Jueves 06 de junio de 2013
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Los signos de una crisis son más visibles cuando está terminando –como ahora– el tiempo de las “vacas gordas”. Esto, en general, hace notar la ineficiencia de los gobiernos, y pone en evidencia lo inapropiado de sus políticas. Como sucede con las personas, los regímenes reaccionan de distinta manera, y es poco común el sensato propósito de enmienda; esto, especialmente, en los gobiernos neopopulistas para los que, corregir errores, es sinónimo de debilidad y de claudicación de sus postulados. Por ello, lo firme para éstos es el estilo, siempre arrogante y agresivo.
Esto viene a cuento por la aguda crisis que sufre la muy rica Venezuela, que provoca tensiones sociales, pues escasean los productos básicos, la inflación está desenfrenada y, lo que es trágico, el índice de homicidios está entre los más altos del mundo. Si a todo esto se agrega la crisis política –la legitimidad de Nicolás Maduro está cuestionada– la situación es potencialmente explosiva.
Es impensable que Maduro y su entorno no adviertan los peligros que corren al insistir en un modelo político-económico fallido. Seguramente por saberlo, les renace la paranoia chavista y embisten contra todos, buscando responsables imaginarios, en especial el “imperio”: Estados Unidos. Así el mandatario, entrampado en sus delirios, denuncia que un grupo de estadounidenses reunidos en Colombia, se propone inocularle un veneno mortal. "No para que me muera en un día, no; para enfermarme en el transcurso de los meses que están por venir”, dijo. Esta es parte de la insólita y torpe reacción del presidente Maduro ante la reunión en Bogotá del Presidente colombiano Juan Manuel Santos con el líder opositor venezolano Henrique Capriles. Según muchas opiniones hay pocas probabilidades de cambio en este estilo estridente de Maduro, que ahora exhibe la misma paranoia que fue tan característica en el fallecido presidente Hugo Chávez.