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Domingo 12 de mayo de 2013

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Tres amigos muertos

12 may 2013

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Envejecer significa, entre otras cosas, pero de una forma muy prioritaria, ver cómo se te van amigos de tu lado. Quiero decir que se van porque se mueren (no simplemente porque ‘se han ido’, como gustan decir quienes demuestran haber declarado una guerra enfermiza al término ‘morir’). En este caso, los tres amigos muertos eran más viejos que yo; detalle que no puede pasar por una condición necesaria, pues la experiencia enseña que también se te han muerto amigos más jóvenes… Quisiera dedicar esta página a tres de ellos y que nos han dejado en los últimos años. Los tres eran sacerdotes; los tres eran extranjeros; los tres eran europeos; pero los tres habían llegado con tres procedencias diferentes.

Eric De Wasseige OP (1932-2010) fue un belga francófono (nacido en Lieja); por razones del trabajo de su padre hizo parte del bachillerato en Colombia; vuelto a su tierra, en 1960 se hizo dominico y, ya sacerdote, llegó a Bolivia en 1972; sin tardar mucho, con otro dominico (norteamericano), no sólo contribuyó a que naciera “Justicia y Paz”, sino que sería una de las piezas básicas de su funcionamiento; y una de las que no retrocedía cuando había que enfrentar peligros. Así fue cómo en 1974 fue expulsado del país; fue a dar a Lima, donde permaneció cuatro años ayudando a los que llegaban exiliados y combatiendo la dictadura de otras mil formas.

Hasta que pudo retornar al país (sería en 1978, supongo). “Justicia y Paz” ya hacía tiempo que había desaparecido; pero su bandera la había heredado la “Asamblea Permanente de Derechos Humanos”; y Eric se integró con la misma decisión de antes. De Wasseige se encontró también formando parte del grupo que publicaba el semanario “Aquí”; 1980 trajo, primero la muerte de Espinal y, con el golpe de García Mesa, la del extremista periódico. Pero Eric siguió colaborando de muchas formas en su frente de batalla; y durante la UDP también ayudó a que pudiera renacer “Aquí”, sin cambiar de estilo; pero desde 1985 en Bolivia (y desde 1989 en todo el mundo) soplaban otros vientos, que dejaron al aire las raíces de muchas de las iniciativas y movimientos y tendencias en que se había movido hasta entonces.

Volvió a adecuar su actividad, alejándose progresivamente del permanente conspiracionismo ‘resistent’ al asesoramiento de entidades extranjeras de financiamiento (principalmente holandesas y escandinavas) a favor del desarrollo. Y tuvo la honestidad de reconocer y sostener que si el “Aquí” no era capaz de autofinanciarse con la venta de sus ejemplares, debía desaparecer: me atrevería a decir que por entonces ya había descubierto las incontrolables dosis de voluntarismo que aquejaban al revolucionarismo más profesionalizado y chillón. Y Eric estaba profundamente desengañado de su eficacia histórica. Cada vez fue adoptando una posición más retraída; en cierta forma, más ‘administrativa’. Y se negó a mantener artificialmente el izquierdismo inercial (con puro financiamiento externo).

Durante los años ochenta y noventa hemos mantenido inacabables conversaciones nocturnas de omni re scibili. Eric sentía necesidad de explayarse con quien pudiera compartir su compulsiva necesidad de ironía y un sarcasmo (bien escaso en el país). Probablemente estaba convencido de que había sido manipulado (¿o de que se había dejado manipular?); y no estaba dispuesto a que esto se repitiera. Los últimos años nos vimos menos. Hasta que en abril de 2010 me llegó la noticia de su discreta muerte. Entre las contadas reacciones escritas que conozco, más de una resulta lamentable y a la vez indignante, imaginándolo situado a la izquierda de la extrema izquierda: así se cobraban su ‘traición’, callando sobre su honradez de no seguir viviendo del cuento. Y en su vida tuvo que aprender dolorosamente la inextricable complejidad de la ‘causa popular’.

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Lorenzo Calzavarini OFM (1939-2012) fue un franciscano del norte italiano que después de ordenarse sacerdote y licenciarse en sociología en Lovaina y de doctorarse en la misma materia en Urbino, llegó a Bolivia en 1974. Su línea de trabajo le situó rápidamente en el ámbito de la docencia académica de su disciplina: se mantuvo 19 años en la Universidad de San Simón (Cochabamba); y cuando se jubiló de la cátedra, en 1994 se fue a instalar en Tarija. Allí se hizo cargo de mantener el rico legado cultural que alberga aquel convento: archivo, biblioteca, museo, etc.

A ese legado de las generaciones precedentes, él todavía le añadió un nuevo ingrediente: el Centro Eclesial de Documentación. Y con su innato buen gusto remodeló el museo. Y todavía se dedicó a ejercer una suerte de mecenazgo con artistas vivos, orientándolos a encontrar expresiones actuales de la eterna belleza de los misterios católicos.

Para hacerlo no ha podido prescindir de un progresivo desarrollo de una faceta de administrador de la ayuda financiera que obtenía en Europa y que le permitía llevar adelante sus múltiples iniciativas. Entre todas ellas, ha dejado para el futuro una conmemoración de los 400 años de la presencia franciscana en Tarija, con una recopilación documental de siete gruesos volúmenes que constituye su mejor regalo al país que lo había acogido y que, dentro de todas las limitaciones y de los contratiempos ‘atmosféricos’, le permitió crear algo nuevo.

