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Revista Dominical

Cada palabra sabe algo sobre el círculo vicioso

10 ene 2010

Fuente: Por: Javier Claure C.

La ganadora del Premio Nobel de Literatura 2009, Herta Muller, al recibir la noticia del prestigioso premio comentó: “Estoy sorprendida. Me he quedado muda, pero prometo recuperar el habla el 10 de diciembre, en el momento que me entreguen el premio”. Muller recuperó el habla tres días antes de lo indicado, cuando leyó su discurso Nobel a las 17.30 (hora sueca) en la misma sala donde se anunció el premio el 8 de octubre.

A la hora establecida se abrió una puerta y junto al secretario permanente de la Academia Sueca, Peter Englund, salieron para dirigirse hacia la tarima, desde donde se pronunciaría el discurso. Y en cuyo frente estaban sentados los miembros de dicha Academia. Englund inició el solemne acto con unas breves palabras: “…según mi opinión, hay dos tipos de escritores: los que escriben porque esa es su vocación, y los que escriben porque están obligados…” Sin lugar a dudas, la segunda afirmación es una referencia a la obra de la flamante ganadora del premio. Muller vestida de negro tomó posición, saludó al numeroso público y, en alemán, empezó a dar lectura a su hermoso ensayo sobre el pañuelo. Un ensayo que más parece ser una alusión a las peripecias que el ser humano atraviesa en su paso por la Tierra. Para entonces, el público tenía en sus manos un ejemplar del ensayo (de nueve hojas) que repartieron en diferentes idiomas. Un compacto silencio cayó sobre la sala y lo único que se escuchaba era el sonido del papel, cuando el público descompasadamente seguía la lectura y daba vueltas las hojas. Herta Muller convencida de haber captado la atención de su auditorio; levantaba la vista, de vez en cuando, y así se aseguraba que la audiencia estaba entendiendo su discurso. Con voz firme y una mirada melancólica pronunciaba palabras. De sus labios pintados color rojo salían expresiones que llamaban a la reflexión:

( ¿Tienes un pañuelo? Me preguntaba mi madre cada mañana en el portón de mi casa, antes que saliera a la calle. Yo no lo tenía y entonces regresaba a mi cuarto y sacaba un pañuelo. No lo tenía el pañuelo cada mañana, ya que cada mañana esperaba esa pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. Durante el resto del día y los demás quehaceres cotidianos quedaba a merced de mí misma. La pregunta ¿Tienes un pañuelo? era un afecto indirecto. Uno directo hubiera sido molestoso, cosa que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta. Solamente de esa manera podía ser expresado, así seco y determinante como una orden de trabajo. Esa voz áspera de mi madre enaltecía la ternura. Cada mañana estaba yo en el portón de mi casa, una vez sin pañuelo y una segunda vez con el pañuelo. Sólo así salía a la calle, como si en el pañuelo estuviera mi madre protegiéndome.)

Herta Muller víctima de la represión, humillación y chantaje de la Rumania de Nicolau Ceaucescu cuenta, en este ensayo, sus amargas experiencias desde que se negó a colaborar con la Securitatea Statului (el Servicio Secreto del régimen comunista rumano). Por aquel entonces trabajaba como traductora en una fábrica de maquinarias hidráulicas.

Y continúa:

( Al tercer año de trabajo, en el transcurso de una semana, muy temprano por la mañana, un hombre de ojos azules, gigantesco y macizo, entró tres veces a mi oficina con los ojos centellantes.

La primera vez que entró, me insultó de pie y se marchó.

La segunda vez; se quitó la chaqueta, la colgó en la llave de un armario y se sentó.

Aquella mañana había llevado a mi oficina unos tulipanes de mi casa y los estaba acomodando en un florero. El hombre me observó y elogió mi inusual conocimiento del ser humano. Su voz era resbaladiza. Sentí angustia. Protesté contra su elogio y le aseguré que conocía algo de tulipanes, pero no así del ser humano. Entonces me dijo maliciosamente que él me conocía mejor que yo a los tulipanes. Luego cogió su chaqueta y se marchó.

