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Domingo 02 de junio de 2013

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Revista Dominical

Cine y literatura

El mensajero de Dios...

02 jun 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Juan Manuel Fajardo

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Hace algunos años Octavio Getino decía que “Toda fuerza social o histórica tiene en su memoria aquello que en el presente le sirva para afirmarse hacia el mañana”. “Cuando un hecho, una obra o una doctrina de épocas pasadas posee aún un valor reconocido, no es sólo porque fuera importante en su momento, sino también porque lo son en el momento en que se les convoca y reafirma”.

El cine político histórico o de tesis, a lo largo de su desarrollo ha sabido traducir, con el concurso de realizadores avezados, en esta forma de expresión, la memoria de los pueblos que lucharon por la libertad. Un ejemplo es el de Moustapha Akkad (1930 - 2005), cineasta nacido en la ciudad de Aleppo Siria, formado en los Estados Unidos, colaborador de Sam Peckinpah (1925 - 1984), uno de los grandes directores de Hollywood, especialista en mostrar el lado oscuro y violento de los seres humanos en filmes que tienen la virtud de perseguir al espectador después de terminada la función; nos viene a la memoria algunos: “La Pandilla salvaje” (1969), “Pat Garret y Billy the Kid” (1973), “El hijo del Torbellino” (1970), “Pistoleros al atardecer” (1962), “La cruz de hierro” (1977), y “Los perros de paja” (1971), aquel filme en el que emite el mensaje nítido, de que en el corazón del hombre más pacífico, siempre existe un tigre dormido. Este filme de impactante título es uno de los mejores de Peckinpah, el maestro de la estética de la violencia. Lleno de imágenes shock “Los perros de paja” sacude las fibras más íntimas del conformismo de un ser humano, cuya esposa es sometida, por unos lugareños a vejámenes salvajes, motivando una reacción de proporciones insospechadas escenas orientadas a desatar la esquizofrenia en el público.

La intencionalidad de Moustapha Akkad, es la búsqueda del tiempo perdido, trabajar sobre el rescate de la historia, retomando hechos pasados para conectarlos con el presente, en un escenario tan apropiado para el drama, cómo son los desiertos del Norte de África, Arabia Saudi y Libia, dos son sus filmes más importantes, “El mensajero de Alá“ de 1976 y “El león del desierto” de 1979.

Mahoma...

Hacia comienzos del siglo VII d de C., los romanos habían abandonado el escenario de las conquistas del mundo antiguo, entonces entraron los árabes a ocupar su lugar, los nuevos conquistadores eran un grupo de tribus que vagaban sin objetivo político alguno por los desiertos; un siglo y medio más tarde fue el Corán la fuerza impulsora que los llevó a obtener el dominio del mundo de la India hasta España y de Egipto a China, con Alá y la espada de Mahoma, analfabeto pastor de camellos, su profeta.

Mahoma Ibn Abdullah nació en La Meca en el año 570 después de Cristo, noventa y seis años después de la destrucción de Roma, en la tribu de los coreixistas, guardianes de la Kaaba, piedra de color negro caída del cielo, signo de un lugar consagrado por los dioses, lugar de peregrinación al que acudían, anualmente, grupos de peregrinos de todo el desierto para adorar a sus ídolos, ofrecerles rezos, cánticos y sacrificios humanos. James A. Michener uno de los viajeros infatigables del siglo XX, que nos dejó su experiencia en países exóticos como Afganistán, retratada en su obra “Caravanas”, o el Japón de la posguerra en “Sayonara”; en 1955 en un ensayo titulado “El Islam: como lo desfiguran y lo que es”, expresaba: “Al influjo de la extraordinaria personalidad de Mahoma, la Arabia y el Oriente mismo experimentaron radical transformación. Con sus propias manos derribó los antiguos ídolos y afianzó la religión fundada en la creencia en un solo Dios. Libertó a la mujer de la servidumbre a que la sometían las costumbres del desierto; predicó la justicia social para todos”.

