Sin ánimo de endilgar logros rimbombantes al socialismo, Juscelino Kubitschek, un mandatario brasileño afín a esa corriente política, pero inteligente y pragmático, en 1956 formó un equipo de profesionales de su misma militancia con el objeto de desarrollar un modelo de ciudad "utópica" donde se pretendía eliminar las clases sociales y con la demagogia que caracteriza a los actos de la izquierda, la ciudad debía llamarse, como sugirió alguna vez el escritor francés André Malraux, “la Capital de la Esperanza”. El experimento fue feliz y la capital no sólo se erigió, sino que fue aceptada y respetada por los futuros gobiernos militares de ultra derecha que se sucedieron a partir de 1964.
Valga este preámbulo para significar que los bolivianos estamos perdiendo miserablemente el tiempo al no copiar el ejemplo brasileño. Deberíamos trasladar, a la brevedad posible, nuestra capital a zonas más apacibles, bucólicas y menos conflictivas, donde el clima sea benigno; la vista se pierda en extensas planicies de tierras fértiles, ubérrimas, llenas de vegetación y capaces de tranquilizar el ánimo hasta de los más alevosos. En fin, todo un entorno diametralmente opuesto al de nuestra actual capital, la ya mal llamada ciudad de “La Paz”.
Pensando en voz alta cual sería la zona perfecta donde podríamos localizar esta quimera, surge de inmediato la imagen del Chapare como el sitio ideal para fundar nuestra tierra prometida. Zona paradisíaca situada a 200 mts. sobre el nivel del mar, cubre una superficie de 12.445 Km2, donde fácilmente podríamos caber todos los bolivianos. A su exuberante vegetación silvestre, se le suman innúmeros y caudalosos cursos de agua, donde todavía se puede disfrutar de la pesca, algo que en el Choqueyapu se ha extinguido hace muchísimos años.
En la actualidad, el Chapare goza de una extraordinaria paz celestial que puede ser atribuida al hecho de haberse convertido en la cuna de la hoja sagrada. En los últimos siete años no se conoce la realización de bloqueos que paralicen su actividad productiva. Nada la inmuta ni la intranquiliza; ni siquiera la policía ingresa allí por temor a no contaminar con su presencia a sus angelicales habitantes. Al margen del cultivo de la hoja sacra, no existen fábricas de cocaína como en Santa Cruz, Beni, Potosí y hasta en el Alto de La Paz que tanto daño le causan a la nación. En su lugar, se han instalado modernas plantas industrializadoras de la hoja como Ebococa, con una inversión de dos millones de dólares del erario nacional, una planta de Urea de 820 millones, Cartonbol, Papelbol y otros boles, que no producen nada todavía, pero prometen convertir la región algún día, en uno de los polos más desarrollados del planeta.
Los hermanos mineros que vomitan sus pulmones en las ominosas cavernas de las breñas andinas y vienen a La Paz a hacerse sacudir por las fuerzas del orden, en pos de una pensión que nunca llegará, tendrían un pasar dichoso, digno de aquellos señalados por Dios y lejos de toda acechanza. Con estos argumentos, los bolivianos creemos tener razones más que suficientes para afirmar que debemos trasladar nuestra capital al Chapare.
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.