Cuando los revolucionarios comunistas se apoderaron del Palacio del Smolny en Rusia en 1917 en Petrogrado, después Leningrado y hoy San Petersburgo, no pensaban todavía que se iniciaba un proceso de profundas contradicciones políticas y que las situaciones se iban a desencadenar de manera cruenta. Los problemas del régimen zarista, donde se condenó a millones de campesinos y obreros al hambre permanente se agudizaron con el nuevo proceso. La economía estaba prácticamente paralizada y se concretaba en la subsistencia. En realidad, el régimen burgués populista que siguió a los despojos del zarismo resultó incapaz de solucionar los problemas y ayudó a generar las condiciones revolucionarias que llevaron a los bolcheviques al poder.
Fueron momentos de profundas definiciones e incertidumbres. Los comunistas, con el nombre provisional de socialistas democráticos, tenían muchas buenas intenciones a favor de la gente por la que luchaban, pero resultaban incompetentes en el terreno práctico: problemas de simple economía no se podían resolver por sus manifiestas incapacidades. La consigna de Lenin, el líder de esa Revolución, fue “la paz y la tierra”, no obstante las situaciones se hicieron extremadamente críticas. Las fuerzas del zarismo habían sido adormecidas, pero no exterminadas. Las inoperancias del Zar Nicolás II no las habían liquidado y el gobierno burgués reformista de Kerensky resultó incapaz para resolver el problema fundamental de la guerra con Alemania y las profundas contradicciones de la propiedad de la tierra y las fábricas.
Se llegó a un punto de inflexión muy duro, pero también precario. La Revolución emergente tenía que tomar medidas decisivas en instantes que eran necesarios. Lo hizo y las consecuencias se hicieron realidad. El viejo poder no se tenía que conformar con perder sus privilegios, tampoco lo iba a hacer. En los primeros instantes no fue tan peligroso. Después las consecuencias fueron fatales. La entrega de tierras a los campesinos, después de una explotación criminal, no resultó pacífica. Los antiguos propietarios se opusieron ferozmente y crearon una situación muy delicada que fue mediatizada por la conclusión trágica de la Primera Guerra Mundial con su destrucción de medios económicos y sus decenas de millones de muertos.
En estas dramáticas condiciones, donde el poder soviético tenía que mejorar las condiciones de vida de millones de personas, las que le apoyaban a fondo en defensa de sus intereses primordiales, apareció la figura de Stalin. Antes de la muerte del líder de la Revolución Soviética, Lenin, fue muy distinto y obsecuente. Nunca entró en contradicción con el líder. Después las cosas tomaron un rumbo diferente por razones muy cruciales que se deben analizar. Y ahora hay que ver su punto de vista y acciones desde la mirada de la modernidad crítica.
Fue un ser humano profundamente anclado en una realidad social, económica y política de lucha de espacios, de instantes de una época concreta: un revolucionario de la clandestinidad que se forjó en los oscuros tiempos del zarismo y los periodos posteriores a 1917. Que cometió errores es cierto y su magnitud es incalificable, al menos en tiempos de la historia que él vivió. Una tarea muy difícil. Que se equivocó sí, pero sería difícil condenarlo tan duramente, al menos desde una perspectiva histórica, una persona sensata no lo haría, ya que las tareas que tuvo que resolver fueron dramáticas. Sería fácil crucificarlo por lo que sucedió entre 1924, cuando sucedió a Lenin, y 1953. No obstante construyó grandezas a partir de un esfuerzo inmenso del pueblo soviético que acabó en muchas víctimas por la resistencia de grupos sociales ajenos al sistema o las injusticias de sus agentes políticos. Las “purgas”, cosa tan criticada ahora, tuvieron su costo.
Sin embargo, hay que ver en qué condiciones se recibió un poder y en qué situaciones se resolvieron. Lo de los campos de concentración, nunca comparables a los recintos nazis, no es justificable ahora ni nunca, ¿pero para los que tenían que sufrir un régimen criminal de acoso interno y externo es razonable lo que estaba pasando? La historia trae sangre y las verdades quedan aunque ocultas. No se trata de justificar las aberraciones de Stalin, pero hay que verlo en la época en que vivió. No se trata de ponerle ni cruces ni rosas en su tumba, sino de situarlo en ese primer escenario de lucha muy compleja, un asunto que da para mucho análisis y debate. Es fácil criticar cuando no se ve el momento concreto de decisiones que se tuvieron que tomar por necesidades fundamentales de un pueblo, pero asumir las consecuencias de una crítica apresurada no resulta fácil ni mucho menos conveniente. La historia es muy tozuda en sus fallos, pero generalmente justa.
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