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Domingo 09 de junio de 2013

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Gitanos

09 jun 2013

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Pertenece a mis recuerdos infantiles que en mi pueblo mediterráneo acampara por unos pocos días un pequeño grupo de gitanos, en el que típicamente abundaban los niños. Cuando salían a conversación, había oído el consejo de no dejar nada a la vista pública porque corría especial riesgo de desaparecer; y no faltaba alguna persona mayor que aludiera a la memoria lejana de algún menor ‘sustraído’ por un grupo gitano. Su identidad iba ligada a la trata de ganado equino; sin ir más lejos, mi padre más de una vez había ido a adquirirles algún ‘macho’ en el mercado que mantenían por el Vallès (¿Cerdanyola?, ¿Montcada i Reixac?).

A su perfil étnico también pertenecía la fama del incumplimiento de los compromisos como su chocante verborrea; fenómenos –ambos– que chocaban de frente con la identidad catalana, país que se distingue tanto por su parquedad verbal como por su culto al cumplimiento de la palabra empeñada (en Cataluña hablar de un “home de paraula” equivale a referirse a un espécimen digno de la tribu).

En estos últimos tiempos, incluso en Cochabamba se han podido observar unas parejas de mujeres (nunca las vi con algún hombre): su atuendo llamaba la atención por su falda larga y el colorido pañuelo con que cubrían sus cabezas; también por la voz gritona con que charlaban: me atrevería a decir que eran gitanas; y hablaban en una lengua inidentificable, pero que probablemente era alguna variedad de rumano (¿o acaso su romaní?). Últimamente han desaparecido con la misma ‘discreción’ con que habían llegado.

* * *

Valgan estos ligeros brochazos para referirme al tema gitano en el presente europeo de nuestros días.

Y lo primero acerca de la nomenclatura: en Europa han tenido a lo largo de los siglos y según los lugares, diferentes nombres. Y actualmente hay quien quiere unificarlos en uno solo, presuntamente su autodenominación: “romaní” (dicho sea de paso: en catalán, nombre del ‘romero’ y apellido típico); pero para los anglófonos han sido y son los ‘gypsies’; y para los germanos, los ‘zigeuner’ (pero junto a ‘roma’ y ‘sinti’); para los neolatinos (italianos, franceses, catalanes, españoles, portugueses), son ‘gitans’, ‘gitanos’, ‘gitani’, ‘zingari’, ‘cigani’…). Éstos son los hechos históricos; otra cosa es que en los últimos tiempos haya habido una cierta difusión de ‘roma / romani’. Y otras muchas denominaciones, fuente de polémicas internas y externas, con recientes pretensiones parciales de generalización.

Lo segundo, que en la actualidad uno puede saber es que se han vuelto ‘conflictivos’: su presencia a menudo no es bien acogida por la población; esto supuesto, ha habido gobiernos y municipios que han regulado o limitado su presencia en sus territorios o la han sometido a ciertos controles. En Italia y Francia, por ejemplo, los gobiernos del momento han querido exigirles algún tipo de reglamentación o ‘registro’ de su existencia. Y curiosamente, ya esto solo ha bastado para que proliferaran voces indignadas contra tales medidas, echando mano con excesiva facilidad de comodines ya archiresabidos viniendo de los grupos de presión de que vienen: ‘discriminación’, ‘exclusión social’ (supongo que también ‘racismo’, ‘xenofobia’… ¿y qué más?). De esas voces también hemos podido leer alguna muestra… hasta en la prensa local (pero cocinada y catapultada ¡desde muy lejos!) Como si aquí no tuviéramos otros problemas mucho más agobiantes…

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Dejemos ahora de lado todo lo que se sabe (o supone saber) sobre el origen índico de los gitanos; tampoco nos hace falta disertar sobre su movida historia, con el rasgo común de su carácter minoritario, marginal dentro de muy diferentes sociedades. Tampoco podemos dejar de lado su frecuente carácter nómada, con circuitos mayores o menores; a la postre, fuente y explicación de su vida (auto)marginada.

