Miercoles 15 de mayo de 2013

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El pandemonio de los bloqueos y la expulsión de USAID dieron la tónica al primero de mayo último. Es ya casi tradicional que algún show aparatoso haya en esa fecha. Pero debe ser algo fuerte para que el jefazo se muestre con su habitual arrogancia de guerrero invicto. Y para ello nada mejor que asociar la imagen personal con la del imperio, aunque sea tirando piedras desde el patio trasero.
Eso de llevar algo entre ceja y ceja suele ser un síndrome de patología. Es en realidad el odio pasional que sostiene una guerra sin cuartel. Inciden varios factores, pero dos están a la vista: la diferencia ideológica confrontada y la erradicación forzosa de la coca excedentaria en el Chapare. De esa entraña salió sin embargo la fuerza política que irrumpió en el Palacio Quemado. Si se desbroza el ropaje externo, el núcleo del poder se denuncia por sí mismo. Los cocaleros mandan en Bolivia. ¿No hay mal que bien no venga?
Pero la descripción no justifica. Si existiera un tribunal capaz de aplicar la ley, el gobierno tendría que asumir su responsabilidad; pues hasta ahora no hay más que acusaciones y discursos que anuncian la expulsión, sin testimonios ni pruebas que las respalden. Por supuesto que la injerencia en asuntos internos es también grave, pero hay que demostrar que realmente hubo. Entre tanto, la presunción de inocencia rige para todos, incluso para los ciudadanos de la República, eventualmente en receso.