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Domingo 05 de mayo de 2013

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Revista Dominical

Párrafos del Talmud en el “Don Quijote”

05 may 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Alfonso Gamarra Durana - Académico, médico y escritor orureño

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Esmerados analistas han hecho alusión a algunas secciones de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha que hubieran transcrito muchos párrafos de la Biblia. Los estudiosos han querido suponer que Cervantes conocía la Biblia de Ferrara, traducida del latín y publicada en 1553 por unos judíos expulsados de la península. Ruth Fine, investigadora israelita-argentina, se aproxima más a la realidad y anota que hay más de 300 intertextualidades identificables, y que le permiten afirmar que el texto que utilizó Cervantes al pergeñar las páginas del Quijote fue la Vulgata en la traducción del Antiguo Testamento, que era una versión legalmente aceptada por la Iglesia para ser leída y entendida por el pueblo de nivel inferior (2).

Dio a conocer también sus conclusiones sobre la hipótesis del origen judío del autor del Quijote, pero que se habría producido la factibilidad conversa en algunos de los antepasados suyos. Lo que da peso a la idea de que el rey Felipe II cumplió las normas existentes al respecto, de impedir a los cristianos nuevos el viajar a las Indias para cumplir funciones oficiales en las colonias, cuando no aceptó la solicitud de don Miguel para optar por un cargo que lo acercaría a la población del Chuquiago, en el Nuevo Mundo. Situación ésta que habría hecho reclamar a Cervantes porque el origen judío se habría ido difuminando en el paso de las generaciones, pues él no tenía comportamiento judaizante ni menos se acercaba a las prácticas de dicha religión. Como se sabe, la Corona había pretendido manejar con limpidez a sus colonias, buscando la pureza de la sangre entre los gobernantes de las tierras de allende los mares (2).

Si bien es cierto que el fondo de una relación de su libro proviene de la Biblia, no es menos cierto que una página completa del Quijote es una copia del Talmud. Lo cual indicaría que el autor ha debido disponer de unos textos importantes, los que hayan podido existir en esas épocas, para inspirarse o para incitar su imaginación en la búsqueda de nuevas escenas. Cervantes era culto debido a sus inacabables lecturas; y queriendo modelar un personaje que podría representar las cualidades de un caballero actuando en la sociedad de su época, buscaba en libros religiosos los paradigmas del comportamiento.

La sorprendente afirmación de esa injerencia en el libro sagrado israelita proviene de Bernardo Baruch, nacido en Zelechöw, Polonia en 1927, quien sufrió toda la clase de persecuciones en su país de origen por el odio incontenible de los nazis: Soportó hambre, hacinamiento y vejaciones en los campos de trabajos forzados; estuvo escondido por inagotables meses en un sótano junto con otros perseguidos; desesperado por estudiar, no conseguía activar su mente por la falta de lecturas; y viviendo atemorizado por las noticias de los asesinatos colectivos que se cometían en las personas de su raza. Junto con otros familiares salió de Polonia en 1946, y llegó a Costa Rica, donde su pensamiento era permanecer solamente unos meses y pasar luego a Estados Unidos. Este intento se obstaculizó al máximo, y aprovechó entonces su obligada radicatoria en Centroamérica aprendiendo el castellano, cursando desde la primaria hasta la universidad. En 1965 comenzó a visitar la Facultad de Derecho, y allí leyó muy entretenido el Don Quijote (4).