Mahoma huérfano a los seis años, fue criado por su abuelo, un anciano centenario, muerto éste, pasó a la tutela de un tío un mercader; con el que aprendió a manejar los camellos y a leer la carta de navegación del desierto, saber cuándo se acercaba una tormenta de arena; no sabiendo leer ni escribir, se volvió caravanero; a los catorce años estuvo en Siria, en los múltiples viajes que realizó, entró en contacto y observó las costumbres de cristianos y judíos; escuchó las discusiones entre los suyos con estas gentes, que tenían un solo Dios; estas discusiones le habrían llevado a preguntarse por qué los del pueblo árabe adoraban tantos ídolos. Fue también soldado participando de algunas batallas tribales; una vez al año en el mes del Ramadán, se retiraba a meditar sobre los misterios de la vida en una cueva cercana a La Meca. En el tiempo de su matrimonio con una viuda rica llamada Kadijha, Mahoma se transformó de taciturno y práctico jefe joven del desierto, en un hombre que aprendió a deslumbrar con su conversación y simpatía. A los cuarenta años, señala Robert Payne, tuvo la primera gran revelación, “yacía sumido en un sueño o en éxtasis, envuelto en su albornoz y oyó una voz que decía ¡Oh Mahoma! ¡Tú eres el mensajero de Dios y yo soy Gabriel! Y al levantar la vista vio la figura de un ángel, en pie en el cielo...”. “En el año 614 d.C. cuarto a contar desde la visión en la cueva, Mahoma empezó a afirmarse y, mientras recorría las calles de La Meca anunciaba los mensajes recibidos del ángel; jóvenes forasteros y esclavos formaban su auditorio, algunos empezaban a creerle, cuando afirmaba ser un apóstol de Dios”. “Tan pronto como Mahoma hubo criticado abiertamente ante la Kaaba el culto a los ídolos, estuvo a punto de ser linchado. Persuadidos de que se las habían con un loco o con un hombre resuelto a dar su vida por sus creencias, algunos ricos comerciantes, decidieron suprimirle”. Una singular conspiración contra los dioses paganos, fue desarrollada por Mahoma y sus más fieles seguidores, según Payne, “ante la resistencia a sus ideas el profeta se confinó al seno familiar para una especie de pequeña conspiración; entre sus primeros discípulos estuvieron su esposa Kadijha, Abu Bakr un viejo amigo, Alí su hijo y Zaid un fiel esclavo negro; no hizo intento de multiplicar las conversiones en los primeros años; no anunció públicamente su misión, no dictó normas a los fieles del Dios único, no tomó por asalto la Kaaba, según la tradición, al cabo de tres años sus seguidores no llegaban a cuarenta”.

En singular conspiración Mahoma, Abu Bakr y Uzman, expandieron su doctrina de manera secreta recorriendo las calles de la Meca, celebrando reuniones. Habiendo arreciado la violencia contra los miembros de la nueva religión, la persecución por el clan dominante los Kuraysh, Mahoma decidió el éxodo de sus seguidores al otro lado del mar Rojo, a Abisinia; once hombres y seis mujeres buscaron asilo en las tierras del León de Judá; el propio Mahoma se autoexilió durante dos años, al cabo de los cuales partió de la ciudad llamada Medina con trescientos adeptos, dispuestos a reconquistar la Meca; en la batalla de Badr derrotó a un ejército tres veces más numeroso. Varios autores coinciden en señalar que Mahoma, se convirtió en el profeta de la espada; que en Medina ciudad bastión, mandó a eliminar las tribus judías: que en masa vendió mujeres y niños como esclavos, dejando de predicar la doctrina de la generosidad; viendo que fracasaba como mensajero de la paz, aprendió a odiar y un día comenzó a ser profeta de la espada; la espada instrumento del cielo que su pueblo podía comprender perfectamente; en nombre de Alá la aceptaron, enseñando desde entonces el evangelio con sangre. En el año 627 partió hacia La Meca en peregrinación, la ocupó militarmente y se hizo dueño y señor de Arabia, hasta su muerte ocurrida el 8 de junio del año 632.

El mensajero de Dios...

