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Domingo 28 de abril de 2013

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Pasear al alba: todo un mundo

28 abr 2013

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Por obligación, que no por gusto, desde hace bastantes meses dedico una de las primeras horas del día a pasear por la ciudad. Con el paso del tiempo se ha convertido en una experiencia singular; y que a estas alturas ya se presta a una mirada retrospectiva, tratando de subrayar algunas circunstancias que la marcan.

Empecemos por el tiempo. La hora que le dedico viene a coincidir con la muerte de la noche y el nacimiento del día; pero de acuerdo a la sucesión de las estaciones, a una misma hora determinada la oscuridad es más o menos densa; y sobre todo, a determinada hora falta más o menos tiempo para que empiecen a percibirse los primeros síntomas de la aurora. Es decir, que, dentro de la hora que a una misma hora dedico al paseo, esto sucede más o menos pronto. Aparte de la astronomía y más terrenalmente, se trata de una hora en que las calles y plazas se encuentran vacías, solitarias… solo en gran medida. Volveré sobre ello.

Las calles y plazas por donde camino están más o menos iluminadas, lo que, en principio, a uno le salva de excesivos tropiezos y traspiés con unas aceras caóticamente niveladas (al gusto de los respectivos dueños de las viviendas). Caminando por ellas, el propio paso solo suele provocar los ladridos más o menos contundentes de diferentes perros guardianes de las viviendas. Por lo general, su eco permite adivinar el paso de algún caminante; pero no siempre, pues también sucede que varios canes establecen una especie de dúo empeñados en ser el último que se haga oír, y sin que aparezca ningún peatón. ¿A quién ladrarán? Otros defienden un espacio que han declarado propio de la intromisión de otros congéneres.

* * *

Lo primero que descubrí cuando inicié mis caminatas es que no estaba solo. Concretamente, en la plaza que suele acogerme encontré un número muy variable de ‘compañeros de camino’: los había jóvenes, de mediana edad y de edad relativamente avanzada. Hombres y mujeres. Unos trotaban; otros simplemente paseábamos; y a una variable velocidad. Con la reiteración de la coincidencia, uno puede deducir el tiempo que le dedican: desde unas pocas vueltas hasta la media hora larga; muy pocos por más tiempo. Los hay también quienes, después de algún rato de trotar por la periferia de la plaza, se dirigen al centro de la misma para una serie de ejercicios gimnásticos, bien sobre el césped, bien sobre las vías que la cruzan. También he conocido más de un meditador: sentado budistamente sobre el césped, se mantenía inmóvil de cara al punto del horizonte por donde esperaba ver salir el sol.

Los hay que –como yo– caminan o trotan solos; otros (¿la mayoría?) lo hacen acompañados, particularmente en el caso de las mujeres. El ir acompañados no supone, sin embargo, que se dediquen a la conversación (aunque también los hay).

La densidad de visitantes en la plaza resulta altamente variable: desde su envidiable ausencia absoluta hasta un censo que casi pone en peligro su misma viabilidad, pues tiene por resultado que a cada momento tengas que procurar evadir en tu ruta la de la competencia. Y esto, en algún caso, incluso puede dar lugar a situaciones poco agradables: no falta algún competidor que combina sucesivamente el trote y la caminata; pero lo hace de tal forma que, trotando, te avanza y cuando todavía se encuentra a muy corta distancia, cambia a la caminata, con lo que ensombrece la distensión de tu propia ruta. ¿Quién podía imaginar que hasta en tan especiales contextos y exóticas horas del día uno se encuentra con las servidumbres de la ‘vida social’?

A uno también acaba llamando la atención los diferentes estilos de vida: mientras unos mantienen una bien marcada rutina (hora de llegada a la plaza y hora de salida de ella), otros parecen no tener horario: tanto se te pueden anteceder en su llegada a la ‘pista’ como llegar a ella cuando tú estás por acabar tu sesión… Por supuesto que varía asimismo la indumentaria usada por los usuarios: son bastante raros quienes visten pantalón corto; y más raros todavía quienes, además, también visten una simple camiseta. La mayoría pasea o trota con vestido ‘normal’, aunque muchos llevan pantalón de gimnasia. Y más uniforme aún es el tipo de calzado usado: el que ya hace tiempo se ha puesto de moda (alguna de las infinitas variedades de los conocidos como ‘kids’ o ‘zapatillas de tenis’).

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A la hora de hablar de la sociabilidad de los caminantes y dejando de lado el censo canino autóctono de la plaza, no podría omitir el aporte que llega al escenario de la mano de un ‘concursante’. Hay casos en que me quedo sin saber si el perro resulta acompañante del trotador o si éste pasea para que el perrito goce de su esparcimiento; los hay que los mantienen atados a la correa, mientras que otros los sueltan para que retocen en el césped y con los congéneres que encuentran y con los que tanto pueden hacer buenas migas como enzarzarse en sonoros amagos de enfrentamiento.

En este tema, llama particularmente la atención quien a su hora llega al canódromo con la jauría de una media docena de perros, que suelta inmediatamente para que disfruten de sus ‘derechos a la libertad’. Y a la hora que su dueña determina (poniendo fin a la azucarada cháchara con un asiduo amigo que ya le espera o se le une), deben acudir a su voz para volver a ser encollarados y retornar al domicilio.

