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Domingo 16 de junio de 2013

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Revista Dominical

Una mujer pecadora

16 jun 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

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En la época de la globalización, la discriminación social sigue pasando por muchos niveles: económico, étnico, político, religioso, cultural… A pesar de los procesos de cambio que se han dado en muchos países, la discriminación social de la mujer continúa siendo un tema desafiante en casi todas las sociedades.

Leemos en el evangelio de San Lucas 7, 36–50: «Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de Él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”. Pero Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. “Di, Maestro”, respondió él. “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”. Simón contestó: “Pienso que aquél a quien perdonó más”.

Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”. Después dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?” Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”».

El evangelista Lucas se detiene en los detalles de la escena en que “una mujer pecadora”, una prostituta, manifiesta su amor a Jesús, en el contexto de una comida en la casa de un fariseo llamado Simón. Un fariseo es el perfecto cumplidor de la ley, y su casa es el lugar más puro y honrado. Y justo mientras Simón está a la mesa con Jesús como invitado, entra descaradamente en su casa una mujer bien conocida en la ciudad. Se acerca a Jesús, y “se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume”. Jesús, que ya había sido considerado “amigo de publicanos y pecadores”, no la rechaza y la acoge.

Pero para Simón es un escándalo insoportable. Esa mujer, ya se sabe, es lo que es, pero, ¿cómo Jesús tolera todo eso? En la mente del fariseo el juicio está claro: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”. Jesús, que intuye este juicio, ilumina a Simón a través de una breve parábola, ayudándolo a sacar él mismo la conclusión: de dos deudores, a los cuales un prestamista perdonó la deuda, “¿cuál de los dos lo amará más?”. Si a uno le perdonó una deuda enorme, y al otro una pequeña, sin duda lo amará más “aquel a quien perdonó más”. Ahora, esa mujer ha sido perdonada de una deuda enorme, “sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados”, y por eso manifiesta tanto amor.

El perdón precede el amor y lo provoca. La mujer lo ha manifestado con gestos de infinita ternura. El fariseo, en cambio, se considera artífice de su propia salvación: “Yo no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros… Yo ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano”. No es capaz de gestos sinceros de amor, porque no tiene conciencia de la necesidad de ser perdonado. Los dos, la mujer y el fariseo, son objeto de la misericordia de Dios, pero su respuesta es diferente. El hombre puro, riguroso cumplidor de la ley, no conoce los caminos de la gratitud y del amor. La “mujer pecadora”, que todos juzgan porque está fuera de la ley, es la que “demuestra mucho amor”.

En la lógica del diálogo, Jesús parece introducir también otro concepto: el amor no sólo es fruto y consecuencia del perdón recibido gratuitamente, sino que atrae la misericordia de Dios: por toda la ternura que la mujer ha manifestado, le han sido perdonados los pecados. De alguna manera, el amor es también motivo y causa del perdón, o al menos hace posible y dispone a acogerlo con un corazón agradecido.

Una mujer, pecadora, ha sido elegida como ejemplo de confianza en Dios y adhesión a Jesús: “Tu fe te ha salvado”. Jesús la despide con esta certeza: “Vete en paz”, reconciliada consigo misma y con la vida, plenamente feliz. ¿Y el fariseo?

Fuente: LA PATRIA
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