Oruro es una ciudad y municipio boliviano, capital del Departamento del mismo nombre con 490.612 habitantes aproximadamente, con riquísimo historial cultural en los cuatro puntos cardinales de esta urbe, en esta ocasión quiero dirigirme específicamente a la populosa zona Norte donde está el monumento al guardatojo del minero, es un emblema a los trabajadores del subsuelo en una ciudad inundada de mitos, ritos y leyendas. El Casco del Minero, de aproximadamente seis metros de diámetro, está hecho de hojalata y metal bruñido, ocupa la parte central de una rotonda de césped, cactus, piedras y cemento, esta es la infraestructura que es testigo fiel de las noches candentes de los gigolós que van en busca de los templos del “dulce placer”, que por cierto son conocidos como Villa Cariño B, Sirenitas, Rayito de Luna, Villa Cariño, Estrella Azul, El Tropezón, Rubí Rojo, Gardenias, Palmeras, La Noche, Violetas, El Refugio y otros.
En su interior se observa pasillos con luces de color, música acorde a una jornada de jolgorio con una contaminación acústica, bebidas alcohólicas a elección y a los costados cuartos pequeños, con focos rojos, un velador, una cama rústica, y la diosa del amor “Anahita”, con una blusa escotada descubierto el busto, una tanga hilo dental que deja al descubierto su trasero que estimula la mirada de los ocasionales huéspedes que van y vienen para encontrar hospitalidad con la trabajadora sexual elegida.
El reloj marca las cuatro de la madrugada y el “monumento al guardatojo del minero”, centinela de la honorabilidad orureña, observa con asombro cómo hombres de los diferentes estratos sociales entran y salen de estas casas de tolerancia, en algunos casos ebrios, haciendo escándalo y reyertas en el callizo alfombrado de piedras desalineadas y llenas de albardilla; casetas de madera desatendidas donde se ofrecen refrescos, sándwich, café, tarjetas de telefonía celular y hasta indumentaria de “Eva” para las chicas que llegan al vuelo para convertirse en la prostituta ideal.
No se trata de echar lo arbitrario a los Hercúleos, o a las heroínas del amor, o a los correveidiles, de este escenario deplorable en un Distrito donde los habitantes son distinguidos y, deber de nuestras autoridades es preservar una sociedad con valores, armoniosa como reza en nuestra Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia.
Es necesario que nuestros mandos departamentales, municipales, policiales y otros trabajen coordinadamente para trasladar estos prostíbulos fuera de nuestra ciudad. Donde no haya niños formándose en valores humanos, jóvenes en una etapa crítica queriendo encontrar su propia identidad, señoras y señores que aún mantienen en sus mentes la educación y respeto que recibieron de sus antepasados.
No sólo se trata de observar del palco lo que hacen o no hacen nuestras autoridades, si no de ser propositivos, por ello me atrevo a sugerir que estas casas de tolerancia deben estar situadas a una distancia de veinte kilómetros de la población urbana (ciudad), en un lugar donde se pueda construir un ciudadela con infraestructura acorde para esta dádiva, que cuente con servicios básicos, como iluminación, agua potable, telefonía, alcantarillado. La atención al cliente casual debe ser más profesional con higiene personalizada, para evitar transmisiones sexuales como la sífilis, gonorrea y el VIH que es la sigla del virus de inmunodeficiencia humana. El VIH es un virus que mata o daña las células del sistema inmunológico del organismo.
En esta ciudadela donde prestarían servicios los burdeles, terminantemente debe ser prohibida la venta de bebidas alcohólicas, el autotransporte a esta ciudadela debe ser con movilidades con registros especiales, que deben estar fiscalizados por autoridades competentes para preservar la seguridad de damas y caballeros que forman parte de este edén del amor.
No estamos pidiendo algo imposible a nuestras autoridades, simplemente trabajar en un proyecto a diseño final en la ciudadela del “dulce placer”, donde deben participar las instituciones que tienen relación con el Gobierno central, departamental y municipal, involucrando a los propietarios de estas casas de tolerancia que cuentan con registros en el Padrón Municipal de la ciudad de Oruro.
Sólo así se recuperaría la dignidad y honorabilidad de la populosa zona Norte con un plus especial para el “turismo decente” donde está el monumento al guardatojo y las gigantescas esculturas de chatarra y hojalata que resumen las principales danzas que protagonizan la “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad” de nuestro grandioso Carnaval de Oruro.
(*) Comunicador Social
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