La escritora Silvia Cherem S. refiere que el universitario se asombró de encontrar semejanzas en la segunda parte del libro con un pasaje del Talmud (2). El polaco Baruch dijo: “Los rabinos y los ortodoxos judíos, que son quienes estudian el Talmud, no leen el Quijote, y quienes leen el Quijote jamás han posado sus ojos sobre el Talmud” (1). El contenido de los párrafos en discusión se encuentran en el capítulo XLV del tomo II: De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula, y del modo que comenzó a gobernar (3). “Digo, pues, que con todo su acompañamiento llegó Sancho a un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el duque tenía. Diéronle a entender que se llamaría la ínsula Barataria… Finalmente, en sacándole de la iglesia lo llevaron a la silla del juzgado, y le sentaron en ella, y el mayordomo del duque le dijo: Es costumbre antigua en esta ínsula, señor gobernador, que el que viene a tomar posesión desta famosa ínsula está obligado a responder a una pregunta que se le hiciera, que sea algo intrincada y dificultosa…” A continuación se explica que llegaron dos ancianos, “el uno traía una cañaheja por báculo, y el sin báculo dijo: Señor, a este buen hombre le presté días ha diez escudos de oro… con condición que me los volviese cuando los pidiese: pasáronse muchos días sin pedírselos…” y resulta que el primero se olvidó de la deuda y no quería pagar porque el otro no había tenido la precaución de tener testigos. Por la autoridad de Sancho y la insistencia del afectado, el primer viejo hizo tomar al segundo su cañaheja mientras juraba, “como si le embarazara mucho”, “que él se los había vuelto (los escudos) de su mano a la suya, y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos”. En la primera intervención del flamante gobernador se descubrió su inteligencia pues vino en cuenta que propiamente el báculo iba a ser el causante de una estafa. “Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino, y mandó que allí delante de todos se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron diez escudos de oro. Quedáronse todos admirados, y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón…”

El mencionado Baruch, poniendo un poco de atención y mucho de estudio comparado, se percató que era la transcripción casi literal de la Agadah –relato talmúdico- de un juicio ante el Tanaita Raba, o sea que se relataba la anécdota de la Kania de Rava, que se encontraba en la página 25 del Tratado Nedarim (o tratado de los votos). La historia era la misma en ambas obras, lo que aparentemente constituía un insinuante para volver a buscar en los antecedentes de Cervantes su naturaleza criptojudía o conversa, que ya algunos investigadores habían señalado, como Salvador de Madariaga y Américo Castro que insinuaron su origen judío (4). Esto quedaría para los expertos, pero Baruch quería determinar que el “Manco de Lepanto” entendía de judaísmo, y podía haber conocido los textos de esta religión (1). Y ha afirmado que era un “manchado”, que así se denominaba a los que tenían el estigma en la sangre, y que por eso, el autor escribió “en un lugar de la Mancha”; y él anotó que “Su crítica era más bien contra la Inquisición, representada en el enfrentamiento de Don Quijote contra sus ‘gigantes peligrosos’, los molinos de viento que estaban en el escudo de la temible Inquisición. El emblema del Santo Oficio era la cruz de San Andrés, que tiene la forma de aspas de molino…”

La razón para que escribiera la novela no fue el de despreciar a la caballería andante sino para recusar la Santa Inquisición, que se había formado “para propagar la Única y Verdadera fe”, sin embargo, resultó la negación absoluta y la traición alevosa al Evangelio, hasta tal punto que se consideró al Talmud como una conjura contra las normas del cristianismo (4). En la obra parece haber una frase instructiva en esta acepción, cuando simbólicamente el Quijote dice: “Con la iglesia hemos topado, Sancho…” como si esa fuese la causa para entrar por la Sierra Morena para no ser hallados por la Santa Hermandad.

El Talmud, que significaría “Del estudiante”, constituye un compendio didáctico de diálogos de maestros con sus discípulos y las conclusiones interpretativas de la Biblia. Eso lo sabía don Miguel de Cervantes, y asimismo conocía la serie de análisis místicos de la Kabalística, cuya cuna habían sido las juderías de Toledo en España y de Crémona en Italia (4). Baruch relacionó el comportamiento y los escritos de Miguel de Cervantes Saavedra con un intento de esconder su sangre morisca, de liberarse de su pobreza que le obligaba a mezclarse con la ralea de la sociedad, y con el propósito de lanzar veladas acusaciones contra las iglesias, las que, por su lado, daban a pensar que era practicante activo judaizante. No hay duda que las investigaciones sobre las minucias vitales de Cervantes han de continuar para siempre; no tendrán fin, porque la obra de su creación es imperecedera.

REFERENCIAS

1. Baruch, B.: Cervantes: ¿cabalístico?, ¿talmudista?, ¿judío? Editorial Génesis S. A. Costa Rica, 1988.

2. Cherem, Silvia: Las máscaras de Cervantes. Reforma: El ángel, 8 de mayo de 2005, pg. 6. México.

3. M. de Cervantes Saavedra: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Casa Edit. Maucci, Mallorca 166, Barcelona, 1911.

4. Univ. Autónoma de Centro América: Una página del Talmud. Revista Acta Académica No. 2, mayo 1988.

Fuente: LA PATRIA
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