La palabra “descolonización” tiene para la mayoría de la gente un sentido cultural e ideológico, lo que genera controversia en torno a su aplicación. Sin embargo, existe una descolonización sugerida por la ciencia que debería encontrar unanimidad entre todos los bandos ideológicos.
Recientemente, el Organismo Operativo del Tránsito ha reemplazado las tradicionales gorritas de los agentes de calle con sombreros de ala ancha que les protegen cara, orejas y cuello de la radiación ultravioleta (RUV). Las gorritas fueron una clara imposición de la “cooperación militar” de países del norte que llegó a Bolivia en el siglo XX. Por eso no me sorprende que el Viceministerio del ramo, en otras tareas atareado, haya ignorado la meritoria iniciativa de “descolonización”de Tránsito.
En esa misma línea y con base en las investigaciones que se desarrollan en el Laboratorio de Física de la Atmósfera de la UMSA, halló otro ejemplo de colonización en el consumo, tan frecuente en nuestro medio, del repugnante aceite de hígado de bacalao, especialmente entre los niños de edad escolar.
¿Con qué fin se tortura a los niños obligándolos a tomar ese jarabe que huele a pescado rancio?
Los médicos dirán: por sus propiedades benéficas, principalmente como suplemento dietético que evita el raquitismo en los niños y refuerza los huesos a toda edad, virtudes que se atribuyen al elevado contenido de vitamina D (descubierta cabalmente analizando ese aceite).
En realidad, estudios médicos realizados en las primeras décadas del siglo pasado confirmaron que el raquitismo, común en niños de países ubicados a altas latitudes como Escocia, norte de Alemania y Escandinavia, podía ser curado de dos maneras: con la dieta (principalmente el aceite de hígado de bacalao) y con una mayor exposición al sol. Más tarde se descubrió que la vitamina D, producida por la RUV solar y convertida en hormona por los riñones, es capaz de proporcionar muchos otros beneficios a la salud.
En todo caso, en países con largos inviernos, los médicos recomiendan combinar la dieta con el sol, según la estación. Pero, en países tropicales, como el nuestro, donde el invierno, entendido como ausencia prolongada del sol, no existe, ¿tiene sentido castigar a los niños con ese feo jarabe, aunque tenga un raro sabor a naranja? Además, se ha comprobado que los vegetales cultivados al aire libre contribuyen a una dieta saludable en vitamina D, debido a que esos productos son irradiados por la elevada RUV presente en nuestro ambiente.
Por tanto, ¿no estaremos frente a otro caso de colonización, digno de un debate científico nacional?
Las campañas de prevención contra enfermedades causadas por una excesiva exposición al sol, parecen sugerir que hay que cuidarse del sol porque es dañino. Nada más falso. El sol es peligroso cuando se toma en exceso (ahí están las quemaduras de la piel, la insolación y, por efectos acumulativos, varias patologías de la piel); pero tomado racionalmente (fuera de las horas pico que van de 10 a 15) es muy beneficioso y, detalle no insignificante, gratuito. Sucede algo similar con la vitamina D. Si en la dieta se excede la cantidad necesaria, los efectos adversos para el organismo pueden ser tan graves como su carencia.
En resumen, en nuestras latitudes el aceite de marras no sólo parece ser superfluo, debido a que el sol y la comida se encargan de proveernos la cantidad de vitamina D que necesitamos, sino que puede llegar a ser perjudicial para el bolsillo y la salud, si es suministrado mal.
Veo en el horizonte un ejército de potenciales descolonizadores: ¡todos nuestros niños!
(*) Es Físico
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