Loading...
Invitado


Domingo 09 de junio de 2013

Portada Principal
Cultural El Duende

El crítico no es el criticón

09 jun 2013

Fuente: LA PATRIA

Conferencia sobre teatro leída por la periodista e historiadora Lupe Cajías en el Festival de Teatro desarrollado en abril en Santa Cruz de la Sierra

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Introducción

El rol del crítico, de la crítica, es una pregunta en el horizonte siempre irresuelta y siempre presente pues casi no se concibe el desarrollo de las artes modernas sin la vocecilla continúa de la opinión de quienes podemos llamar “críticos” o simplemente “opinadores”. Ése puede ser un punto de partida; la crítica es sólo una opinión y no una sentencia como más de una vez se la quiere entender, desde el que la pronuncia o desde el que la recibe.

¿Qué es la crítica? ¿Qué rol cumple el crítico?

Quizá es mejor, igual que suele suceder en la vida, comenzar por el final: ¿qué no es la crítica, o qué no debería ser?, ¿que no debe creerse el crítico?

Incluso hay la tentación de imitar a San Francisco de Asís, últimamente tan de moda, que preguntaba mientras recorría el bosque contemplando las maravillas de la creación y gritaba a los vientos: ¿quién eres tú?

¿Quién eres tú, dios creador, dios dador de vida? Porque el crítico también podría reflexionar su tarea a partir del otro, del dramaturgo, del director, del actor y preguntarle: ¿quién eres tú que diste horas de tu vida para esta creación?

Existen varias entradas para compartir este espacio de conversación que se da en el marco del nuevo festival de teatro en Santa Cruz de la Sierra. Todas ellas nos ayudarán en esta aproximación de alguien que simplemente es una espectadora, una consumidora regular del teatro boliviano y no una especialista o experta.

El espacio boliviano

Aunque seguramente encontraremos coincidencias con los colegas que participarán en el coloquio, el espacio boliviano tiene particularidades que vale la pena tomar en cuenta para el quehacer cultural y para su difusión y evaluación.

A pesar de que las cifras de alfabetización y acceso a la secundaria aumentan en el país, no sucede lo mismo con los consumidores de lo que podríamos llamar cultura en escenarios delimitados, incluyendo conciertos de música electrónica.

Como es de conocimiento público, las masas se conmueven sobre todo con las fiestas patronales o con bailes y músicas que toman el espacio callejero, al aire libre. El llamado folklore tiene una dinámica que se desarrolla ajena a los críticos, a la crítica o a la opinión de una columna periodística.

Solemos olvidar, dicho a modo de pie de página, que estudiosos como Gabriel Martínez o Nathan Wachel, sitúan al umbral del teatro boliviano en esos espacios. La famosa diablada orureña no es más que una representación subliminal de la resistencia india al dominio colonial, del cóndor al toro, aún cuando diferentes elementos nombrados por Wachtel para los años 60 se diluyen en las nuevas modas.

Martínez escribió páginas, algunas aún inéditas, sobre el poder de los actos escénicos que se desplazan en las calles polvorientas de los pueblos andinos bolivianos. El ingreso de los cuatro ayllus a la plaza de Copacabana un martes de carnaval le impresionó porque jamás había concebido que una historia de personajes se pueda contar en la calle con enmascarados que se ocultan para representarse a sí mismos. En esta época, casi ningún crítico, antropólogo o etnólogo, relaciona la toma bailarina del espacio público, como parte de la cartelera cultural.

Así que, cuando hablamos de “crítico de teatro en Bolivia” nos referimos a una actividad mucho más limitada, escasa y pobre.

Algunas especificidades bolivianas

El teatro boliviano se desarrolla para un público pequeño, casi siempre repetido, en una sociedad todavía no anónima ni dispersa y que se mueve en un círculo común.

Esto significa que los pocos dramaturgos, los diferentes directores y los muchos artistas, además de sus espectadores, se conocen por otros ámbitos de socialización; el barrio, el colegio, la universidad, el grupo de amigos que asisten a las mismas fiestas, la participación en otras actividades culturales, la coincidencia en algún taller de yoga o de graffiti, el club deportivo.

¿Cuánta gente se mueve alrededor de una puesta en escena en un escenario boliviano? ¿Mil, cinco mil, diez mil personas? No más.

Este dato es un primer asunto que ronronea al crítico en este país. La mayoría de los directores, de los actores, de la gente en alguna compañía, es pariente, amigo o al menos conocido.

Entonces, una publicación cae inmediatamente en el espacio de las emociones y de los afectos. ¡Cuántas veces, la reacción del actor ante una evaluación de su actuación es asumida con una enemistad! La salida infantil corriente es dejar de saludar al periodista que escribió tales frases.

