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Domingo 26 de mayo de 2013

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Identidades colectivas

26 may 2013

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Vivimos, es cosa conocida, un tiempo individualista. Ya por esto se puede entender que esté de moda rechazar todo lo que huela a colectivismo, que huele relacionarse con dictaduras y totalitarismos, por tanto, históricamente resulta comprensible que haya un tic de rechazo también a lo que suele llamarse las ‘personalidades’ (o identidades) colectivas. Es decir, antes de reflexionar, uno puede esperarse que la primera reacción automática sea de rechazo.

Ahora bien, ante todo debe aclararse qué se quiere decir con esto de la ‘personalidad (o identidad) colectiva’. Ya puede resultar iluminador que desde la más remota antigüedad los pueblos han sido caracterizados por los otros (empezando por los vecinos o cercanos); y a veces de una forma sumarísima: con una sola palabra. Es fácil descubrir las debilidades de estas inclinaciones colectivas, basados por lo general en una información insuficiente. Ni todos los individuos de aquella colectividad presentan el rasgo del estereotipo, ni quienes lo presentan, es el único que presentan.

Es fácil, por tanto, acusar de simplificación a quienes demuestran cierta tendencia a recurrir a las definiciones colectivas. Y oponerles rasgos extraídos de sus conductas históricas que desautorizan o debilitan lo que afirmaba la ‘identidad colectiva’.

Pero donde hacen agua los opositores es cuando se les pregunta: ¿luego todos somos diferentes? ¿Y por tanto tampoco hay semejanzas que se hacen más frecuentes entre los que comparten territorio, historia, herencia, cultura? Y quienes alegan las diferencias individuales, ¿son conscientes del problemón que se echan encima al no poder utilizar, en buena lógica, eso que la gramática llama ‘nombres comunes’? ¿Ni lo que los filósofos definen como ‘conceptos universales’? Es decir, parecería que tanto las lenguas como las filosofías han sentido la necesidad de superar el nivel de la individualidad de las cosas para alcanzar una visión ‘colectivizadora’ (que, mediante pasos sucesivos de ascendente generalización, puede llegar a un nivel de estricta ‘universalización’).

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Pero volvamos a nuestro problema. Resultaría que la categoría de ‘identidad colectiva’ quedaría excluida, tanto si todos fuéramos puramente iguales como si todos fuéramos puramente diferentes. En el primer caso, porque sólo existiría una identidad; en el segundo, porque no habría nada común entre los miembros de la Humanidad. En este sentido, la herramienta de la ‘personalidad (o identidad) colectiva’ se sitúa y actúa en un campo intermedio, situado entre el individuo (unidad mínima) y la Humanidad (unidad máxima): se fija en el grupo (llámese familia, pueblo, etnia, nación, región…). Sus ambiciones son modestas frente a los ‘totalitarios’; pero no aceptan la atomización absoluta de los hombres, donde sólo existieran individuos. Ni es tan ambicioso como para imponer la uniformidad universal, ni es tan escéptico como para negar los posibles rasgos comunes entre determinados grupos de individuos. Posición basada en el pensamiento analógico, que transita por un camino equidistante entre lo equívoco (pura diferencia) y lo unívoco (pura identidad).

Una expresión moderna de la ola alergia a los rasgos colectivos se encuentra en la tendencia a pluralizarlo todo. Tendencia muy visible entre los franceses. ¿A qué se debe? A que se rechaza la tesis de que entre cosas parcialmente diferentes, podemos fijarnos y dar nombre a rasgos compartidos.

Por lo general, los rasgos comunes a conjuntos más o menos numerosos de individuos saltan mejor a la vista cuando les contraponemos los rasgos comunes a otro conjunto ajeno. Por ejemplo: lo que tienen en común los latinoamericanos se percibe mejor cuando le contraponemos lo que une a los europeos. Pero podemos bajar el nivel de contraste: lo característico de los chilenos frente a lo de los venezolanos. O lo típico de los paceños frente a lo típico de los cruceños, etc.

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El principal argumento que alegan los enemigos de estas ‘personalidades (identidades) colectivas’, es que se basan en ‘estereotipos’. Acaso fuera sano empezar demostrando que los ‘estereotipos’ siempre y necesariamente son injustos y perversos; es decir, que manipulan la realidad. Ahora bien, la selección o destaque de unos rasgos comunes al grupo de referencia y su contraposición a los de otros con otros rasgos, ¿incluye necesariamente el concepto de manipulación? En otros términos: la existencia de tales rasgos diferenciados ¿excluye la existencia de rasgos comunes? Por supuesto que no: simplemente no se consideran significativos para los fines que se persiguen (la identificación del grupo). Y la caracterización cumple su propia función.

