Entre todas las actividades públicas, si hay alguna imprevisible esa es la política. Alguien trató de definir como “el arte de lo posible”; otro menos concesivo dijo que es “el arte de tragarse sapos”. Por lo general, la política se ejerce desde los partidos, y una entidad donde todos son políticos por definición es el Parlamento. La visión que se tiene de ellos no es mejor: “Los partidos son mafias organizadas para delinquir” (Fides), “el Parlamento es una mafia” (E. Morales). ¿Será diferente ahora? Es dudoso.
Por lo que no debería extrañar que allí se produzca el cambalache de los valores, que la política se convierta en politiquería. Es el escenario de Jano, el dios mítico de la doble cara; el de la moral de manga ancha; el de la felonía artera; el de la mentira cínica; el de la…Vaya uno a saber de qué cosa más es. Y, sin embargo, en manos de esos políticos está la rienda del poder; ellos son los que mandan. Son la réplica de quienes los han elegido; cuanto más se parezcan a la masa, tanto más apoyo reciben de ella. Adulan al “soberano” para ser adulados de él.
Un hecho ilustrativo de esa moral, en la relación de lo ajeno con lo nuestro, es el espionaje. Éste, sin la defección de Snowden, seguramente no habría dejado de ser sólo “preventivo”, como dizque era en Chaparina. Cometido el delito, el prófugo busca refugio en los países que son enemigos de su patria en lo político. Pero en otro escenario, ese mismo personaje es tomado por héroe al que se le ofrece asilo. No importa la fealdad de su conducta; si les es útil, es bueno. Esta es la moral elástica en juego.
Es un arma instrumental de la “guerra fría”; es decir, de la lucha subterránea contra el enemigo potencial o rival competitivo. ¿Qué país no tiene entre sus recursos a esos especialistas en el robo furtivo de la información? Que levante la mano. El Estado Plurinacional no lo hará. Sería como si se desmintiera a sí mismo. Sin embargo, se rasga las vestiduras para incluirse entre las supuestas víctimas del imperialismo; pero hasta felicita a la policía que se infiltró como espía y agente de provocación en la VIII marcha indígena. Lo que condena fuera, ensalza dentro.
En lo que nadie le disputaría la palma es en la guerra sucia. La policía Cáceres no era sólo espía; disfrazada de universitaria participó en acciones agresivas contra el Canciller y azuzó a la gente hacia la violencia; fue parte del plan que ejecutó el Gobierno contra los indígenas. ¿Sabía el señor Choquehuanca que estaba siendo utilizado o participaba de forma deliberada en la masacre? ¡No debería mezclarse en esa clase de hechos el jefe de la diplomacia boliviana! Sin personalidad ni señorío (no importa su procedencia étnica) se registró su nombre en un oscuro episodio de violencia.
A estas alturas del partido, eso de “plurinacional” suena a falso y vacío. Después de Chaparina el mosaico de las etnias del oriente (34), políticamente denominadas “naciones”, ahora están en la oposición. El resto - quechuas y aymaras - fue absorbido por el avance irreversible del mestizaje. Hasta el principal ciudadano ostenta esa identidad: sólo habla el castellano, apellida Morales. A despecho del último censo excluyente, esta es la realidad demográfica del país. Salvo error u omisión, claro está.
(*) Pedagogo y escritor
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