El primer ensayo cinematográfico de Moustapha Akkad fue “El mensajero de Dios” (1976). Hombre de ninguna época, de ningún lugar, director no infatuado, entusiasta, cultivó su oficio y arte como otros cultivan las matemáticas superiores; de personalidad vibrante capaz de sobreponerse a las contrariedades, Akkad dijo alguna vez: “Estaré en el cine por mucho tiempo, quizá para siempre”; “trato en mis filmes de crear una ficción poética, más verdadera que la vida, en la que la coloco en un estado de gracia; en lugar de mostrar el heroísmo bárbaro, exhibo el heroísmo humano, una mística humanitaria, la mística de la libertad antes que de la desesperación y de la muerte”. “El mensajero de Dios” es la historia de Mahoma, el profeta de Alá, el fundador de una de las tres religiones más grandes y el resplandor que esta lanzó sobre el mundo. Akkad nos habla de seres humanos excepcionales, de una revolución religiosa, de sus almas tumultuosas, retrocediéndonos en el tiempo para ver y oír sus gritos, su elocuencia enfática y ruda. Una obra densa y vigorosa, “El Mensajero de Alá“ contiene lo esencial de lo histórico en la vida del profeta del Islam, sus primeros años en la ciudad de La Meca, la persecución, el refugio de sus seguidores en Etiopía; la hégira a Medina, las batallas libradas y el regreso a la ciudad sagrada; el lento ascenso de la marea popular. Akkad no arroja sobre la pantalla un mar de palabras de El Corán por más sublimes que sean, se decide contra toda declamación inútil. Mahoma es al que no se lo visualiza, pero sí se lo siente detrás de la cámara. Hamz (Anthony Quinn), Hind (Irene Papas), Zaid (Damien Thomas) y Bilal (Johny Sekka) no son comparsas; como las muchedumbres, no son un desfile de figuras, sino multitudes vivas, vibrantes y movidas. “El mensajero de Dios” fue concebido según Akkad, “como un puente entre Oriente y Occidente, una forma de dar a entender el mundo Islámico a Occidente”; dejando de lado los valores de producción como película, dijo, “tiene su historia tiene su drama; hice la película porque era algo personal para mí, yo mismo soy un musulmán que vive en Occidente, sentí que era mi obligación, mi deber, decir la verdad sobre el Islam, una religión con 700 millones de fieles y sobre lo que tan poco se conoce”. “Actualmente el Islam es retratado como una religión terrorista. Debido a que unos cuantos terroristas son musulmanes, el mundo tiene de mi religión esa imagen. Si alguna vez hubo una guerra religiosa llena de terror, fueron las Cruzadas; pero no se puede culpar al cristianismo porque unos pocos aventureros hicieron lo que hicieron. Ese es mi mensaje”.

Coproducción Libia, Líbano y Reino Unido este filme es una crónica de la vida de Mahoma, fue rodado en Libia y Marruecos; ante el boicot hollywoodense y el retiro del financiamiento inicial, recibió del entonces presidente de Libia Muamar al Gaddafi, el apoyo económico necesario para la realización en dos versiones, una para el Oriente Medio con un elenco de actores árabes y otra parte para el mundo Occidental; sin embargo, el loable propósito de Akaad, de un acercamiento o una aproximación de Occidente al Islam, se vio empañado; en las creencias musulmanas, y por disposición del propio Mahoma, su imagen nunca debería ser representada de ninguna manera en lienzos, pinturas o grabados; en el filme su presencia está representada desde el punto de una cámara subjetiva; sus palabras son repetidas por otros personajes como Hamza el tío del profeta; esta situación un grupo de extremistas no tuvo en cuenta, y en la creencia de que Mahoma, era personificado por Quinn, amenazó con un atentado, desatando una infortunada polémica que afectó el estreno del filme.

El León del desierto...

