Jueves 04 de julio de 2013
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En estos años turbulentos que corren, la delincuencia es un peligro que acecha a cada instante. ¿Qué hace el Gobierno? Aparentemente muchas cosas: Cumbres, motorizados, aparatos, más personal y dinero. Pero lejos de disminuir, se había incrementado el mal. Las cifras estadísticas así lo reflejan. La realidad desmiente a la apariencia; la verdad a la mentira. Está claro que más vale referirse a resultados que despacharse con un discurso.
¿En qué rango de prioridad estará el tema? Desde el plano de la realidad, la respuesta es obvia. Si el Gobierno compartiera la preocupación ciudadana, reorientaría sus acciones sin discursos proselitistas, sin arrogancias mesiánicas ni palos de ciego contra fantasmas. El desafío tiene características y consecuencias concretas. A la vuelta de la esquina alguien sufre el ataque de la delincuencia. Se crispan los nervios de impotencia y se deplora la ausencia de la fuerza pública. Este es el origen de la llamada “justicia” por mano propia”.
La referencia a la Policía es inevitable. Hay cierta relación entre la precariedad institucional y la ineficacia de la lucha contra la delincuencia. En ningún rubro se trata sólo de cantidad. Un policía de buen nivel profesional, con un salario equivalente a su responsabilidad, es sin duda más efectivo que un centenar sin esas condiciones. Los pertrechos materiales y otros recursos tecnológicos no son nada o son poco si la eficacia del elemento humano no acompaña. Es decir, hay que combatir el mal en sus raíces y no sólo en sus efectos.