Personalidad compleja, que no siempre sabía compatibilizar sus múltiples aspiraciones, jerarquizándolas internamente y subordinando las secundarias a las esenciales. Tarea no fácil y que a todos nos acarrea perplejidades, cuando no es fuente de frustración. En Lorenzo se manifestaba una imperativa necesidad de contar con una red de amistades, no siempre disponible ni siempre verdaderamente satisfactoria. Conversador incansable, reflejo de una necesidad comunicativa. Me imagino que en más de una ocasión se le nubló el cielo y tambaleó su decisión de trabajar y vivir en Bolivia. ¿Quién sabe si era el precio que le cobraban unas excesivas expectativas de la vida, de la eficacia humana o de las ilusiones invertidas? Como todos, también conoció la ingratitud; y también fue víctima de ‘aprovechados’.

Ha dejado una obra escrita amplia, situada entre la Historia que le obsesionaba y la Sociología de la que recibía las herramientas de análisis de su predilección; pero por doquier iba dejando rastros de poesía, fiel discípulo de su Padre de Asís.

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Gregorio Iriarte OMI (1925-2012) era oriundo de Olazti / Olazagutía, pequeño pueblo vascófono de Navarra, casi fronterizo con Guipúzcoa; con 11 años vio desarrollarse la guerra civil; al terminar ésta casi inmediatamente ingresó en el seminario menor de los Oblatos de María Inmaculada; y de allí pasó a Pozuelo de Alarcón (en los alrededores de Madrid) para cursar la filosofía y la teología. Recibió la ordenación sacerdotal en marzo de 1950 y a partir de entonces se dedicó en España a diferentes trabajos propios de su congregación. Alerta a los vientos del tiempo (o incapaz de resistir la asfixia del franquismo), también sintió la llamada de América Latina y fue destinado a trabajar en Uruguay, donde permaneció varios años.

Aunque ignoro las circunstancias, el hecho fue que en 1964 llegó a Bolivia. Y sus primeras experiencias tuvieron por escenario la población minera de Siglo XX, pronto, al frente de Radio “Pío XII”; y no tardó en tener que significarse en la defensa de los mineros, cuando éstos tenían declarada la guerra –como tantas otras veces– al gobierno de turno, que por entonces encabezaban los generales Barrientos y Ovando. En 1969 volvió por un tiempo a España, pero retornó pronto y se instaló en La Paz, residencia en la que permaneció una década larga.

Con altibajos según las ‘necesidades’ del momento y tras diversas cortinas de humo, su verdadera actividad fue la conspirativa. Contra las sucesivas dictaduras. Ayudando siempre a los opositores. Preparando materiales que denunciaran sus tropelías y buscando editores que los difundieran dentro o fuera del país. Más de una vez recurrió a mis servicios para que escribiera algunos de estos textos; y debo reconocer que no solían satisfacer plenamente sus expectativas. Lo que significaba que él o quien fuere tenían que ‘afilar’ su estilo, acentuando los decibeles del lenguaje, aumentando los componentes doctrinarios e ideológicos. También debo reconocer que, al comprobar después estos retoques a mi pensamiento, decidí alejarme de la producción de este tipo de literatura, pues no soportaba lo que tenía –para mí– de censura. En el fondo de mi ser no creía que sus fines justificaran sus medios; y por ello, no acababa de ser mi ‘causa’.

Una de las cosas que siempre me ha sorprendido más de la vida de Iriarte es que, habiendo vivido largo tiempo al filo de la navaja, no supe que nunca hubiera caído en manos de la policía o de los paramilitares. Y ello dice mucho en favor de sus habilidades; seguramente también lo explica la excelencia de sus fuentes de información, que le permitía anticipar el peligro y proceder a las necesarias medidas de ‘seguridad’; pero a diferencia de tantos jefes políticos, no sé que nunca sacrificara los peones para salvarse él.

Con el tiempo, en su actividad fue adquiriendo mayor peso lo que podemos llamar su guerra con la pluma: empezó a escribir y publicar una serie de textos destinados a utilizarse en los diversos tipos y niveles de enseñanza. Tuvo el acierto de encontrar un sistema de edición ‘mixto’ con una editorial: uno y otro vendían cuanto pudieran, sin pedirse cuentas estrictas. Y algunos de estos textos han acabado teniendo un éxito poco conocido en el país, demostrado con la sucesión de impresiones. Al final, pasados los ochenta años, sus fuerzas empezaron a decaer y en poco tiempo le abandonaron; pero no sin antes recibir varias distinciones. Puede ser considerado uno de los más claros representantes en Bolivia del clero postconciliar, tercermundista, liberacionista hasta el último día, populista y anti-jerárquico (pero habilísimo para no provocar escándalos que creyera perjudiciales a su causa).

Éste es el recuerdo de tres amigos con quienes he coincidido por décadas. Con ellos, en determinados y diferentes momentos he compartido ideales y estrategias; en otros momentos los ideales y estrategias nos han separado, sin que por ello cortáramos nuestro trato. Dentro de sus diferencias de estilo, en los tres se puede reconocer la acción de la Iglesia Católica en el país en un periodo que, aunque históricamente reciente, según cómo a veces parece muy lejano. Tan diferentes me parecen el ambiente y los estilos del presente.

Fuente: LA PATRIA
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