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Gorbachov y la conspiración antisoviética desde el interior del propio Partido Comunista
19 jul 2013
Por: Adhemar Ávalos Ortíz
Después de la muerte de Brézhniev, en 1982, el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) estaba prácticamente en estado de coma. La economía, largamente sometida a gastos militares excesivos, se encontraba en crisis. Los antiguos sistemas productivos basados en el voluntarismo ya no resultaban por su esencia primaria. La gran mayoría de trabajadores intelectuales y manuales ya no creía en el comunismo como meta de la sociedad porque había sido defraudada por operadores políticos burocráticos que no tenían miras estratégicas para el desarrollo de la sociedad. Adicionalmente, en el Partido Comunista se fue gestando una conspiración anticomunista desde la muerte de Stalin. Para ello, a partir de haber logrado la mayoría en el Buró Político, nombraron a dirigentes enfermos y poco críticos en el cargo de líder de la URSS: Andropov y Chernienko, y después pusieron en el poder fundamental a su carta principal en 1985: Mijaíl Serguéyevich Gorbachov.
El nuevo grupo dirigente, encabezado por Gorbachov, Yakovlev y Shevarnadze, en la cúspide del Estado y del Partido Comunista, tenía ya su objetivo a la vista: “cambiar el sistema”. Shevarnadze escribió en sus memorias que había convenido con Gorbachov, ya en el otoño de 1984, que era necesario sustituir todo el sistema. Para ello, se realizaron cambios tanto en política interior como exterior, basados en la “perestroika y la glasnost” (reconstrucción y transparencia), eufemismos que pretendían disfrazar la liquidación del socialismo y su sustitución por una suerte de régimen socialdemocrático muy común en Europa Occidental.
Con el nuevo Secretario General del PCUS, el verdadero poder detrás del trono, se pasó de una política de coexistencia pacífica de estados con diferente orden social a una política global en la que la oposición entre sistemas sociales ya no jugaba ningún papel y la política exterior soviética se sometió a los dictados norteamericanos. A partir de 1989, en la República Democrática Alemana, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Bulgaria, los procesos socialistas fueron desmantelados por fuerzas reaccionarias salidas de los propios partidos comunistas y obreros. Y no se trataba de que la Unión Soviética, desde un punto de vista consecuente con su propia historia, intervenga militarmente, sino de que preste a los núcleos revolucionarios un apoyo consistente de tipo moral, político y económico. Gorbachov no lo hizo, más bien alentó la renuncia a la lucha revolucionaria y la entrega sin combate a las huestes de la derecha, apoyadas sistemáticamente por Estados Unidos y sus aliados europeos. Así también fue abandonada Cuba a su suerte.
La consigna de Gorbachov: “todo el poder a los soviets”, tuvo como consecuencia el apartar a los comunistas de la acción gubernamental. El Partido Comunista no estaba ya en disposición, en numerosos dominios, de controlar la vida en la sociedad. El terror y el miedo se apoderaron de los ciudadanos. Cuatro años de perestroika y de glasnost habían causado un letal hundimiento de la confianza en el Partido. Lo que llaman “valores occidentales” se difundió sin ninguna cortapisa.
Esta evolución fue posible sólo porque en 1985 la dirección del Partido y del Estado había caído en manos de un grupo oportunista que, a despecho de todas las resoluciones de los Congresos del Partido hasta entonces, condujo finalmente a la Unión Soviética al caos y a su consiguiente destrucción. La posición política de los traidores daba la espalda a Marx, Engels y Lenin. Esta línea chocó primero con la incomprensión y luego la resistencia del Partido y de la sociedad. Ello condujo a renovados y salvajes ataques así como a calumnias contra los cuadros probados del Partido. El desastre ya tenía un carácter irreversible debido al poder de los agentes del capitalismo y la paralización de los comunistas consecuentes además de su falta de dirección revolucionaria. Setenta y cuatro años de glorias y profundos sacrificios estaban a punto de ser borrados de la faz de la tierra. Las horas de la Revolución de 1917 estaban contadas y la tragedia se cernía sobre el pueblo soviético y el movimiento comunista mundial.
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