuperación. Cuando los comunistas se reorganizaron en Rusia con el nombre de Partido Comunista de la Federación Rusa y se movilizaron combativamente después de muchos años de inercia y ganaron las elecciones presidenciales de 1996, un fraude abierto a favor de Yeltsin impidió el retorno de los camaradas leninistas al gobierno y, por ende al poder, para restaurar estructuras perdidas materialmente, pero aún vigentes en la conciencia de la gente de a pie.
Yeltsin era una persona enferma, no solamente desde el punto de vista físico, sino espiritual. Odiaba profundamente las ideas revolucionarias comunistas y su único fin era aplastar para siempre a los bolcheviques. Solamente lo logró parcialmente, pero el daño que provocó en la URSS, en su pueblo y en el movimiento revolucionario mundial fue grave y así quedará escrito en la historia.
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