Como todos nos conocemos, hay una enorme dificultad de separar el sentimiento, incluso la compasión por el esfuerzo de cualquier persona que monta una obra, del objeto de estudio.

El resultado perverso es una especie de miedo, de temor. El periodista no escribe una nota crítica para no enojarse con su amigo o para no crear potenciales enemigos y el silencio significa que un gran porcentaje de las obras teatrales que se presentan en Bolivia no son evaluadas.

En los periódicos encontramos reseñas de datos, quién es el director, quiénes actúan, dónde, cuándo, pero poquísimas veces el esfuerzo se refleja en una crítica. Los anuncios suelen reproducir los boletines preparados por la propia compañía, sin a veces presentar ni siquiera un contexto.

Muchas veces, una entrevista entre amigos suplanta el artículo y el actor o director cuenta sus peripecias, casi siempre difíciles, para llegar a la puesta en escena y los tres escasos días de función. Esos datos guían al espectador, pueden provocar su participación, pero siempre serán insuficientes para desentrañar a la obra y a sus proponentes.

No sucede lo mismo con el cine pues ese director, esas bellas actrices, ese productor, viven tan lejos que no importa desentrañarlos. Casi todos los periódicos del país tienen resúmenes críticos de las películas en cartelera y el espectador puede tener una guía o un punto de comparación con su propio criterio.

Ningún canal de televisión, el medio masivo más accesible para informarse, tiene un espacio para la crítica teatral, aunque el sistema popular RTP y, algunas veces, el canal estatal o los canales universitarios retransmiten obras de teatro bolivianas.

Incluso en los escasos programas radiales sobre la agenda cultural, el teatro queda fuera del interés prioritario.

En resumen, la crítica de teatro es un fantasma que se asoma sólo de vez en cuando, siempre escuálido, en este territorio.

La experiencia de la revista “El Tonto del pueblo”, que no llegó a la decena de ejemplares, pero marcó la posibilidad de contar con un espacio de y para especialistas en literatura y en las artes escénicas. Quizá faltó comprensión de las propias compañías teatrales para aprovechar esas páginas.

Actualmente, APAC produce una revista dedicada al teatro, donde hay información, reseñas y opiniones. Es casi una última trinchera para reflexionar sobre el quehacer teatral en Bolivia. Editada en Santa Cruz de la Sierra tiene la virtud de recoger al movimiento teatral en todo el territorio y también invita a artistas de la región.

Con una insistencia que sólo se puede explicar por la fortaleza de su creador, Líber Forty, la Revista Teatro, cumplió 60 años de difusión sobre el teatro internacional y boliviano.

Como detallamos en un libro, hace ya un lustro, la publicación del elenco “Nuevos Horizontes” tiene la ventaja de incluir qué se escribe, qué se hace, cómo se hace, dónde se hace y propuestas teóricas sobre el horizonte teatral.

Algunas confusiones

Por otra parte, es usual leer críticas que provocan confusiones.

El crítico suele creerse protagonista de la obra, quizá EL protagonista y no parte de la consideración que él es un espectador más con el privilegio de poder publicar su opinión.

Muchas veces, las críticas suelen ocuparse de lo que no tuvo la obra en vez de desmenuzar qué quiso decir la obra y cómo organizó su material el director. Entonces nos encontramos con un listado de asuntos que el crítico hubiese querido que estén en el escenario, en vez de conocer qué pasó en el escenario.

Ése es un mal generalizado. Cualquier acción, sobre todo una creación, provoca una reacción de alguien que dice: “por qué no se hizo esto y por qué no se hizo lo otro”. Como ya sucedió a Cristóbal Colón cuando regresó de su primer viaje y sus adversarios le aseguraron que en realidad era muy fácil llegar por el ocaso hacia las Indias. Él los desafió, entonces, a parar un huevo y ninguno supo cómo llegar a la meta. Él lo aplastó sobre la mesa y le mostró que siempre es más fácil hablar que cumplir.

El famoso huevo de Colón, que es esta anécdota y no otra referencia, es un espiral que se repite, aún con diferentes fondos y formas.

Una obra no es lo que un crítico quiere que sea, sino es lo que el director y los actores quisieron que sea. Asunto que debe quedar claro.

El crítico debe tomar en cuenta, además, algunos aspectos que le son propios al teatro y a las artes escénicas. Salvo una mala proyección o un mal sonido en una sala, un film es un producto acabado que se puede analizar a partir de él mismo, revisar e incluso detener y desmenuzar encuadre por encuadre.