La tercera vez se sentó y yo me quedé parada, porque había puesto su maletín en mi silla.

No me atreví a ponerlo en el suelo. Me insultó y me trató de tonta, holgazana y de ser prostituta como una perra callejera. Empujó los tulipanes casi hasta el borde de la mesa, en cuyo centro puso una hoja de papel vacía y un lápiz. Y exclamó: “escribe”. Escribí de pie lo que él me iba dictando, mi nombre, mi fecha de nacimiento y mi dirección. Y luego independientemente de mis parientes; no diría a nadie que…, y entonces soltó la horrible palabra “colaborez”, iba a colaborar. Esta palabra no la escribí. Dejé el lápiz a un lado y me dirigí hacia la ventana, a través de la cual veía la polvorienta calle. No estaba asfaltada. Se veían los baches y las casas cayéndose. Esta calle llena de escombros se llamaba Strada Gloriei (calle de la gloria). En esta gloriosa calle un gato estaba sentado en la rama de un árbol. Era el gato de la fábrica y tenía una oreja malograda. Sobre él brillaba el sol matinal como un tambor amarillo y dije: “N-an caracterul”, no tengo ese carácter. Se lo dije a la calle. La palabra carácter, le puso histérico al empleado del Servicio Secreto. Cogió el papel, lo rompió y arrojó los pedazos al suelo. Probablemente se acordó que debía presentar a su jefe, la prueba de que había intentado reclutarme para sus filas de espionaje. Y pues se agachó, recogió todos los trozos de papel y los guardó en su maletín. Luego suspiró profundamente y, al verse perdido, arrojó el florero con los tulipanes contra la pared. Se rompió y rechinó como si hubiera dientes en el aire. Con el maletín bajo el brazo vociferó en voz baja: “te arrepentirás de esto. Te ahogaremos en el río”. )

El permanente secretario de la Academia Sueca, Peter Englund, no se equivocó al afirmar implícitamente que Herta Muller es una escritora que escribe porque está obligada a dar testimonio de su vida. Y ella misma asegura esta aseveración con las siguientes palabras:

“…Nunca he escrito porque yo quería ser escritora. Escribo porque me he acostumbrado ha hacerlo. Lo que has vivido bajo una dictadura no se olvida cuando arrancas una hoja del calendario. El tema de mi escritura no lo he elegido yo, se me echó encima por el empeño del aparato represor de una dictadura. Perdí el miedo después de que empecé a escribir, y eso es muy importante para mí”. O sea en la dictadura de Ceaucescu, la libre palabra no tenía lugar exacto y Muller empezó, en secreto, a hilvanar sus pensamientos en un pañuelo. Mientras Rumania le cerró las puertas y censuró sus primeros libros, Alemania le abrió sus alamedas en 1987, y allí empieza una fantástica carrera literaria con una veintena de libros en su haber.

Muller describe muy bien el efecto de las violaciones humanas, y dice no confiar en el lenguaje, simple y llanamente, porque ha experimentado que el lenguaje es flexible y muchas veces dudoso. Durante el totalitarismo de Ceaucescu, fue precisamente el lenguaje un arma de opresión. Pero al mismo tiempo acepta que con el lenguaje se puede detallar la vida e influir en las personas de manera que recuerden lo que uno escribe. “Estoy obsesionada para lograr eso”, aseguró. Y es justamente esa sensibilidad en el lenguaje que crea procesos de sensibilidad en el lector.

En mis escritos he tomado en cuenta cosas que me han ocurrido en Rumania, cosas que están ahí en mi cabeza. Tenemos que continuar preguntándonos ¿Cómo fue posible? No puedo fingir que esa pregunta no existe, comentó.

En definitiva, los escritos de Herta Muller están relacionados con una época perteneciente al oscurantismo del siglo pasado. Y; a la suerte del inmigrante en un país extranjero. Pero de una cosa debemos estar seguros: este testimonio nunca más se repetirá.

Fuente: Por: Javier Claure C.
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