Sábado 01 de junio de 2013

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Me encanta el comentario de una amiga de mi hija cuando visita la casa: “El único hotel de 10 estrellas se llama Mamá”, mientras disfruta el té con canela y limón, el pan calentito, un poco de queso o mantequilla y algo de la mermelada de la fruta de temporada.
En verdad, mientras más posadas y mesones se conocen en diferentes ciudades y de todo precio, más intenso es volver a la infancia, donde espera la mamá con su orden inconfundible, su forma de poner las toallas, su estilo para tensar las sábanas, sus preparados diversos. Seguramente su ventaja mayor no es lo material sino la nostalgia, el olor, que preserva la casa grande familiar frente a cualquier otro establecimiento.
El cuidado que ponemos las madres en cada detalle, desde que asoma el alba hasta el beso final antes de acostarse es un don que debemos defender en esta época que nos quiere arrancar nuestra titularidad al cuidado de los hijos y del hogar.
Recuerdo una escena del documental sobre la liberación de los rehenes tupamaros después de 13 años de prisión. El pueblo en las calles los recibió alborozado, con gritos y banderas, claveles rojos y consignas. La madre de Fernández Huidobro, cuando lo abrazó sólo le preguntó: ¿cenaste? Porque las madres del mundo entero ejercemos como tales hasta el último aliento de vida y nuestros hijos siempre serán niños llegando al hotel más antiguo que conoce la humanidad.