También el análisis de contenido de una publicación, de un libro, tiene la ventaja de su finitud. Es un objeto. Igual que con la cinematografía, puede haber ruidos como una mala impresión o una edición descuidada, pero no afectan al hecho consumado.

En las artes escénicas, sobre todo en el teatro, cada representación es única y factores de una noche puede influir en el ritmo, en el parlamento, en las seguridades. Me ha sucedido ver una obra en dos espacios distintos con resultados contradictorios pues al principio, el corto escenario provocó que actores y actrices se tropiecen entre la cocina y el comedor; en el otro caso, la amplitud motivaba permanentes vacíos mientras un actor esperaba y otro caminaba.

Queda la esencia, pero el efecto puede ser inesperado. Incluso la incomodidad en las butacas, la falta de aire puede entorpecer la apreciación de toda la obra.

Ahora bien, está claro que las buenas obras y las buenas representaciones superan todos los obstáculos. Me tocó ver “Ubú en Bolivia” del Teatro de los Andes en el espacio improvisado del Palacio Chico, en la cancha de fútbol del centro minero de Colquiri, frente al mar en Chile, en un hermoso teatro en Manizales, y ni la sillas de plástico, ni el viento que se llevaba los papeles, ni los niños entrando a jugar en el escenario, cortaron la belleza de la propuesta.

Unas páginas propias

Como decía al inicio, no soy crítica ni experta, pero me gusta escribir comentarios. Quiero leerles uno que apunté hace dos años pues no solamente se refiere al teatro boliviano actual, sobre todo el de los jóvenes, sino a una sensación que siento en torno a la creación de esta generación.

Desgano vital, jóvenes y cultura

A medida que leía cada línea de “Los daños” del joven cruceño Maximiliano Barrientos mi ánimo se rebelaba; ¿por qué no escogí una película de Hugh Grant para pasar las horas del sábado? En vez, tenía en mi atardecer una obra que me revelaba los ríos profundos que están carcomiendo a la juventud boliviana, lejos de aquel titular: “divino tesoro”.

Podía elegir gozar con alguna payasada de Bridget Jones, mas mi descanso semanal se pobló de interrogantes: ¿por qué un joven vital escribe sobre tantos daños, tantos males, tantas soledades y rupturas, la violencia interior de sus protagonistas? La precisa prosa describía un mundo de estropicio que nos rodea y que nos negamos a ver.

Barrientos, como otros escritores, cineastas y pintores menores de 30 años, ha intuido que lo más importante que sucede en nuestra sociedad contemporánea no se centra en un presidente indígena o en los rosarios de insultos de los ministros contra sus adversarios.

El poder revelador de la cultura

Hace quince años, lo revelado estaba en la nación clandestina, que tan bellamente filmó Jorge Sanjinés; en los cholos trompetistas de lentes ryban en pleno carnaval que colgó en los salones el impecable Raúl Lara; en los cocaleros frente a la DEA que coreaba el Panchi de Atajo.

Hoy, la fecundidad del arte tiene su mirada en otros asuntos, igualmente enraizados y poco evidentes para la noticia cotidiana, para el comentario o el análisis de los programas en la televisión.

Es el huevo de la serpiente de Bergman: en su interior se gesta el mañana.

Las expresiones culturales tienen esa capacidad se pronosticar el camino de las sociedades aún cuando éste trascurra desapercibido para los otros habitantes. Los café concert de la República de Weimar ya daban las campanas imaginando el terror nazi. George Owen describió el fin del siglo y sus expresiones totalitarias antes del invento del Internet.

En casa, la pintura de Cecilio Guzmán de Rojas anticipó las luchas indígenas de los años 40, igual que sus contemporáneos José Velasco Maidana o Marina Nuñez del Prado. Los ejemplos se pueden multiplicar.

Los jóvenes de estos días, no sólo urbanos, revelan un desgano vital frente al mundo que les hemos preparado los mayores, sus padres. Así como los jóvenes en los primeros años de la colonia española no encontraban asideros en su mundo que se caía a pedazos, en sus dioses, en sus visiones de vida, 500 años después, los muchachos de este siglo tampoco tienen dónde ampararse.

Desde el teatro

Desde hace una década, el nuevo teatro de dramaturgos, directores y actores treintañeros nos dio la primera pista, aunque no supimos comprender su inmensidad. Recuerdo mi asombro por asistir a obras que tocaban la intimidad, la soledad, la brutalidad en las parejas, la ausencia de la madre.

Entonces pensaba que los artistas estaban alejados de su entorno social, de un contexto de manifestaciones antiliberales y pancartas rotas, de ponchos y whipalas.

