Martes 21 de mayo de 2013
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El sambenito que le cuelga el gobierno a la COB es un ardid socorrido; el propio Evo es quien ha calificado de “golpe” a la acción de los cobistas. Como actor principal de otros “golpes”, bien sabe él lo que dice, aunque protesten su inocencia los acusados. El dicho popular de que entre bomberos no se pisan la manguera está fallando. Debe ser a causa de la contaminación del “proceso de cambio”.
Tenga o no tenga razón el jefazo, la denominación correcta de esos desmanes depende de la correlación de fuerzas. El golpe sigue siendo tal en tanto sea inferior a las fuerzas represivas del gobierno; cuando lo excede, cambia de categoría y se llama “revolución democrática y cultural”. La poblada subversiva de El Alto, en aquel luctuoso octubre del 2003, superó en sagacidad y destreza a los defensores del Estado. De ahí que, ante el inminente peligro de ser cercado por los mismos “golpistas” de hoy, el último presidente neoliberal tuvo que tomar las de Villadiego.
En la época de los caudillos bárbaros (Melgarejo, Morales etc.), los golpes de Estado eran la vía más expedita para llegar al Palacio Quemado y anunciar al país “inocente y hermoso”, desde el balcón presidencial, que el nuevo salvador de la patria acaba de posesionarse. Con el tiempo y las aguas los golpistas han perfeccionado su arte. La última asonada de los movimientos sociales (sindicatos politizados) ya ni parecía ser un golpe. A dos presidentes constitucionales echaron abajo como si nada. Y de yapa se apoderaron de la democracia.
