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Domingo 21 de abril de 2013

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Revista Dominical

La violencia y el miedo

21 abr 2013

Fuente: LA PATRIA

Por: Ximena Miralles Iporre - Periodista

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El 9 de marzo de 2013, es decir, en esta gestión se promulgó la Ley para Garantizar a las Mujeres una Vida Sin Violencia, a los pocos días se publicaban casos de violencia intrafamiliar; cuando la ley no había cumplido una semana se denunció de un padre que violó a su hija de 3 años de edad y así sucesivamente fuimos testigos de otras escalofriantes noticias sobre violencia hacia las féminas.

Los papeles, los preceptos de la ley no pudieron garantizar nada para esas mujeres que sufrieron violencia, menos para las que no sobrevivieron al maltrato infligido contra ellas.

Quizás pueda ayudar en algo el hecho de que realmente se cumpla la ley y los maltratadores estén encerrados para no volver a hacer daño a nadie más, o quizás si con el “escarmiento” decidan cambiar, lo cual es difícil, puesto que quienes van a la cárcel salen con más resentimiento, con mayor rabia, con ira por haber perdido su libertad y si pueden arremeten con más fuerza contra su anterior víctima o buscará otra para descargar su furia al verla vulnerable.

Tal vez ese sea el motivo por el que las víctimas de violencia muchas veces deciden callar, no denunciar, es decir, el miedo les invade y las inmoviliza, esa es la reacción más negativa que puede tener una persona ante este sentimiento que está dentro de cada persona.

Según un artículo publicado en la revista A Vivir, dependiente de la organización no gubernamental con asiento en España Teléfono de la Esperanza, “cuando el miedo proviene de amenazas reales, ayuda al ser humano a desarrollarse al orientar sus acciones en busca de protección; pero, cuando proviene de peligros imaginarios, le lleva al desequilibrio psicológico”. Entonces el miedo es un sentimiento propio no sólo de la raza humana sino también de otros animales, pero los humanos son más miedosos que otras especies porque no sólo se asustan ante amenazas reales, asimismo se atemorizan ante peligros imaginarios.

Según el presidente del Teléfono de la Esperanza de Madrid, Eladio Morales Hernández, “todos los miedos tienen alguna conexión con uno fundamental: el miedo al dolor y a la muerte”.

De acuerdo a la percepción personal de quien escribe la presente nota, las mujeres que soportan el maltrato hacia sí mismas como hacia sus hijos, lo hacen por temor, tienen miedo a denunciar, de alzar su voz, de sufrir mayor dolor o ser conducidas a la muerte, inclusive algunas tienen miedo a quedar solas y enfrentar la vida en esas condiciones, pero tal como indica Eladio Morales cualquiera de los miedos que dominen su vida al final las conduce al miedo al dolor y a la muerte.

Morales apunta que “el miedo es patológico cuando nos limita, cuando nos paraliza y sobre todo cuando nos secuestra” y añade que es muy contagioso.

Los maltratadores saben eso y vociferan, mueven las manos, lanzan improperios, zarandean o finalmente la golpean y luego le echan la culpa de todo a su víctima, para asegurarse que tienen poder sobre ella y que ésta se vea incapaz de reaccionar o de defenderse.

Por otra parte, la culpa es otra clave por la que las víctimas no denuncien a los abusivos, pues además de tener un miedo espantoso a sentir más dolor o a morir, se sienten culpables “por haber creado la situación” que están viviendo, además que creen que deben redimir su culpa soportando el “castigo” que le impone quien la maltrata.

El castigo es una forma de transmitir el miedo según los psicólogos y expertos del Teléfono de la Esperanza, así que es otra forma de asegurar que la víctima estará sometida a la voluntad del abusador.

Un avance para garantizar a las mujeres u hombres, que también los hay que sufren maltrato de sus parejas, una vida sin violencia, es que la ley se cumpla y no se revictimice a quienes fueron violentados, que existan centros de acogida donde las mujeres puedan refugiarse, que la Policía no entregue a las víctimas de violencia a manos de sus maltratadores.

La idea de brindar tratamiento especializado a quienes ejercen violencia contra mujeres o niños, es buena, pero muchas veces se tropieza con que el abusador no reconoce que tiene un problema y se niega a asistir a sesiones de terapia por propia voluntad, además que si se le obliga tampoco funcionará el tratamiento.

En la humilde opinión de quien escribe este artículo, la solución quizás deba pasar por tratar el miedo de las víctimas, es decir, enfrentarla a su miedo para que éste sea superado, pero siempre y cuando sea una terapia guiada por un especialista, por un lado para que se sienta apoyada y sepa que no está sola en la cruzada por alcanzar una vida más armónica, pacífica y libre de violencia. Además que debe estar respaldada por las leyes y por profesionales para que no vuelva a caer en el círculo vicioso de la violencia.

Otra estrategia que puede servir es fortalecer la autoestima de las personas desde que son niños, dejar de lado las odiosas comparaciones y no discriminar por sexo o edad a las personas, sino que se debe dar oportunidad y alentar a todos y cada uno de los menores, sean varones o mujeres. Eliminar calificativos despectivos por su condición de género, es decir, erradicar frases como “las mujeres son seres de cabello largo y de ideas cortas”, o “las del sexo débil”, “las mujeres no nacieron para pensar, deben aprender a cocinar y a cuidar niños”, y otras discriminatorias.

En un mundo de hombres, en que a la raza humana se la denomina inclusive “el hombre”, muchas veces son ellos quienes deciden cómo será la vida de sus semejantes, se sienten con el poder de decir quién es más inteligente o quién no lo es, por eso cuando no entienden el proceder del sexo opuesto lo descalifican, critican y a veces hasta pretenden “corregirlo” por la fuerza. Esa conducta nociva debe ser cambiada a través de la educación desde la niñez.

Por otra parte, las mujeres no deben olvidar que siempre está viva la esperanza de acudir a Dios, quien decide qué es lo mejor para cada persona, aprender de cada experiencia positiva y más aún de las negativas, para empoderarse, para salir de la violencia.

Las víctimas deben perdonar para liberarse del odio, del rencor y del dolor, pero no tienen que olvidar que perdonar no significa soportar más maltrato y más violencia, deben alejarse de esas situaciones, el perdón sirve para aliviar el alma de quienes padecieron dolor físico, psicológico o espiritual.

El perdón y el amor es el camino a la liberación y a la sanación. Además se debe apuntar que las personas que se liberan y sanan sus heridas recuperan su dignidad y no permitirán que nada ni nadie vuelva a lastimarlas, no tendrán que “soportar” el miedo, el dolor, la culpa que cargan mientras se mantienen al lado del abusivo.

Quien maltrata, a veces vivió también episodios de violencia en su contra, por lo que sienten la necesidad de vengarse o de castigar a alguien, pero la violencia sólo trae más violencia y no conseguirá nada, su alma seguirá atormentada aunque mate a más de una víctima. Esa persona abusiva también debe someterse al perdón, es la única forma de liberarse de sus fantasmas del pasado y vivir una vida más agradable, armónica y amorosa, por lo tanto más feliz.

Tanto la víctima como quien le violenta deben entender que todas las personas que están en este mundo son valiosas por el simple hecho de estar vivas, por haber sido creados por Dios, por lo tanto, deben respetarse mutuamente, ser considerados unos con otros, respetar la dignidad propia y la de los otros, y que nadie, nadie merece vivir con violencia y bajo la oscura sombra del maltrato.

Además de la ley, existen instituciones destinadas a ayudar tanto a las víctimas del maltrato como a quienes ejercen violencia contra ellas, que ofrecen apoyo psicológico, espiritual y legal para resolver su situación de alguna manera. Además, ayudan a entender que no están solos en el mundo, que existen otras personas en la misma situación pero que están en el camino o que ya resolvieron sus problemas, venciendo los miedos y la misma violencia.

Fuente: LA PATRIA
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