El colonialismo imperialista es de larga data; al que se desarrolló, a partir de los grandes descubrimientos le siguió el del siglo XIX en Asia y África, larga cadena de abusos a pueblos sojuzgados; sin respeto por el ser humano y la vida, los opresores prescindieron de intermediarios, fundamentalmente de los conquistadores del cuño de los siglos XV al XVIII, y de las compañías comerciales como forma de penetración, optando por invadir territorios y anexarlos. Los grandes imperios coloniales España, Portugal, Inglaterra y Francia, fueron los dueños del mundo, aparte de ellos, los Estados Unidos tuvieron algunas colonias, en Alaska, Hawai, Puerto Rico, la zona Canal y en las Filipinas. Alemania e Italia llegaron tarde al reparto del mundo y formaron fugaces imperios. Italia en 1885 ocupó militarmente en Egipto el puerto de Massaua en el mar Rojo, Eritrea en Abisinia, luego Somalia; en 1911 se apoderó de Fezán, Cirenaica y Tripolitania, acción comandada por un verdugo totalitario, el general Alfonso Grazianni que las colonizó quemando los bosques, destruyendo todo lo que pudiere servirles, residenciando a más de 80.000 nativos en campos de concentración rodeados de alambrados de púas, horribles campos de miseria y de muerte por hambre; destruyó oasis, para reducir los focos de rebelión de los bereberes y la guerrilla. Grazianni, ferviente católico, obtuvo en 1935 una bula papal, para la conquista de Etiopia por orden del Duce Benito Musolini, (el enviado de la providencia, aquel que ha dado Dios a Italia y está a Dios), en 1936 con las legiones italianas ocupó, Etiopia, asegurar a ese pueblo la doble ventaja de la civilización imperial y de la fe católica”. De la guerrilla, los golpes de mano, las rebeliones cada vez más frecuentes, única forma de liberación que la historia parece admitir, de un retazo de esa historia trata “El león del desierto”, así llamado Ornar Mukhtar, líder militar y espiritual de los beduinos de Libia; es el relato verídico de la resistencia de los patriotas libios a la invasión y colonización italiana que duró 20 años. En su delirio del renacimiento de un nuevo Imperio Romano, Musolini en principio militante socialista, en 1929, año en que comienza el filme, decide la solución final al problema en Cirenaica, nombrado como gobernador de la provincia al general Grazianni (Oliver Reed,) “el carnicero de Fezán“, para aplastar la rebelión. Omar Mukhtar (Anthony Quinn) visionario ideológico, maestro de escuela, es un combatiente por la liberación de su pueblo, que enfrentará a un ejército italiano moderno, dotado de tanquetas de guerra, aviones y ametralladoras, contra el cual los rifles y el caballo árabe no serán más nunca útiles, como años antes; Grazianni tiende una línea de alambre de púas de miles de kilómetros de longitud, ejecuta ancianos, mujeres y niños, o los reduce a campos de concentración, el alambre de púas, será una línea Maginot, ejemplo de empleo posterior en Auswitch, Sobibor y Treblinka. Años más tarde de popular uso para maniatar presos políticos en la era Pinochet. “Chile, alambre, alambre, alambre...”, escribiría, antes de morir Pablo Neruda. En “El león del desierto”, Akkad con imágenes formuladas con veracidad y precisión, insufla a la condición humana, la perspectiva, el sentido, la calidad dramática, y hasta poética; mueve las masas como una tempestad; la banda sonora juega un papel fundamental y se suscribe al silencio, en los momentos dramáticos o de valor emocional o estructural, por ejemplo, cuando Omar Mukhtar reza al pie de la horca, se oye, se siente el silencio que pesa materialmente, subrayando trágicamente lo visual, lo terrible que va a suceder. Omar Mukhtar fue ejecutado el 16 de septiembre de 1931 en Bengazzi, año noveno de la era fascista.

En este filme Akkad recupera para Hollywood la aptitud para manejar la metáfora, el simbolismo fílmico, creado por D.W. Griffith, profundizado por Pudovkin y Einsestein, Quinn, Reed, Irene Papas, Raf Vallone y Rod Steiger realizan una labor excepcional. Quinn dentro la tipología del cinema, fue un hombre telúrico, un hombre de la tierra, un ser humano, sino recuérdenlo en Zorba de Cacoyanis, o en “Las sandalias del pescador”. El riguroso enfoque histórico y una interpretación dialéctica del tema, hacen de “El león del desierto” un alegato formidable contra la historia oficial, estableciendo en la época de su realización un paralelismo entre situaciones y líderes del mundo árabe contemporáneo, los campos de refugiados palestinos en el Líbano, Arafath y Gadaffi. Paradójicamente, Moustapha Akkad, murió asesinado junto a su hija, en un atentado de Al Qaeda a las puertas de un hotel el año 2005 en Amman Jordania.

Notas:

E.O. James: Historia de las religiones. Ed. Alianza. 1975 Madrid.

Robert Paynt: La espada del Islam. Ed. Caralt. 1979 Madrid.

James Michener: Caravanas. Ed. Selectas. Barcelona 1979.

Lowell Thomas: El Islam. Ensayo. Life 1955.

El Corán: Plaza & Janés. Editores 1986.

Fuente: LA PATRIA
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