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Domingo 05 de mayo de 2013

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Revista Dominical

No se inquieten

05 may 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

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Hay momentos en que la humanidad parece vivir un proceso de deterioro y desesperanza, como si ya no tuviera futuro. Pero hay en el ser humano una capacidad de reacción e indignación, que lo hace despertar y buscar nuevos caminos de humanización. Es la presencia del Espíritu.

Leemos en el evangelio de san Juan 14, 23-29:

«Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará: iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: Me voy y volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que Yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean».

En las últimas horas de su vida, Jesús comparte con sus discípulos un diálogo lleno de ternura, en la intimidad de su última cena. Les transmite su mandamiento, de amarse recíprocamente, imitando su amor: “como yo los he amado”, y les asegura que no los dejará desamparados, porque pedirá al Padre para ellos el don del Espíritu, de manera que puedan ser continuadores de su obra, una vez que él haya regresado al Padre.

Es un momento muy difícil para los discípulos. Ellos no logran comprender la gravedad e importancia del momento. Siguen soñando una manifestación gloriosa de Jesús delante del mundo: “¿Por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?”. En cambio, Jesús insiste en una relación profunda con él de parte de cada discípulo, guardando fielmente su enseñanza y dando continuidad a su proyecto: “El que me ama será fiel a mi palabra”. El amor del discípulo para con Jesús se traducirá en amor concreto para con los demás, poniendo en práctica su mandamiento.

Esta actitud transformará al discípulo en verdadero santuario de Dios: “Mi Padre lo amará: iremos a él y habitaremos en él”. Como en el antiguo éxodo, los discípulos en camino gozarán de la presencia de Dios, serán su morada. Pero no será más un Dios lejano, que se puede alcanzar sólo a través de la mediación de lugares y personas sagradas, sino un Dios que se encuentra en la interioridad del corazón: cada persona es sagrada.

Es una experiencia que no todos pueden tener: “El que no me ama no es fiel a mis palabras”. No hay verdadera experiencia de Dios sin el compromiso de solidaridad con los hermanos, con hechos de liberación y de vida. Esta enseñanza de Jesús viene del Padre que lo ha enviado. Pero no todos la aceptan y la cumplen. La cumple el que es animado por el Espíritu.

Jesús recuerda a sus discípulos que su presencia física en medio de ellos se termina: “Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes”. Él no seguirá hablándoles directamente. Ya les ha entregado el patrimonio de su enseñanza. Ellos tendrán que guardarla y profundizarla, y para eso recibirán del Padre el don del Espíritu: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho”. Todo lo que no han entendido, porque su mente estaba ocupada por pensamientos diferentes, con la esperanza de un mesías poderoso, podrán por fin comprenderlo, por la luz del Espíritu Santo en ellos. Los ayudará a recordar, a pasar de nuevo por el corazón su palabra: como harán las mujeres después de la crucifixión de Jesús, para llegar a la certeza de que Jesús está vivo; como hará Jesús mismo con los discípulos de Emaús.

Jesús no quiere que su despedida sea cargada de dolor y tristeza. Deja a los discípulos su paz. Es un adelanto de la paz pascual que el Resucitado deseará a los discípulos, llenos de miedo, encerrados en el cenáculo después de su crucifixión: “La paz esté con ustedes”. La paz que Jesús ofrece no es parecida a la paz que ofrece el mundo: “Les doy mi paz, pero no como la da el mundo”, una paz a veces reducida a un saludo ritual, o impuesta por un sistema profundamente injusto, que la usa para dominar, reprimir y asegurar privilegios, como era en ese tiempo la paz del imperio romano. La paz que Jesús entrega nacerá de la certeza de que, volviendo al Padre, él estará definitivamente con los discípulos, acompañándolos siempre a través del Espíritu. Es el cumplimiento del proyecto del Padre en Jesús. No debe despertar angustia y miedo: “No se inquieten ni teman”. A pesar de la terrible prueba de la pasión inminente, que puede sacudir la fe de los discípulos: “les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean”, hay lugar sólo para la alegría: “si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre”. La despedida de Jesús abrirá una nueva etapa en la realización del Reino de Dios: el tiempo del Espíritu.

Fuente: LA PATRIA
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