El problema no parece estar en la inocente operación de ‘caracterizar’ a un grupo; caracterizarlo significa poner de relieve lo que resulta especificante de un grupo humano: los que habitan un barrio, una ciudad, una comarca, una región, un país, un estado o, incluso, un continente…; o los que siguen determinada ideología; o los que prefieren determinada estética; o los que se preocupan por la ecología; o los que vivieron en determinada época; o los que practican una religión; o los que desean que en la humanidad desaparezcan las divisiones; o los han optado por el vegetarianismo…

Es bueno reconocer que lo que puede resultar cuestionable, no es la operación como tal, sino la selección de los rasgos que confieren la personalidad (identidad). Y esta selección puede resultar objetable desde dos puntos de vista: el de su objetividad (elige unos rasgos que cabe impugnar por no responder a la realidad) y el de su intención (la selección de rasgos obedece a fines rechazables: crear una imagen colectiva negativa, odiosa, despreciable; incluso provocar reacciones agresivas por parte de otros; etc.

Ya podría suponerse que aquí estoy defendiendo la legitimidad intelectual (e incluso cognoscitiva) de los ‘retratos’ colectivos; no la legitimidad de los usos políticos que se les puedan dar (o a cuyo servicio se puedan haber creado). Porque no hacen falta grandes argumentaciones para llegar a la conclusión de que a cualquier grupo humano (mínimo, pequeño, mediano, grande o grandísimo) se le pueden echar denuestos, por tanto, nadie está a salvo de tales chubascos.

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Sobre nuestro tema creo oportunas algunas consideraciones.

La primera tiene que ver con la perspectiva en que se sitúa el que se pronuncia contra los malhadados ‘estereotipos’ o ‘personalidades (identidades) colectivas’; en realidad depende

del contenido (atractivo o repelente) del calificativo colectivo. Entre los combates que mantiene el feminismo radical, está también el que se estrella contra los ‘estereotipos’; pero, de hecho, sólo se opone a los estereotipos que, según la concepción que se han hecho de las cosas, para ellas son negativos; y es obvio que, quienquiera que sea, se oponga a lo ‘negativo’ que se atribuye a una colectividad de la que forma parte. Porque, en realidad, no se opone al mismo tipo de ‘estereotipos’ ‘positivos’ o laudatorios: pensemos, por ejemplo, la letanía de ‘virtudes maternales’ que cada ‘Día de la Madre’ nos administran coactivamente los medios de comunicación. O pensemos en quienes, para promover la entrada de las mujeres en la vida política (que imaginan poblada de malintencionados obstáculos), aseguran que las mujeres lo harán mejor; pero ante la política practicada por una mujer como Margaret Thatcher, casi no hay quien no diga pestes.

de si incluye o no al que habla y juzga. Imaginemos la situación siguiente: un grupo de latinoamericanos que estudian en Europa dictamina sobre las glorias y los males de su lejano continente: ¿Podemos imaginar que necesiten más de cinco minutos para fulminar rayos y centellas contra los abusos, la codicia y la petulancia de los gringos? ¿O contra la crueldad de los conquistadores que acabaron con los reyes aztecas e incas?

De ambos casos podemos deducir que la oposición a los ‘estereotipos’ no suele ser principista, sino coyuntural; es decir, que no procede de la esencia de las cosas mismas, sino de si favorece o no a mis propósitos o de si halaga o no los puntos de vista de mi ‘tribu’.

Las generalizaciones no pueden dar cuenta precisa de la realidad de todos los individuos incluidos en la etiqueta colectiva; en este sentido, toda generalización prescinde de algunos aspectos de la realidad, pero aun aquí podemos percibir el terreno falso que suele pisarse: la objeción de que ni todos los europeos ni todos los norteamericanos son como les atribuye el juicio, no impide a nadie seguir repitiéndolo. Y no sólo porque no ‘interesa’ abandonarlo, sino porque, de hacerlo, no podríamos hablar de grupos humanos; y tampoco casi de nada (como no fuera del bueno o mal tiempo, ¡prototipo de la conversación de los concretos y pragmáticos británicos!)

Podemos seguir discurriendo sobre el tema, porque tiene abundantes carices; pero de momento ya vamos descubriendo que se trata de un tema donde se cruzan las opiniones con los sentimientos, y éstos suelen sobreponerse a aquellas.

Fuente: LA PATRIA
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