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Fuera del recuerdo a los socios / competidores, la asiduidad en la cita al paseo matinal se presta a otro tipo de consideraciones. Por ejemplo las que se refieren a la sucesión estacional. Ya sabemos que en nuestras latitudes la secuencia de las estaciones tiene unas aristas menores que en Europa; sin embargo hay una que condiciona directamente el rutinario paseo: en los meses que anteceden y siguen a Navidad, la lluvia con frecuencia lo interfiere, pues el agua pone el piso de la plaza en una situación francamente amenazante de la seguridad física; es decir, de que tu esqueleto llegue al suelo antes de que te enteres. En tales días resulta francamente desaconsejable mantener la fidelidad kantiana al horario consuetudinario: vale más postergar la ronda o desviarla por otras rutas; o incluso cambiar a un calzado mejor equipado para tales condiciones.

En cuanto a las variaciones térmicas, en mi caso nunca me imponen la abstención o siquiera una postergación horaria. Por otra parte, tanto el trote como la más modesta caminata suelen bastar para combatir el ‘frío’ de los meses invernales. Puedo dar testimonio de ello. Con el añadido de que en mi caso suelo practicar este ‘deporte’ matutino prescindiendo tanto de las medias como del pantalón largo.

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Decidido partidario del paseo silencioso, debo reconocer que en las horas matutinas que lo práctico resulta fácil su placentera degustación; aun así no escasea el tráfico de movilidades; y su presencia, por minutos, crece en intensidad y, por tanto, bullicio. Destaca el de quienes distribuyen el pan del día entre las tiendas; también, aunque en menor escala, el de taxis, motos o bicicletas que reparten el periódico del día a sus clientes abonados. O el de los buses que empiezan su jornada dirigiéndose a las cabeceras de sus rutas. O el de los contratados por algunos colegios y que ya por entonces van recogiendo alumnos por aquella parte de la ciudad.

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Todavía queda otro capítulo de la densa y abigarrada casuística de los paseos matinales de marras: corre a cargo de quienes se ganan el sustento ‘rescatando’ de los cubos en que se acumula la basura aquellos objetos que venderán a los acopiadores o mayoristas. Asociados o individualistas, ofrecen un espectáculo digno de mención: aparecen siguiendo sus propias rutas en pos de los cubos; en ellos escarban entre la masa de desechos, en pos de alguna sorpresa interesante; o solamente de lo que les hace buscar su especialización (metales, ropa, envases de vidrio…). El producto más generalizado suele ser el de las botellas de plástico, que aplastan ruidosamente en el suelo para disminuir su volumen. El grado de tecnificación ha llegado en algunos casos a utilizar una especie de linterna que, al estilo de los mineros, llevan atada a la cabeza; esto les permite iluminar la masa revuelta dentro del cubo, facilitándoles el hallazgo de lo que les interesa y persiguen.

Hay recolectores que, en ciertas épocas, duermen en el césped de la plaza: unos solos; otros, emparejados; otros, en grupo. En cualquier caso también utilizan la plaza, al alba, para reunirse junto a un banco: mientras ‘refinan’ sus cosechas pasan revista a todos los temas de su interés (una especie de asamblea sindical). Con el tiempo uno descubre que también hay quienes llevan a cabo su trabajo ayudados de una bicicleta; o, aunque en número menor, los que se acompañan de carritos de variable tamaño, lo que aumenta su capacidad de acumulación y facilita el transporte, además de librarlos del peso del bulto.

En los últimos tiempos, su actividad laboral y fuente de ingresos se ha visto perturbada por la innovación municipal del sistema de recogida de la basura, propiciando la supresión de los familiares cubos verdes. Cabe preguntarse si la empresa EMSA y el gobierno municipal mismo buscan recibir de este gremio andante los desechos ya clasificados: es decir, que la empresa sustituiría a los antiguos acopiadores; y si así fuere, si para los recolectores esto mejorará o empeorará sus ganancias netas…

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Resumiendo: pasear al alba te pone en contacto con un mundo cronológicamente determinado de la ciudad. Y todavía no he mencionado a quienes han pasado la noche durmiendo en un banco o sobre el mullido césped; y que al despuntar el sol se levantan, alistan sus pertenencias y se dirigen a su destino. La mayoría adultos solitarios; algunos, jóvenes de diversa edad y, a veces, acompañados de compañera. Otra variante es la patota juvenil bisexual que –se supone– ha pasado la noche bebiendo y hablando de sus temas; pero a medida que el alcohol ingerido va penetrando en el sistema nervioso, la conversación, primero suele dar paso a las sublimidades poéticas, para luego dejar paso a agrias disputas, por no decir peleas más o menos violentas. Con la luz auroral y la llegada del sol suelen dispersarse, ya sea en diversas direcciones, ya buscando juntos un taxi que los devuelva a sus barrios.

Un mundo singular, ordenado y coordinado por las agujas del reloj. En él se combinan los elementos recurrentes (casi fijos) con una franja de variables imprevisibles; pero un mundo solo accesible al que madruga… Todo un mundo. Es decir, todo un espectáculo.

Fuente: LA PATRIA
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