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Domingo 07 de julio de 2013

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Cultural El Duende

EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO

La música Boliviana en la segunda mitad del siglo XX (fragmentos)

07 jul 2013

Fuente: LA PATRIA

Alberto Villalpando

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Era el 9 de abril de 1956. Una enorme población indígena había llegado a la ciudad proveniente de todas las provincias potosinas para conmemorar un nuevo aniversario de la Revolución Nacional. Los reunían en el Pampón, una extensa planicie de los extramuros de la ciudad. Allí donde una vez, por los mil quinientos y tantos, se había llevado a cabo la justa caballeresca de Montejo y Godines. El Pampón reventaba de olor a coca y alcohol y el aire crepitaba con el furioso soplar de las tarqas, de los sikus, de los rollanos y de la diversidad de bombos y tambores. Ahí estábamos, como dos lunáticos, ajenos a toda conmemoración, encima encorbatados, Marvin y yo, en un lugar que era el nuestro pero no era el nuestro, pertrechados con lápiz y cuaderno para anotar ritmos destinados a nuestras composiciones. Vítores al doctor Paz, al doctor Siles, a la Reforma Agraria. Una extraña melodía tocada en sikus, que pretendía imitar o que simplemente coincidía con la Marsellesa, comenzaba a elevarse por sobre todas las otras, convocándolos a iniciar el desfile. Marvin había anotado seis ritmos, yo alcancé apenas a anotar dos. Algunos de estos ritmos usó luego Marvin en sus Ritmos Panteísticos, y yo hice lo propio en unas piezas para piano de esa época, fiel discípulo de Marvin, aunque él apenas me llevaba dos años.

En esta atmósfera inquietante, que contrastaba fuertemente con la realización de la Santa Misión y el deseo de muchos católicos de hacerse buenos y consecuentemente, evitar el uso de medios anticonceptivos, junto a la amenaza permanente del descenso de los mineros, ahora armados en busca de sus reivindicaciones sociales, la inflación y otros, se formó, quizá como una especie de confesionario de salvación, un refugio musical en la casa del escritor Alejandro Samuel Méndez, tío de Pablo Huáscar Muñoz. Mientras mi abuela se paseaba por el patio de la casa, repitiendo: “Ay almas, almas”. Todo esto aparecía como otro acto surrealista frente a los hechos que sobrepasaban toda capacidad de asimilación. No era otra cosa que el miedo, sobre todo, el miedo. Muy cerca estaba el recuerdo de la Guerra Civil y de la misma Revolución del 52, de las balas y de los muertos. Pero vuelvo al señor Méndez. Este querido amigo tenía una discoteca significativa y un aceptable pick up, como se les llamaba entonces a los reproductores de discos de 78, 45 y 33 revoluciones. Ahí conocí la Consagración de la Primavera, Petruchka y el Pájaro de fuego, del “gran maestro”, como solía decir Ginastera. El Concierto para Orquesta y varios números del Mikrokosmos de Bartok, Pacific 231 de Honneger, El Trencinho de Caipira de Villa Lobos y la Bachiana Nº 5. La Noche Transfigurada de Arnold Schónberg. La versión reducida de la Suite Líricade Berg. La Suite Escita de Prokofíeff. Dafnesy Cloé de Ravel, El Mar de Debussy y algunas otras “mirabilias” más, como dice Eduardo Mitre, que se me escapan de la memoria, amén de un repertorio vasto de música del siglo XIX para atrás. ¿Cómo era posible oír todas estas “mirabilias” en Potosí? Tiene una explicación. En uno de los extremos del boulevard potosino, hacía esquina una maravillosa tienda: “Gasa Manuel Váida. El hogar de la música.” Este insigne caballero importaba discos, partituras, equipos de sonido, y ofrecía, los viernes por la noche, unos conciertos con dos poderosos altoparlantes puestos a la calle. Una especie de Flaviadas, diríamos, pero menos formales y, por eso mismo, más efectivas, pues la gente que paseaba en el boulevard se iba quedando atraída por la música, y formaba un inmenso corrillo. Por esos años llegó a La Paz la Filarmónica de Nueva York, bajo la dirección de Bernstein, evento al que concurrimos puntualmente en compañía de otro entrañable amigo, Florencio Pozadas, hermano de Willy. Para entonces, don Alejandro Méndez se había domiciliado en esa ciudad y él nos comentó que, pese a sus búsquedas, no había podido encontrar un solo disco de música del siglo XX en La Paz. Pero me adelanto un poco a los hechos. A principios del 57, Marvin Sandi viajó a Buenos Aires a estudiar composición. Fue abriendo brecha, como quien dice, pues ese destino seguimos, dos años más tarde, Florencio Pozadas y yo. Pero Marvin volvió de vacaciones a fines del 57. Escribió su In memoriam y los Ritmos Panteísticos, mientras nosotros, Florencio y yo, seguíamos atentos a las clases que nos daba Marvin. Nos enseñaba politonalidad, atonalidad y dodecafonía, la dodecafonía rígida de Schönberg. Pero In memoriam no puede quedarse en la mera cita, pues marca el punto de ruptura entre la música que para entonces habíamos heredado y lo que vendría después. Eduardo Caba era, sin duda, a criterio de Marvin –criterio que lo juzgo acertado– el compositor más avanzado de la primera mitad del siglo XX y él deseaba alabar este hecho, resaltarlo. De esa manera, en medio de los aires politonales, discurren citas de los Aires Indios. Así quedaba atrás la música que hasta entonces se había hecho. Ahí quedaban José María Velasco Maidana, Mendoza Nava y otros compositores de menor cuantía, pero de indiscutible mérito musical como Simeón Roncal, Miguel Ángel Valda y otros que no vienen al caso mencionar.

Así, más de hecho que de palabra, nacía la música contemporánea boliviana en Potosí, como lo hizo la pintura y la literatura, inspirada en Jaimes Freyre, con la fundación de Gesta Bárbara y, finalmente, como un siglo atrás, lo hizo nuestro país. En una oportunidad, don Humberto Viscarra Monje le decía a don Armando Alba: “Algo extraño pasa en Potosí. Algo único, indefinible”. Y no deja de ser verdad. En el siglo XVII, Arzans Orzúa y Vela inaugura lo que será después la novela boliviana. A fines del XIX, Lucas Jaimes, conocido como Brocha Gorda, inicia el barroco en la literatura, y su hijo, Ricardo Jaimes Freyre, con todo el imaginario potosino, inaugura la modernidad boliviana, convirtiéndose en el poeta más importante de Bolivia, no sólo por la ruptura que realiza, sino por lo extraordinario de su obra literaria. Potosí era, sin duda, el lugar ideal para que surgiera la música nueva; volvamos, entonces, hacia uno de sus actores.

Fuente: LA PATRIA
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