Y así llegamos a la yema del huevo. Quiero decir, al núcleo del problema. Aunque en la Europa continental desde hace siglos han vivido gitanos desde el Mar Negro hasta el Atlántico, las condiciones imperantes, los medios de transporte, las fronteras, todo contribuía a que se mantuvieran dentro unos circuitos relativamente limitados. En cambio, últimamente la creciente movilidad territorial de las poblaciones, las dos guerras mundiales con sus secuelas de millonarias expulsiones (‘limpiezas étnicas’) de población, también gitana; y últimamente, la caída de la cortina de hierro y la movilidad humana facilitada y aun favorecida por la Unión Europea, todo ha contribuido a que se extiendan, acentúen y agraven los problemas. En Checoslovaquia, por ejemplo, el comunismo los tuvo bien controlados (como al resto de la población: ¡en esto no había discriminación, dirán algunos!); con la fin del régimen ‘socialista’ y, poco después, la separación entre Chequia y Eslovaquia la situación ha cambiado, dando lugar a graves incidentes en la antigua zona noroccidental alemana de los sudestes, con muertes y fuertes manifestaciones anti-gitanos. En Rumania (que, como Hungría, ha sido otro de los asientos tradicionales de una fuerte población gitana) también se han producido tensiones.

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¿Dónde está, pues, el problema? Me parece que podemos ver dos de ellos.

Por una parte, en las sociedades europeas actuales se ha vuelto un cuerpo extraño que, en su seno, subsistan grupos con un régimen de vida nómada. Por tanto, sin domicilio. Y sin pago de impuestos. Y sin distrito electoral. Y sin figurar al Registro Civil. Y sin una residencia estable, que es la que determina el ejercicio de sus derechos a una atención sanitaria. Y sin posibilidad real de escolarización de los hijos. Por otro lado, ocupando nómadamente terrenos ajenos o muy precarios (en Europa o nunca ha habido o desde hace muchos siglos cada vez ha habido menos ‘tierras de nadie’), ya se puede entender que resulta una fuente de fricciones, cuando no de conflictos abiertos. Resumiendo: son un cuerpo ajeno a aquellas sociedades.

Lo que en Italia ciertos ‘activistas’ han denunciado abusivamente como ‘medidas nazis’, no era más que un intento de registro específico. Como si el resto de ciudadanos no estuvieran sujetos, no a uno sino a docenas de registros de todo tipo, empezando por los de carácter fiscal. Y como si en varios de tales registros no figurara también el de las huellas digitales personales. Entonces ¿dónde está el ‘racismo’ nazi? Pero parece que vivimos en un mundo donde todos los desatinos que se han instalado de formas muy poco ‘democráticas’ resultan palabra de Dios.

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Pero el verdadero meollo del tema gitano se sitúa dentro de lo que suele girar en torno a la ‘multiculturalidad’ canonizada en las sociedades europeas (en unas más, en otras menos). Y que podemos resumir así: o se trata de una necesidad ineludible como efecto de las décadas de retroceso demográfico o nadie ha demostrado que represente una opción superior a la homogeneidad étnica. Y en cualquier caso, carece de las propiedades de un dogma ante el que sólo quepa aceptar y proclamar e imponer al conjunto de la sociedad. Y aquellos ‘activistas’ de los derechos humanos parecen no haberse dado cuenta de cómo su ideología multicultural se muerde la cola: por un lado su radicalismo utópicoromántico reivindica la legitimidad de la coexistencia de diferentes modelos culturales dentro de un mismo estado; por otro, también reivindica el goce de todos los derechos y beneficios del resto de ciudadanos, pero sin participar de sus aportes, sacrificios y renuncias. Es decir, una verdadera ‘ley del embudo’: derecho a la diferencia, cuando se trata de cosas amargas; igualdad de derechos cuando se trata de gozar los beneficios de los estados del bienestar.

Con todos estos ingredientes, quizás sea más fácil entender por qué en numerosos lugares de Europa el tema gitano da lugar a agrios conflictos y se presta a encrespadas polémicas; de por medio con el recurso a ‘grandes palabras’ agusanadas. Y como no pueden faltar, con minoritarias redes de ‘activistas’ que saben muy bien a qué juego juegan y que, aunque no lo digan, pueden detectarse. Quizás en ocasión futura podríamos desmenuzar estos mismos temas plantándonos en los Andes andinos y en los llanos orientales y en los valles floridos… Así el tema adquiriría, acaso, mayor cercanía y realismo.

Fuente: LA PATRIA
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