Loading...
Invitado


Domingo 09 de junio de 2013

Portada Principal
Revista Dominical

No llores

09 jun 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Algunos, frente a situaciones locales o mundiales, pueden tener la sensación que los cambios son extremadamente difíciles e improbables. Parece que nada se mueve. Todo está estancado y sin vida. Prevalece la injusticia y el poder. Muchas veces la única opción posible es entre una solución mala y otra peor, sin la posibilidad de renovación y esperanza. Sólo queda el lamento y la frustración.

Y de repente aparece la novedad, que supera toda expectativa, y todo renace y cobra vida, como una primavera después de un frío invierno.

Leemos en el evangelio de san Lucas 7, 11-17:

«Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.

Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su pueblo”. El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina».

Mucha gente se dirige con Jesús a Naím, un lugar sin ninguna importancia, desconocido en la Biblia hasta ese momento. Y se encuentra con la procesión más triste y desgarradora: “Llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda”. También la madre del joven ha quedado sin ninguna importancia, porque ya había perdido al esposo, y ahora también a su hijo único. En esa sociedad, la mujer sin el amparo de un hombre es nadie. Tiene sólo su dolor y sus lágrimas. Pero Jesús se fija en ella. Se conmueve al verla llorar. El llanto de la madre se hace su llanto, como llorará frente a la tumba del amigo Lázaro. La muerte, la injusticia, la desesperación, son el extremo opuesto de su misión de manifestar el Reino de Dios.

En esa madre Jesús ve representada la tierra de Israel, que ya ha perdido a su esposo, ha sido infiel a la alianza con su Dios. Y su hijo, el pueblo judío, ya no tiene vida, oprimido por un sistema religioso que lo explota y humilla. Como esa madre que llora a su hijo, Jesús llorará sobre Jerusalén, en los últimos días de su vida, antes que lo asesinen: “Ojalá en este día tú también reconocieras el camino que conduce a la paz. Pero eso ahora está oculto a tus ojos”. Jerusalén “no ha reconocido el momento ni la visita de su Dios”, y por eso la terrible predicción: “Te llegará el día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te cercarán por todas partes. Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de ti, y no te dejarán piedra sobre piedra”.

Pero Jesús ha venido para dar vida. Su invitación a la madre destrozada por el dolor: “No llores”, no es sólo una palabra de consuelo, es ya una promesa. No llores, porque la muerte será vencida: es un anuncio pascual.

Los detalles que subraya el evangelio son importantes: “Se acercó y tocó el féretro”. La persona que se acerca a un difunto y toca un féretro se hace impura. Así es la encarnación de Dios en Jesús. Y desde el pozo oscuro de nuestra impureza, Jesús abre camino hacia la vida: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. Es la orden que resuena en los oídos de todos los presentes; es la orden que Lucas repite para su comunidad, y que llegará a todos los seguidores de Jesús: “Levántate”, porque tu vocación es la vida, la alegría, el amor. Jesús entrega el joven vivo al amor de la madre: “El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre”.

La muchedumbre presente reconoce en Jesús la manifestación de la “entrañable misericordia” de Dios, un Dios “misericordioso y compasivo”: “Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios”. Muchos habrán recordado otros hechos extraordinarios de grandes profetas anteriores, como Elías, que devolvió vivo a la viuda de Sarepta el hijo que había muerto, o Eliseo, que resucitó al hijo de la mujer de Sunán. Se difunde rápidamente el comentario: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros”. Junto con la alegría por el consuelo de una madre que abraza vivo a su hijo que estaba muerto, se proclama la esperanza de la liberación de todo el pueblo: “Dios ha visitado a su pueblo”. Es profecía y adelanto de esa humanidad nueva, cuando Dios “le secará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni pena, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha pasado” (Ap. 21, 4).

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: