Bolivia vive traumáticamente un proceso más que centenario de despojo de su territorio y acceso al Océano Pacífico. Fue condenada al encierro y, muy a pesar de posiciones supuestamente racionales, pero entreguistas en el fondo, se debe definir el tema trascendental que es el desconocimiento del Tratado de 1904 en todos sus artículos, por afectar al interés legítimo del pueblo boliviano y no a las supuestas intenciones de Chile, un país agresor, a entregar un corredor territorial soberano a Bolivia a cambio de concesiones similares en superficie terrestre y marítima. O sea que el país agredido, además de la humillación de la usurpación debe entregar territorios adicionales para satisfacer los apetitos del criminal.
Ahora, Bolivia, presentó en fecha 24 de abril último una demanda ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, donde se argumenta con sustento histórico que Chile se encuentra “en la obligación de negociar de buena fe una salida soberana al mar“. Además, hace conocer que se reserva el derecho de acudir a futuro a un tribunal de arbitraje. Una decisión atinada que implica un camino para resolver parcialmente el problema.
Bolivia argumenta que "más allá de sus obligaciones generales en virtud del derecho internacional, Chile se ha comprometido, en concreto a través de acuerdos, la práctica diplomática y una serie de declaraciones atribuibles a los representantes de más alto nivel, a negociar una salida soberana al mar para Bolivia", lo que ha incumplido y que además ahora niega. Para ello Bolivia invoca el artículo XXXI del Tratado Americano de Soluciones Pacíficas (Pacto de Bogotá), del 30 de abril de 1948, del cual ambos Estados son partes. Ante la demanda, voces progresistas en Chile, que representan a un 25% de su población (la otra parte está idiotizada por la falsificación deliberada de la historia) ven viable la actualización del Tratado de 1904 y rechazan la posición que asumió la derecha de Chile respecto al reclamo boliviano.
Bolivia tiene cuatro salidas para la resolución del problema, pero con variadas limitaciones y situaciones muy complicadas:
1.- La Corte de La Haya no puede imponer resoluciones y solamente se basará en supuestos incumplimientos del Tratado de 1904 para fallar, en las mejores condiciones para Bolivia la garantía de un corredor mísero, pero soberano, por el norte de Arica, y en las peores situaciones una negociación bilateral que asegure mejores posibilidades de tránsito de mercaderías de exportación e importación por puertos usurpados por Chile, algo que podemos tener por puertos peruanos.
2.- La decisión de una Corte Arbitral, que si bien es una condición de resguardo de los intereses bolivianos, resulta peligrosa en el sentido de que su resolución debe ser aceptada por su carácter obligatorio. “Bolivia podría perder el oro y el moro”.
3.- La negociación bilateral, la que ha fracasado reiteradamente por la política imperialista de Chile y que a corto plazo, a pesar de apoyos minoritarios es digna, pero no decisoria.
4.- La guerra, situación muy difícil a corto plazo, pero necesaria en el contexto de la defensa de los intereses ya no nuestros, sino de futuras generaciones que nos podrían condenar por decisiones equivocadas.
Finalmente, en el actual contexto, Bolivia debe optar por todos los caminos, pero se debe considerar que fatalmente la guerra podría solucionar el asunto del retorno al Litoral, aunque fuera dentro de 100 años. Y aquí los intereses particulares de contrabandistas y exportadores e importadores legales no deben ser los que primen. Sino, las futuras generaciones de bolivianos nos reclamarán por nuestra debilidad y los autores de acuerdos lesivos al interés nacional deberán ser acusados de traidores a la Patria y condenados. El tema fundamental no es económico, aunque lo aparente, sino moral y político. Por intereses transitorios, Bolivia no debe hipotecar su futuro. Una guerra puede ser terrible, pero necesaria y total. Los belicistas chilenos hablan fácilmente de que ocuparían Bolivia en 24 horas. Habría que ver. Vietnam inscribió con sangre su versión heroica de que ni la mejor tecnología es preponderante.
(*) Politólogo
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