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Domingo 26 de mayo de 2013

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Cultural El Duende

El charanguista de Boquerón: la violencia y el arte

26 may 2013

Fuente: LA PATRIA

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En sueños

siento

que me quitas la vida

¿Por qué, Caín

si pudimos

compartir

la gloria de estar vivos?

Jorge Dávila Vásquez

Ya se ha dicho que la Guerra del Chaco sigue y seguirá ofertando material a la literatura y al arte en general. “El charanguista de Boquerón”, con su propio enfoque temático, se adhiere a la galería de obras inspiradas en este hecho histórico.

Como no podía ser de otra manera, dada la experiencia de su autor, la obra está bien escrita, atendiendo la rigurosidad que exige el género novelístico. Estructura, lenguaje, voces narrativas, personajes, atmósferas, eje temático y transversales forman un andamiaje que motivan la emoción y la sensación de estar en algo nuevo.

Catorce son las partes que la componen, a modo de capítulos, de las cuales siete se inician con el recurso dialógico entre alguien y Abel, personaje bíblico a quien asesinara su hermano Caín impulsado por la envidia y la maldad.

Veamos:

¿Abel, dónde estás?

¿Abel, sigues ahí?

¡Abel, no te vayas!

¡Abel, no te pierdas!

¿Y, ahora Abel?

¿Abel, puedes escucharme?

Bienvenido Abel

Pienso, con el derecho que le asiste a cada lector de tener su propia percepción que, en forma sustancial y significativa, este pasaje bíblico sobre Caín y Abel es el basamento filosófico, humano y social que inspira al autor para (re) mirar la guerra del Chaco. Cáceres elije de ese hecho los pedazos (si cabe el término) que considera necesarios para el enfoque elegido:

El soldado: persona, violencia y arte. En el Charanguista de Boquerón estos fragmentos configuran episodios narrativos cuyas acciones transportan al lector al interior de las historias personales que viven los protagonistas y que se gestaron en el tiempo que transcurrió la guerra. El lector se involucra en una mezcla de emociones de crítica y reflexión por el impacto de la realidad que hiere y duele.

Esta nueva lectura de “Boquerón” desde la posición que adopta la mirada de Cáceres Romero, una posición humana, bien puede significar una concepción de vida más allá del límite geográfico que marcan las fronteras y más allá del poder y lo utilitario y más próximo al arte cuyo lenguaje trasciende los odios y las diferencias.

El soldado-persona, combatiente en medio del tráfago de la guerra cuyos disparos no sólo matan lo físico sino sobre todo lo espiritual junto a la esperanza y fe en una vida digna.

El soldado, de cualquiera de los frentes, transcurre sus días en medio del constante acoso de circunstancias, a cual más crueles y contradictorias que atentan contra sus derechos más elementales, describiendo un espacio regido por leyes y órdenes irracionales como mandato del impulso abusivo del poder.

Bolivia y Paraguay, dos pueblos de un mismo origen histórico y cultural, una misma formación religiosa y la misma lengua, vehículo de unidad por sí misma. Hermanos paridos por la misma madre, la pachamama ancestral fuerte y fecunda que, sin embargo, como fieras heridas abrieron sus fauces para devorar tantas personas que, en muchos casos, ignoraban la razón de estar ahí, en ese infierno.

En la novela accionan personajes de variadísimos perfiles, de pródigos recursos naturales y metafísicos (es saludable inmiscuirse en algunos diálogos o monólogos que arriban en lo metafísico). Hombres sumidos en el desengaño, en la desilusión rotunda o en la convivencia con una muerte inacabable, con la razón del todo desde la nada; personas con una visión positiva y esperanzadora, protagonistas sensibles que ofertan su sensibilidad artística en contra de la violencia, el caso del soldado Víctor, el charanguista, cuya habilidad musical fue capaz de borrar los límites entre los frentes de combate: “Algunos –los que pudieron hacerlo– se habían puesto de pie para aplaudir al artista, afuera a pocos metros de ese pahuichi, se desplazaba la risa inerte de la muerte, cabalgando en ambos frentes” (p. 30).

El arte borra fronteras. Es elocuente el pasaje donde el artista soldado boliviano y el artista soldado paraguayo ejecutan su música, cuyas melodías ponen una tregua en la contienda, saliendo de sus trincheras para conocerse: “avanzamos lentamente al campo de nadie, lo que pasó allí fue realmente significativo…hermano en música no hay fronteras. Así comenzó el concierto de charango y guitarra en plena selva y en plena guerra uniendo los ejércitos que se olvidaron que eran enemigos.”(p. 104). En fin…cada soldado, un alma, una palabra no dicha, un deseo atragantado, un ideal común: que acabe la guerra que sólo arrastraba vidas al abismo con gritos y estrategias de brutalidad.

A lo largo de la narración abundan pasajes que denuncian el estado de cosificación que sentían los propios soldados: “En el Chaco la vida no valía nada; sólo éramos una cifra, un número nada más” (p. 12), en esa confesión hay la certeza de ser sólo un objeto para ejecutar órdenes más allá de las propias convicciones: “nos hacían matar más a bolis que a los mismos pilas”. A nombre de la famosa disciplina militar se cometían actos inhumanos dirigidos por la inconsciencia o enajenación, como el caso del fusilamiento de Candelario, soldado boliviano.

El autor destaca la sensibilidad del soldado quien, primero se siente persona antes que arma de matar: “no me animaba a tocarlo, aunque era un enemigo también era un hombre” (p.23) –dice un combatiente. Les dolía matar aunque fuera al enemigo.

El tiempo en la narración funciona como una perspectiva con sus distintos planos: El ahora que es el resultado del pasado y lleva en escorzo el futuro.

Estos planos vienen estructurados y dirigidos por la historia de cada vida o el carácter proyectivo de la perspectiva real o vital de la vida misma.

Rosario Quiroga de Urquieta. Cochabamba, 1950. Profesora, narradora y ensayista.

Fuente: LA PATRIA
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