En los últimos cinco años aumentó el “acullico” —masticar coca— y la drogadicción, por incremento de la producción de coca, principalmente, en el trópico cochabambino y parte de los Yungas de La Paz, proporcionando un campo propicio a la fabricación de cocaína por destacados grupos de narcotraficantes que extendieron sus tentáculos en diferentes puntos del país, no sólo en ciudades, sino en barrios urbanos y sectores provinciales, aprovechando la ausencia de un control más agresivo por organismos del Estado involucrados en la lucha contra el narcotráfico.
Desde tiempos del Incario el consumo de la coca era habitual pero la yerba era distribuida con mesura, porque el gobierno del Incario la monopolizaba, permitiendo el uso con fines rituales o para el duro trabajo de las mitas (servicio personal de los subsidios del inca para satisfacer los impuestos); pero, si la coca no nació con los españoles, estos estimularon con fuerza el consumo. Era floreciente negocio como señala un escritor: “En el siglo XVI se gastaba tanto en Potosí en ropa europea para los opresores, como en la coca para los oprimidos”.
Se afirma que 400 españoles vivían del tráfico de coca; en minas de plata de Potosí, ingresaban 400 mil cestas con un millón de kilos de las hojas.
Según varios escritos, los indios compraban hojas de coca en lugar de comida, entendiendo que masticando podrían soportar mejor el trabajo duro al que eran sometidos por los españoles, con el riesgo de acortar sus vidas, sin darse cuenta que aquel sucio negocio enriquecía a muchos españoles, sabiendo que el “acullico” les permitía matar el hambre. Hoy continúa aquella práctica para matarse y quemar su existencia con el consumo de cocaína y bebidas alcohólicas.
La coca masticada con la denominada lejía que consiste en un terrón preparado con ceniza de algunos arbustos y quinua junto al bicarbonato, se convierte en poderoso catalizador, produciendo una reacción química para convertirse en droga similar a la cocaína, aunque con menos efectos alucinantes; sin embargo, es el principio de la drogadicción que está matando, paulatinamente, a quien lo consume, sea joven o mayor, sin que autoridad se pueda dar cuenta de esta práctica que se está haciendo más común en nuestro medio.
En la actualidad no sólo los campesinos están condenados y empujados hacía la drogadicción. También grupos de ciudadanos de la clase media y alta; adolescentes, jóvenes y mayores, en sus tertulias o solitariamente son consumidores en la medida que se extienden los comercializadores y transponen las fronteras los narcotraficantes dominantes de la situación para que continúe el drama de aquella adicción.
Ese drama es preocupante para la sociedad y para el Gobierno nacional, pero se resiste a realizar control más estricto en las plantaciones de coca que, después de la siembra supuestamente legal de 12 mil hectáreas y un cato para los cultivadores; en la actualidad, en el Chapare cochabambino existen más de 30.000 hectáreas, claro, con la venia de las seis federaciones de cocaleros, cuyo jefe indiscutible es nuestro presidente, Evo Morales.
También extiendo mi mirada hacia Argentina donde la juventud encontró el “Taco”, cigarro elaborado con el bagazo de la coca que se convierte en cocaína, sustancia criminal que se elabora con partículas de vidrio y virulana, para ponerlos en circulación a precios accesibles al bolsillo del joven y adolescente, convirtiéndolos en piltrafas humanas tendidas en barrios del Gran Buenos Aires, ante la pacífica mirada del gobierno que mantiene su popularidad con dispersión de todo tipo de bonos a sus ciudadanos.
(*) Periodista
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