Era necesario mirar con mayor detalle, intentar hilar las claves para comprender que el lenguaje de las obras de dramaturgos locales que se han presentado en los últimos años tienen ese desaliento.

Un teatro honesto, valiente, como ya lo aplaudimos muchas veces: Eduardo Calla, Percy Jiménez, Pedro Grossmann, Erika Andia, Soledad Ardaya, Sergio Caballero, nos descubren las relaciones sociales quebradas. No es posible el amor, la amistad escasea, los padres no existen, el mayor consuelo es el encuentro con el par homosexual.

Los diálogos, los gestos, las vestimentas y la escenografía trunca acompañan a esa angustia, tan triste que provoca carcajadas.

Desde la literatura

En literatura, una nueva generación de jóvenes gana los premios municipales, nacionales y aparece en las antologías internacionales. Rodrigo Hasbún es el portaestandarte, pero no el único.

Estos autores tienen características comunes: lenguaje austero (a veces incluso un vocabulario escaso, pobre), cuentos breves con un solo asunto, unidad temática y espacio geográfico de ciudad que comienza a ser cada vez más anónima, historias de amores furtivos, sin responsabilidades, sin futuro, sexo violento, llanto, mucho llanto. En medio de la farra y el trago, la infinita búsqueda del otro, en realidad de la otra, de alguien a quien amar. Imposible.

Son escritores valientes, que se desnudan ante el lector sin temor a esa exposición. Su interés mayor es cuidar la corrección del lenguaje, de la palabra, la coherencia entre su estilo con su idea de vida. Nacieron en La Paz, en Cochabamba, en Santa Cruz, casi da lo mismo porque las vivencias son casi idénticas.

Desde el cine

También el cine boliviano es un espacio ganado por una nueva generación que supera la preocupación decenaria del cine antropológico, políticamente correcto, izquierdista.

Aunque Juan Carlos Valdivia marcó el primer giro, el maestro que fundó una escuela diferente fue Rodrigo Bellot. “Dependencia sexual” fue una bofetada a una generación de padres que no sabemos dónde está el dolor y la fragilidad de nuestros hijos. Detrás de un argumento moderno se mostraba una sociedad que había roto su pasar bucólico pueblerino pero que no alcanzaba a llenar los vacíos.

Una sociedad hipócrita, superficial.

“Lo mejor y mis más bonitos días” de Martín Bulock acentuaba la angustia de los chicos y chicas en sus salidas nocturnas, la disco, el bar, chupar en el parque, vomitar trago junto a las entrañas, el retorno tristísimo con la luz del amanecer.

Arte de angustias

También hay expresiones similares en las artes plásticas, sobre todo en las instalaciones y en las obras que concursan en SIART, en la cantidad de obras juveniles en esa exposición que han dejado muy atrás a los artistas mayores.

De todos ellos, el más fuerte del año que pasó fue seguramente Ernesto Lara, hijo y sobrino de la famosa estirpe de pintores y retratistas. Sin embargo, él se libera de esa herencia, aprende de su padre, de su tío, de su primo, pero da el salto desde la pintura con personajes externos al trazo del mundo interior.

Tonos oscuros, rojos, marrones, lilas y una combinación de líneas y colores para contarnos sobre la soledad; la queja sin esperar respuestas festivas.

Arte y angustia

Quizá ningún artista es consciente al presentar su obra que al mismo tiempo de contar su historia está revelando una historia colectiva, generacional.

Quizá estos jóvenes no quisieron ni quieren poner a sus padres, abuelos y profesores en el paredón, sin embargo, dicen en su arte lo que callan a la hora de la cena o en el paseo dominical.

Nos dicen que los que fuimos de la generación de los 70 quisimos criar hijos libres y lanzamos al mundo hijos frágiles; nos dicen que esos asuntos de ser independientes, cambiar parejas, salir de noche (papás y mamás) es nuestro derecho, pero que probablemente olvidamos su espera del día a día; nos dicen que les encanta la TV pero hubiese sido hermoso escuchar cuentos; que es bueno que las mamás se vuelvan feministas y liberadas, pero que hubiesen gustado de sus postres de caramelo; que su infancia, esa patria, pudo ser más amorosa.

Nos dicen que les llenamos la cabeza de muchos dioses y de muchas incertidumbres, que les heredamos nuestra falta de certezas.

Algo pasó, en algún punto del camino, en alguna encrucijada, algo provocó esas salidas en la violencia, el alcohol, la droga cada vez más dura y lo peor, el suicidio.

Angustia, desgano vital, que nos traza la desilusión constante. Desilusión que crece ante el nuevo fracaso de un modelo político de cambio, ante una izquierda que resulta más falsa y banal que la neoliberal.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: