Es en las jornadas de mayo estudiantil del 68 que la teoría marxista de la comunicación, al denunciar los mensajes alienantes desplegados por los medios masivos de comunicación en aquellas sociedades altamente industrializadas y -a la vez- anunciar hasta lo imposible la posibilidad de una sociedad socialista, se contrasta con las variables de una sociedad opulenta como la norteamericana, por ejemplo.
El marxismo en Alemania occidental obtiene fama mundial por un grupo de brillantes pensadores que cuestionan la sociedad industrial avanzada y que emergen de la denominada Escuela de Frankfurt, fundada en 1924. De aquella primera generación de pensadores es Marcuse (1898-1980), el de mayor celebridad y popularidad internacional entre la juventud universitaria.
La primera generación de intelectuales de la Escuela de Frankfurt como Horkheimer, Adorno, Pollock, Lowenthal, Fromm, desarrolla, desde el Instituto para la investigación social, una teoría crítica articulada desde los análisis del marxismo, el psicoanálisis, la economía política o la ontología para cuestionar: i) la lógica de la sociedad burguesa vigente y sus manifestaciones culturales; ii) al marxismo cerrado y dogmático de la época estalinista; iii) la metafísica y teología y: iv) al racionalismo burgués de la Ilustración y de la actual sociedad tecnocrática.
El quid de la teoría crítica radica fundamentalmente en sostener que la razón humana en las sociedades burguesas altamente industrializadas queda petrificada, mejor dicho, instrumentalizada y reducida a un simple instrumento de dominación del hombre y la naturaleza. Así la razón humana se convierte en una razón práctica y utilitaria que conlleva, al mismo tiempo, la cosificación del hombre, tal como se describe en El hombre unidimensional (1964): “Los esclavos de la sociedad industrial desarrollada son esclavos sublimados, pero esclavos, porque la esclavitud está determinada no por la obediencia ni por la rudeza del trabajo, sino por el status de instrumento y de reducción del hombre al estado de cosa” (:63). En esa sociedad a pesar de que el hombre tiene pan y bienestar, se le priva a la independencia de pensamiento, a la autonomía y al derecho de oposición política de su función básica como la disconformidad con el sistema, un sistema cerrado que, al igual que el de Stalin, se hace cada vez más totalitaria “en el grado en que determina no sólo las ocupaciones y aptitudes socialmente necesarias, sino también las necesidades y aspiraciones individuales” (:32) que se manifiestan en el escenario de la cultura, desde ya una pseudocultura, categorizada por Adorno.
Es en la pseudocultura donde se hace evidente la ideología de la sociedad industrial avanzada, transparentada por los medios masivos de comunicación constituyéndose así en un sistema del que el hombre cosificado busca escapar. Una industria cultural donde el hombre se reconoce en sus mercancías, encuentra su alma en su automóvil y la publicidad piensa para el hombre: “El cine y la radio no necesitan ya darse como arte. La verdad de que no son sino negocio les sirve de ideología que debe legitimar la porquería que producen deliberadamente” (:166) he ahí el hombre cosificado, descrito críticamente en La dialéctica de la Ilustración (1998, Horkheimer/Adorno). Por otra parte, en la industria cultural se hace manifiesta la cultura de la represión sexual descrita en Eros y civilización. En la sociedad industrial, el hombre para vivir debe reprimir sus impulsos, especialmente el sexual a favor de una convivencia humana; asimismo demanda reprimir el thanatos, es decir, sublimarlo en bien de la felicidad; pero una satisfacción plena y sin dolor de su instinto de placer es imposible, así aprende a abandonar un placer momentáneo por un placer diferido y restringido que evite el dolor. Así se asiste al goce, al placer por el placer; y se vive simple y pura cultura del placer, no del amor.
Esta modalidad de la teoría crítica en torno a la visión totalitaria, represiva e irracional de la sociedad industrial cunde en la juventud universitaria norteamericana y europea. Marcuse se reconoce “en las motivaciones profundas de una lucha estudiantil que no sólo ataca las estructuras obsoletas de la Universidad, sino a un orden social cuya prosperidad y cohesión tienen por fundamento la agravación de la explotación, la competencia brutal y una moral hipócrita” (en Marcus polémico, 1968: 136).
Los universitarios ocuparon la Sorbona de París: “Viole su alma mater”; "La barricada cierra la calle pero abre el camino", “¡Viva la comunicación!, ¡abajo la telecomunicación!” decían algunos grafitis. Desde el campus de la Sorbona emergen las protestas y actos contestatarios, incorporan la lucha por los derechos civiles de los excluidos negros y anuncian una utopía radical enarbolando no sólo la bandera roja de las tres “M”: Marx. Mao y Marcuse, sino también rojinegras con retratos de Marx, Mao, Lenin, Fidel Castro, Debray y el Ché. Cierran las aulas universitarias, cuestionan al “catedrático”, incluso al presidente De Gaulle. Se suman los obreros y declaran huelga general. Son las jornadas de mayo de 1968. Es el tiempo donde el lema: “Exagerar, esa era el arma”, tiempo para soñar de día como diría Bloch. Había principiado un 22 de marzo del 67, fundándose como consecuencia el “movimiento 22 de marzo” liderado por Dani “El Rojo”, y termina el movimiento el 16 de junio de 1968.
A modo de corolario, tras el fracaso estudiantil del 68, conviene traer a la memoria aquellas dos hipótesis de trabajo como plataformas de demandas sociopolíticas que Marcuse escribiera en El hombre dimensional: i) que la sociedad industrial avanzada es capaz de contener la posibilidad de un cambio cualitativo para el futuro previsible; ii) que existen fuerzas y tendencias que puedan romper esta contención y hacer estallar la sociedad. Ante el fracaso se erige la esperanza. Marcuse, aferrado al instinto revolucionario de los hombres sin esperanza subraya en Ética y revolución lo siguiente: “Por revolución entiendo yo el derrocamiento de un gobierno y de una constitución legalmente establecidos, por una clase social o un movimiento cuyo fin es cambiar la estructura social y la estructura política” (:142).
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