La revolución comunista no ha muerto, volverá, pero no pronto
09 jun 2013
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin, de los más importantes entre toda una pléyade de revolucionarios, no llegaron a la escena política de casualidad. Fueron el producto de un proceso que se recreó en un contexto histórico sumamente complejo que les dio vida en el siglo XIX e hizo posible sus ideas de transformar el mundo en el que vivían, en ebullición a partir de la Revolución Industrial y los crímenes del capitalismo voraz, lo que no significa que este sistema particular sea en términos absolutos intrínsecamente cruel. Fue necesario por el desarrollo de la Humanidad en un tiempo concreto y sus barbaridades implicaron su naturaleza expoliadora. Los padres del comunismo científico lo interpretaron correctamente a partir de las consecuencias de la terrible Revolución Francesa en sus medios más que en sus objetivos y de los procesos subsiguientes que estuvieron signados por un desarrollo acelerado de las fuerzas productivas, la represión a los trabajadores y la negación de todo símbolo de progreso que no sea el crecimiento del excedente a niveles horripilantes en beneficio de una minoría privilegiada y la ruina de decenas de millones de trabajadores y sus familias empobrecidas.
Pero hay que ver las cosas en su tiempo. Sería académicamente mediocre juzgar al capitalismo en términos distintos a los de Marx, en el sentido de una lectura profunda del revolucionario alemán que no está escrita sino dada a entender. Este sistema de explotación pasó por distintas etapas y supo sobreponerse a sus innumerables crisis con increíble creatividad y garantizó un nivel de vida razonable para mucha gente, pero no por bueno o magnánimo, sino porque el desarrollo de la producción que requería de gente cada vez más calificada y mejor pagada se lo exigió. Así, el capitalismo compró a la clase obrera en el sentido del Estado Social de Derecho y la acabaron pervirtiendo hasta el extremo. Muchas décadas después ya no se trataba de los sufridos trabajadores con turnos de 16 horas por día, sino cómodos y obesos funcionarios que terminaron justificando al sistema de explotación aunque en un espacio mundial. Sus ideas revolucionarias se perdieron en la vorágine de su angurria y cuando sufrieron recortes terminaron uniéndose a los partidos de tendencia nazi, eso es lo que pasa en Europa actualmente. En realidad, los revolucionarios ahora son más de clase media con un nivel avanzado de formación en el marco de las profundas transformaciones culturales y tecnológicas que se han producido con el tiempo. La clase obrera es decrépita y solamente busca privilegios a condición de traicionar a la Revolución, es esencialmente prebendal.
Los trabajadores de cuello blanco, los más explotados en la actualidad, renuncian a sus derechos por un miedo cobarde y se entregan a las condiciones del sistema: largas jornadas de trabajo que llegan a las doce horas diarias, ningún bono y peor todavía aguinaldo gracias a la filosofía criminal de las consultorías que hoy en día son las formas de explotación más feroz. Las horas extras y beneficios sociales son un recuerdo del capitalismo anterior a las luchas sociales de los años ochentas. No están dispuestos a asumir un rol revolucionario que los obreros de casco y overol no lo van a representar porque hace mucho tiempo se hundieron en las prebendas de sus dirigencias sindicales. Ya no existe el proletariado que defiende a los explotados materialmente y desde el punto de vista de las ideas. Los obreros de 1848, 1871, 1917, 1918 y 1919 no son más que un recuerdo lejano reforzado por pequeñas manifestaciones rebeldes.
En 1917 se consolidó una proeza que definió al movimiento revolucionario mundial: la Revolución Bolchevique que se enfrentó a profundos desafíos, los que tenían que ver con las miserias de millones de campesinos en una situación servil, prácticamente feudal y proletarios condenados al ostracismo de un capitalismo atrasado y cruel. Lenin les dio la luz, pero se encontraba rodeado de personas que ni siquiera conocían los rudimentos de la ciencia. Empezó un trabajo extremadamente complicado. Tenía ilusiones, muchas veces falsas y la realidad lo llevó a ver la dificultad del proceso. Incursionó en temas extremadamente difíciles que a pesar de sus últimos escritos no supo combatir. Las tendencias disímiles y contradictorias del Partido Comunista de ese entonces hicieron imposible una definición clara: trotskistas, anarquistas, socialistas revolucionarios, miencheviques y marxistas de toda laya crearon una situación difícil. Lenin, gracias a su enorme capacidad de negociación y conciliación los unió, pero después vino lo siguiente, acuerdos y errores que configuraron toda una historia.
(*) Politólogo
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